viernes, 25 de diciembre de 2009

Delirios afiebrados dentro de un submarino

La pared era blanca, de eso estoy segura, pero mientras la miraba comenzaba a tomar un tono amarillento, se hacía anaranjado, luego rosado, y llegaba al lila. Cerré mis ojos. La pared era blanca de nuevo. Entonces volvía teñirse. Violácea, azulada. No supe por qué, pero mis ojos derramaron una lágrima cada uno. Me ardían. Sacudí mi cabeza y miré la pared de nuevo. Ya no supe qué color era, pero se manchaba de sombras grises que se movían y bailaban al ritmo de mi dificultosa respiración. Tenía un duende sentado sobre mi pecho, cómodo y divertido con el subir y bajar del mismo. Era bastante pesado y mis pulmones ya estaban cansados de tenerlo encima. Lo saqué de un sacudón y me tendí boca abajo, pero la cama se movía cual balsa en plena tormenta, y ahora tenía un ejército de duendes sobre mis pulmones, y otro que me tapaba la boca con la tela de su sombrero púrpura. No me quejo, era seda, pero me impedía respirar. Volví a darle la espalda al suelo de mi balsa y preferí que sea solo un duende el que se divierta sobre mi pecho. Otro, con sombrero azul petróleo, presionaba mis oídos. El techo era blanco también, pero podía ver estrellas, aunque nunca supe bien si era de día o de noche sobre él. Cambiaban de posiciones y colores y no podía concentrarme para pedir un deseo. Se me escapaban. De repente un montón (mucho más que cuatro) de Beatles (dichosa de mí) me gritaban un Yellow Submarine demasiado agudo. Eran demasiadas voces. Era altísimo el volumen. Apaguen eso por favor, me aturde. Pero fuera de mi cabeza sólo reinaba el silencio. Silencio absoluto. Me perforaba, pero algo dentro mío bailaba y lo disfrutaba. Sí, todos vivimos en un submarino amarillo. Y ese submarino amarillo de pronto navegaba las costas de Penny Lane... pero, ¿en Penny Lane hay mares? Entonces el submarino amarillo estaba solo, atrapado entre las rocas de una montaña. Sin agua. Solo y seco. Seco como mi garganta. Empezaba a hincharse. Se hacía más grande, un poco más. Se inflaba, se estiraba. El submarino amarillo estaba por explotar, e iba a ser en el mismo momento que lograra explotar por fin mi cabeza. Creo que un burro rebuznó en mi oído derecho. Todo mi cuerpo se tensó y vi la puerta de mi casa, allá, lejos. La abrí con la mirada. Adentro no había nada. Sólo vacío. Tosí y sentí que una sábana me cubría los brazos. Quería escribir, tenía mucho para contar. Creo que moví mis manos par alcanzar la lapicera, pero no estaba allí. No había nada donde se suponía que estaba la mesa con mis lápices, El Aleph, La Tregua, y mi Moleskine. Quise abrir mis ojos, encender la luz, saber dónde estaba, pero no pude. No tenía fuerza suficiente para mover los párpados. Entonces me rendí. Tal vez me acordara de algo cuando me devuelvan la cordura y hasta quizás pueda relatarlo. Entonces miré al peluquero de Penny Lane a través de la ventana del submarino amarillo, apoyé mi cabeza sobre la almohada más cómoda y reconfortante que jamás tuve, y mientras la marea subía y seguía sacudiendo mi guarida, creo que logré dormirme.

2 comentarios:

Esther dijo...

¡Mágico! Y un poco de magia no viene mal en esta Navidad. Y ya dicen tb que mente es poder.

Saluditos y muy felices fiestas para ti tb y Año Nuevo (cuando venga) :)

valeria dijo...

Lo estoy viendo, a lo lejos...un submarino amarillo viene a buscarme, esperame unas horitas que en un ratito te pasamos a buscar para navegar por las costas de Penny Lane (me dijeron que se inundó tanto pero tanto que ya se parece a Venecia...), vamos cantando a buscarte...con Ringo, Paul, John y George...en un ratito llegamos :)