sábado, 31 de diciembre de 2011

Un solo nudo

No entiendo muy bien qué es lo que ha pasado, pero se me arremolinaron los colores aquí dentro. Se enredaron cual finos hilos, se mezclaron, se anudaron y no dejan que la vida siga deslizándose con ellos. Todo se me hizo un solo nudo y no sé por dónde empezar a desarmarlo. Tiro de un lado y más se enreda. Tiro del otro, y lo veo a punto de romperse. Ya no sé, te juro que no sé.

Algo me hace eco en el pecho, me siento vacía, me siento oprimida. Un dedo desde lejos me señala, mientras el mío busca el huequito por donde todo se debe haber filtrado. Tiene que haber uno, ¿verdad? No se me puede haber escapado tanta luciérnaga sólo por la boca y las orejas.

Se me atragantan las palabras que no sé decir. El miedo no deja que lo que siento se convierta en voz. El mismo miedo me agarra las manos y adormece mi lengua. Y nada puede salir. Tampoco puedo besar. Y todo es otro nudo, esta vez en mi garganta. Garganta que hace ruido, que se hincha, que explota. De nuevo el miedo se encarga de retener mis lágrimas. De acumularlas adentro para que hagan más bulto, más raspones, más nudo.

Hasta que caigo.

Y me aturdo en el suelo aún con la cabeza entre tanta almohada.

Los ojos se me nublan, el cielo tiembla, el cuerpo se me resbala, el alma se me rebalsa.

Del hilo de un globo azul me quiero agarrar. Que me vuele lejos, que me soples vos y guíes mi vuelo. Si querés, puedo amoldarme al frío y lloramos de la mano allá, en el círculo polar. O nos escapamos al sur sin dejar ninguna nota en la heladera.

Los pies entumecidos, el peinado que a vos te gusta y todo lo que me quedó entre las manos.

Las ganas de reír, el abrazo que no quiere soltarte y todo lo que me queda por decir.

El impulso, el valor, el saltito, el charco, el ratito y todo lo que queda por descubrir.

El nudo que me sube y me baja, que enseña y aprende, que te busca a cada instante, pero que no te quiere anudar.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Perfora hasta el fondo

Primo, acá te dejo todas mis fuerzas.

Así es la muy indiscreta. Just like this. Te pincha por todos lados, te clava agujas una por una, chiquitas y dolorosas, en la muñeca, en el pecho, en la frente, en el tobillo. Las clava y las mueve, hace que las sientas, hace que te duelan, que te quemen, que te perforen hasta atravesar, que te arda hasta el alma, que te sangre hasta el hueso. Y cuando ya no tenés de dónde agarrarte, cuando ella se entera que no sabés para dónde correr, viene de nuevo y se apodera de tu preferido. Juega con él, le hace lo que quiere y lo destroza. Donde sabe que duele. Donde sabe que te duele. Viene como dueña del mundo y se mete en vos, en él, en lo que crearon. Y así es la muy injusta. Te toca una parte de tu alma. Te rompe en pedazos la poca calma que quedaba. Te destroza sin piedad el lugarcito de paz y de miradas que no necesitan palabras. Te quiebra hasta el abrazo. Te arrastra a su antojo las ideas, la teoría y la esperanza. Hace débil al fuerte. Da y quita como se le antoja. No sabe de la fuerza, ni del valor, ni del peso sobre la espalda. No sabe de sonrisas, ni de la paz, ni de amanecer. Así, así es, y así aparece y maltrata. Quiebra, araña, destroza, calcina. Y se va. Se va mirando hacia el costado, frotándose las manos y dejándolo todo detrás. Haciendo de cuenta que acá no pasó nada. Pretendiendo que siga igual lo que nunca podrá volver a ser.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Yéndome de a poquito

[Lo que lloraba hace un tiempo.]

He vuelto al suelo. Al subsuelo. Al supuesto punto perfecto de la anestesia, pero esa anestesia mal puesta y sin cuidado, por la que de a ratos penetra un enorme y punzante dolor. El que desgarra hasta los cordones de las zapatillas y atraviesa el tórax de punta a punta. El que yo nunca más iba a sentir… y ya me ves.

He llegado al punto en que me detengo y me pregunto qué hago aquí, dónde estoy y a dónde voy. A dónde quiero ir. Pero una parte de mí sigue caminando por inercia, por costumbre, porque sino, el colectivo tan lleno de gente me choca y quedo bajo sus ruedas. No quiero seguir. No sé hacia dónde moverme. Me duele el alma. Me duelen los ojos. Que todo vuelva. Que la herida deje de sangrar, ya es hora.

He llegado a lo inevitable. A lo que planeaba. Bueno, esto no se planea… pero se sabe que va a llegar. Podía mantenerlo al costado dándole sutiles pataditas… pero me descuidé y entró. Junto con su voz y junto con mi cansancio. Y acá está, acostado a mi lado, con su enorme y oscuro brazo sobre mi cuello, dificultándome la respiración. Con sus ojos clavados en mí, consumiéndome de a poquito, cada vez más hondo, cada vez más incandescente.

Pero ya no quema. Ya no hay piel que queme. Ya no duele. Ya no hay alma que grite. Ya no hay sangre ni momentos por compartir. La paciencia se pierde y el amor también. Las razones por las que luchar son cada vez menos y las ganas de sonreír también. Los sueños y los planes se van, y con ellos las ganas de vivir. La vida… la vida entera se me va. Ya se fue. Y yo me voy… yo también me voy.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Estar sola

[Frases sueltas que una encuentra en cuadernos viejos y empolvados.]


A estar sola/o se aprende a la fuerza, se desaprende muy rápido, y con un poco de esfuerzo se vuelve a aprender.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Un intruso en mi anteojo

Tengo un pedacito de cachete pegado en mi anteojo derecho. Me dice tu nombre, me canta tu canción. Se mete en el medio, me hace saber que estás.

De vez en cuando se pone inquieto, comienza a moverse y salta a mi cachete. Se apoya tímido, me acaricia, me besa. Se duerme, sueña, da una vuelta y se despereza.

Vuelve a su lugar sonriendo y deja en la comisura de mis labios un pedacito de su sonrisa. Encendiéndolo todo, echando a volar.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Color naranja

- Es un lindo color el naranja, ¿no? Los amaneceres son naranjas…
Yo supe que esperaba confirmación, complicidad. Pero  todo lo que pude hacer fue sonreír a medias, sobre mi mejilla derecha, y agregar:
- Los atardeceres también son naranjas.

martes, 22 de noviembre de 2011

De lo que no voy a escribir

Hoy podría escribir de un par de ojos que se abren y se cierran lentamente, que me espían, que me miran, que se esconden. Podría contar de la luz de atardecer que se filtra por una cortina mal cerrada y me dibuja un rostro. De la mueca de una risa, de algún lunar o de una piel. De un aroma que se queda pegado en mi cuerpo, de una canción, de una estrella. De unos dedos que recorren mi espalda, de las luces, de las sombras, de una respiración a punto de estallar.

Podría escribir de todo eso… pero hoy no quiero aburrir.

martes, 15 de noviembre de 2011

Número capicúa

Leí mi número, y mientras me concentraba en no perder el equilibro, me senté en uno de los pocos lugares que quedaban libres: el del pasillo, al lado del canoso con el pelo graso. Me acomodé y la vi subir. ‘Mínimo’, dijo simpática, para ahorrarse el ‘buen día’ seguramente. Agarró su boleto  y caminó por el mismo pasillo de piso de goma. Yo, ya sabiendo del número que le había tocado, reí. Ella miró su boleto y rió. Me miró y nos reímos, ambas con casi el mismo papelito amarillo en nuestras manos. Sí, yo pedí mínimo justo antes que vos. Sí, el capicúa era mío si te subías dos pasos antes. Ella levantó la vista buscando otro asiento libre, todavía con la sonrisa en su rostro. Siguió decidida y se sentó dos filas detrás de mí, al lado del flaco que iba leyendo Hesse.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Ella

La tímida.
La modesta.
La atenta.

La observadora.
La parecida a mí.
O a la que yo me parecía.
La callada.

La del brillo en los ojos.
La del cuerpo sano.
La del alma sana.
La dulce.

La que esperaba mi abrazo.
La que lloró en mis letras.
La que se hizo grande.
La intacta.

La dueña de mi cama.
La compañera de mi silencio.
La del pelo inmaculado.
La fuerte.

La que se fue con la primavera.
Dos días después de los jazmines y pirpintos.
Un día antes de la multitud y el ruido.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Caminante, no hay camino

«Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar. »
Antonio Machado

Hoy hago una pausa. El cuerpo ya no pesa, y el corazón ya no me cuesta. Hoy vuelvo a cargarlo con orgullo, con todas mis fuerzas y con todas mis ganas. Se eleva de nuevo al sol, en busca de la paz que tan lejos se me había perdido, en busca de la libertad, del ser yo, del elegir según los impulsos que me da el día (y también la noche). Hoy puedo decir que me acuesto sobre mi cama y sonrío mirando al techo. Porque sí, porque todo, y porque punto. Acá ya casi no se llora, y cuando el desborde es inevitable, dura cada vez menos, y se va, se va, cada vez más lejos. Entonces los jardines vuelven a ser primavera; y yo vuelvo a caminar entre hortensias y gencianas. Vuelvo a mirar cada pétalo hasta la incansable memorización y vuelvo a encontrar un diente de león que soplo, siempre soplo, no vaya a ser que no vuelvan a crecer porque los niños de hoy ya no ayudan a repartir sus semillas. Me absorbo todo el sol para mí solita. Trepo mi árbol y me quedo en su rama más firme. El viento penetra entre mis planes y genera un remolino; el que deseaba, el que faltaba. Soy liviana, soy etérea, soy toda blanca, y puedo reflejarme en colores. Hoy desempolvo mis alas y vuelo a donde quiero; con un puñado de letras en el bolsillo y un pedacito de estrella pegada en el cuello. Para que no me pierda de nada en el trayecto. Para que no me olvide de la luz ni de la brillantina. Para que vuele alto y siempre sepa que no existen los caminos ni las flechas. Que el mundo es inmenso y las posibilidades infinitas. Que es más lindo flotar. Que es más fácil con menos equipaje. Y que el sol siempre calienta. Siempre.

lunes, 31 de octubre de 2011

Aprendiendo el juego

Estos días de tanta montaña rusa y tan poco dormir, me dieron un poco de envión y me soplaron algo de calma también. Son juegos que jugué a los gritos, a los golpes, al ‘yo paso’ y a dar los saltitos que se dan para llegar al salvo. Si es que hay uno en algún lado.

Aprendí a jugar, sabiendo que es mejor que no me importe lo que digan de mí; no voy a distraer mi tiempo en eso a esta altura. Que es mejor decir lo que se siente y sólo callar lo que pueda lastimar al otro sin ninguna necesidad. Me di cuenta que es mejor caminar con los ojos bien abiertos y atenta, no vaya a ser que me pierda algún arcoíris o una luna anaranjada.  Que es mejor seguir, siempre mirando hacia adelante, por momentos más rápido, en otros más lento, pero ya no buscar el milagro que el pasado pueda haberme regalado. No hay nada allá atrás, en este juego no se retrocede y tampoco quiero perder mi turno. Yo tiro el dado de nuevo.

Aprendí que es mejor, muchísimo mejor, el pecho ancho y la espalda recta. La cabeza firme y el cuerpo sano. Que los abrazos salvan vidas y que nunca estamos tan solos. Que es mejor no estarlo. Que la sonrisa nunca se desdibuja, y si se esconde por un rato, que pronto vuelve, mucho más fuerte y sonora que antes. Y así debe ser. Porque así los pasos son más firmes y las huellas más claras.

Entendí que el frío no es tan frío si tengo algo en lo que crecer. Que la música tiene que llegar al alma y hacer llorar. Que no hay lágrimas en vano y ningún segundo de nuestra vida fue desperdiciado. Que cada pequeñez suma y que a cada instante decidimos y creamos nuestro futuro, nuestra vida, nuestro propio juego.

Que somos nosotros mismos los que le damos forma a nuestro universo de plastilina, elegimos los colores, y si queremos, los más osados, hasta le ponemos brillantina. Para jugar como queremos, para seguir jugando a nuestro modo. Para seguir creciendo, cambiando, y sonriendo. 

jueves, 27 de octubre de 2011

¿Cómo se sentirá morirse?

Nunca lo había pensado. Bueno, sí, alguna vez me lo pregunté, pero nunca traté de buscar una respuesta.

Yo creo que debe sentirse uno lento, que el mundo está girando a gran velocidad pero uno no puede alcanzarlo. Los ojos pesados, tal vez casi cerrados, pero uno sintiendo que con el esfuerzo que hace, puede abrirlos como dos huevos duros. Me imagino que las cosas girarán y se tambalearán. Se caerán encima de mi cuerpo pero sin hacerme daño. Así.

El mundo se desordena a cada instante y se desfigura ante mis ojos que ya no logran enfocar nada y no distinguen los colores. Puedo sentir la presión en mi oído, el sonido penetrante y agudo que va a volverme loca. Cuanto más agudo se hace, más tiembla mi cuerpo. Ya no puedo controlarlo, tiembla, tiembla, tiembla. Siento los escalofríos, uno tras otro, siento el frío. No, no hace frío. Maldición, sí que hace. Está nevando sobre mi colchón y sobre mi cabeza. Pero mi espalda yace sobre cemento, frío y duro. Tan seco, tan frío.

Supongo que así se sentirá, ojos desorbitados, manos sin fuerza, el grito que no sale. Estoy segura que es así, la cabeza apoyada sobre un hombro, la columna en una S, pero la pose más cómoda que pude haber elegido. Las lágrimas que caen. No sé por qué, pero se rebalsan y mojan mi cuello. Y no sé cómo secarlas. Me ahogan.

Gemidos y balbuceos sin coherencia ni ritmo. El dolor, la paz, la charla entre sonámbulos, la plenitud del alma, un león, una ventana azul, una carta, un dios hecho de mármol, un campamento, una zapatilla sin suela. El ronroneo de un gato siamés, el rugido de uno montés. El hambre y las náuseas, sus manos, su olor, la suavidad, el bateo que llega a la tela. Una montaña rusa que no avanza y nos deja boca abajo, un caracol a mil por hora. Todo lo que no te dije y lo que ya no voy a decir. El aire, el viento, tu boca. Una flor anaranjada, y todo lo que me dejo. Lo que me olvido, lo que regalo, lo que no soy. Un globo de helio, rojo, muy rojo, como la sangre, con una nariz de payaso más roja. Sus ojos cuidándome, y yo tan sola en esta humedad. Hasta que volvamos a vernos, hasta que amanezca lloviendo. Con vos o sin vos. Allá… tan lejos y tan lento.

 Así, así debe ser morirse. Justo así como yo siento hoy.

lunes, 24 de octubre de 2011

Donde la vida se hace más linda

Allá lejos alguien se aprende una canción de memoria de tanto escucharla; la hace dar vueltas, la hace jugar, y la hace suya.

Allá alguien se emociona con una voz y quiere correr a abrazar. Espera todo el día y cuenta las horas para ver de nuevo aquellos ojos tímidos.

Allá lejos, el tiempo por fin pasa y se encuentran, se aprietan, se observan y más tarde se desintegran en besos. Sonríen; sin motivos, o con tantos, qué más da.

Allá el reloj deja de existir y el café se toma de a dos. El chocolate también.

Allá lejos no existen los miedos y se aprende a volar. Se aprende a sentir, se conocen las palabras, se hace magia.

Allá suspiran y son libres, cantan y ríen, saltan charcos y si se salpican, no les importa. Juegan el juego.

Allá bailan bajo la lluvia, se buscan, se aplastan, esconden dos manos en un solo bolsillo, y nunca se sueltan.

Pero acá… acá…

miércoles, 19 de octubre de 2011

El fin del vuelo


Yo tenía que llegar allí a tiempo. Esta vez no podía llegar tarde como la anterior. Tenía que llegar en buenas condiciones y dispuesta a poner todo de mí, a transpirar, a trabajar. Me vestí, preparé mi mochila y con una rápida mirada en ese viejo espejo me aprobé como “presentable”. Cerré la puerta tras de mí y encendí el motor de mi traik*. Un minuto de calentamiento, la pesada mochila bien asegurada en mi espalda, y emprendí el vuelo. De a poco elevé mi máquina, aumentando paulatinamente la velocidad. Casas, jardines y calles se dibujaban y desdibujaban bajo mis pies.  Las personas creaban sus caminos ahí abajo, cual hormigas entre el polvo, y yo el mío entre las nubes, en lo alto, donde no hay tanto ruido. Volaba, seguía, avanzaba, cada vez más cerca del sol y de todo lo que tenía que hacer cuando llegara a destino.

Abrí mis ojos de repente y distinguí entre manchas y formas difusas, algunos árboles, nubes y rostros. Mientras trataba de que mis pupilas enfoquen sin que el sol las lastime, empecé a escuchar voces y preguntas. Estaban preocupados, me preguntaban si yo me encontraba bien. Y ahí me di cuenta. Giré mi cabeza hacia la derecha y estaba mi traik destrozado, con todas sus partes dispersas por el césped.

No sé si me dormí durante el viaje con todo el sueño que acumulo últimamente, no sé si me desmayé con lo poco y mal que vengo comiendo, no sé si algo se rompió en mi máquina con lo poco que sé de mecánica. Sólo sé que yo manejaba, cuando de repente me encontré hundida en el césped, toda dolorida. Supe que no era la primera vez que me sucedía, pero nunca supe si lo había soñado, si lo había vivido, o si lo había soñado dentro en un sueño. De lo que sí estaba segura era que a eso, ya lo había vivido y sobrevivido antes.

*Traik: máquina que vuela, parecida al aladelta, con asiento, motor y ruedas. Se puede volar de a una o de a dos personas, siempre el que maneja debe saber y tener experiencia. Muy poco difundido, se lo practica como deporte o para paseos, en Mancopa (Leales, Tucumán) o Metán (Salta).

martes, 18 de octubre de 2011

Y decir otra vez

He perdido la sensibilidad, el tacto en lo que digo. Ya no sé hasta qué punto será coherente, será correcto. He perdido la prudencia y casi que el miedo. Quiero decir todo y si empiezo, nada me frena. Ya no sé dónde debería terminar, dónde comienza a ser imprudente, dónde es que va el punto final. Perdí la sensación del límite, la delgada e importante línea del ‘hasta acá’. Ya no tengo ni la mínima idea de dónde puede estar. Cuando mi boca quiere decir, mi cabeza, últimamente, siempre termina por abandonarla.

miércoles, 12 de octubre de 2011

viernes, 7 de octubre de 2011

Más luz

Hoy el mundo ha vuelto a ser mío. He sabido reír hasta sacudir el polvo que había penetrado mis entrañas. A carcajadas y enormes bocanadas renové por completo el aire estacionado que me habitaba. Me iluminé, ensanché el pecho y me paré firme y de pie ante la brisa. Hablé con voz fuerte y sentí varios ojos clavarse en mí. Unos que me dieron mensajes sin vacilar y otros que de reojo trataban de esconderse. Mis ojos se abrieron enormes y buscaron lo que querían. Observaron y penetraron. Dijeron y gritaron. Rieron.

Hoy me he vuelto a llenar de luz y supe compartirla. No sé muy bien el motivo, pero es ahora lo que menos importa. La luz (mi luz) ha vuelto. Tal vez sea la primavera.

No hagamos tantas preguntas, vivamos. No quiero tantas explicaciones. Quiero más miradas sostenidas, voces claras, risas en abrazos y carcajadas con luz. Más luz.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Tengo tanto para contarte

Te contaría del calor, del viento que me despeina, del paisaje. Del sol penetrando con fuerza por pequeños huecos incandescentes, del no-césped amarillento convirtiéndose en verdes campos, de las vacas, de los trenes. Te contaría de las nubes atadas con hilos de algodón, de los árboles inclinados todos hacia el mismo lado, de las voces, de la música. De la velocidad y las vueltas de mi cabeza. De mi humor y mis sonrisas también. Te contaría con detalles cuando sentí el olor a mar, la sensación de la primera ola en mis pies, la arena filtrándose entre mis dedos. De las multitudes, de la emoción, la vibración y los escalofríos. Te contaría por qué corro, de qué me escondo, a qué le temo. Te contaría del aire puro y de mi sed.
Y hasta te contaría que soy feliz.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

No es mucho lo que tengo

No es mucho lo que tengo, yo qué sé,
un pecho amplio donde descansar tu cabeza,
la piel ansiosa de tu abrazo,
varias preguntas,
y algunas sonrisas.

No es mucho lo que tengo, ya lo sé,
pero puedo regalarte alguna luciérnaga,
dejarme ser entre tus palabras,
mirarte reír bajo un árbol,
o impulsarte a volar alto.

No es mucho, sinceramente,
pero tengo algunos besos,
un par de oídos atentos,
un poco de sol
y alguna canción.

martes, 20 de septiembre de 2011

Soy una flor

Soy una flor. Soy débil, soy observadora, soy amarilla. Me tambaleo con cada viento, hago fuerza para mantenerme firme, pero nunca es suficiente. Me muevo de aquí para allá, y sólo a veces me animo a dejarme llevar. Me dejo mecer, me permito bailar y de vez en cuando la lluvia me limpia y me sacude la rutina. Pero a veces soy yo la que llueve, sí, a mí también se me da por llorar.

Soy flexible pero quebradiza. Me puedo acomodar sin quejarme, pero basta un tironcito para deshacerme; y ya me deshice un par de veces, pero con cada mañana vuelvo a elevarme, vuelvo a mirar al sol, a perfilarme, a perseguirlo. Hasta que cae la noche y prefiero esconderme. Cuando oscurece observo por un instante la luna y la fijo en cada uno de mis pétalos. Tal vez alguien logre algún día verla en mí, y hasta tal vez enamorarse. Pero la noche me torna más vulnerable. Soy un buen refugio, eso sí. Soy cálida, soy un buen oído, y soy un poco más vistosa cuando hay sol.

Soy suave, soy dulce, soy miedosa. Le temo a los cambios, pero aun los deseo. Le temo a lo que pueda haber del otro lado, a lo que queda lejos, a lo que pueda venir, a lo que va a venir; y le temo a los seres humanos. El invierno también me aterra y estoy segura que el día que muera será uno de los más fríos del año que corra. Correr… correr es algo que quisiera. Y también quisiera saltar, conocer cómo da el sol unos metros más al norte, y tal vez volar. Pero soy una flor. Soy frágil, soy silenciosa, soy pequeñita... y sólo soy una flor.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Mil preguntas

Dónde quedaron las ansias,
tu sudor mezclándose con el mío,
los papeles doblados,
las mochilas cargadas,
el suspiro, la explosión,
las palabras desatadas.

Dónde nuestra verdad,
el vuelo, las alas,
el final del arcoíris,
las promesas,
la luz.

Dónde escondimos el tiempo,
la gracia de tus cabellos,
los relojes sin apuro,
la mirada siempre atenta,
el secreto, el refugio,
el amanecer que despierta.

Dónde las sorpresas,
la risa, las ganas,
el saber arriesgarnos,
las cosquillas,
el sueño.

Dónde recupero los pasos,
el dar todo sin esperar vuelto,
las manos llenas de arte,
la voz entonando sin miedo,
el perfume, el día libre,
el hoy me quedo en tu pecho.

Dónde se nos perdió el camino,
la paciencia,
el valor.
Cuándo se nos lastimaron los cuerpos,
los días,
las poesías.
Cómo se nos quebraron las almas,
las fortalezas,
las utopías.

Dónde quedaron los restos,
dónde vos,
dónde yo,
y todo esto.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Billetes que hablan

¿Qué onda con los billetes escritos? Me molesta tanto, pero tanto que la gente escriba los billetes. Cada vez que me llega una de esas frases estúpidas me dan ganas de retorcer a quien las haya escrito. “San Nosequé te traerá suerte y dinero. Copiá esto en 5 billetes.” “Gordita y Chiquito se aman locamente.” “Puto el que lee.” Por Dios!! Basta!! También están los que tienen altos de billetes y luego de sumar 8 mil pesos escriben sobre el último, bien grande, un número 8 y lo rodean con un círculo. Siempre viene otro después que ese billete es el que completa sus 13 mil entonces le escribe encima un 13 con su círculo. ¿Es mucho trabajo escribir el valor en un papelito y guardarlo en la misma bolsa, cajita o gomilla? Por favor, que alguien me diga si esto sucede en otros países también. ¿Ustedes también reciben billetes todos escritos, rotosos, pegados con la cinta adhesiva del color que esté más cerca?

lunes, 5 de septiembre de 2011

Está dentro tuyo

Nada te puedo dar que no exista ya en tu interior.
No te puedo proponer ninguna imagen que no sea tuya...
sólo te estoy ayudando a hacer visible tu propio universo.

Tx: Hermman Hesse, El Lobo Estepario | Ph: google.com | Edición: Valebé

miércoles, 24 de agosto de 2011

Menos mal

Menos mal que hoy no se me dio por extrañarte, porque podría haber sido terrible. Absolutamente nada en mi día iba a ayudar si es que a mi corazoncito se le ocurría tenerte cerca. El frío penetró mis entrañas toda la mañana y no sentí mis manos por varias horas seguidas. Hubiese sido lindo que me prestaras un bolsillo, pero traté de entrar en calor sin pensar mucho en eso. Me aburrí y no hice nada productivo. Traté de escribir (tenía que) pero el único bultito de palabras que surgió parecía escrito por mi hermanito menor. Nada pudo gustarme. El pantalón me apretaba, los pies me dolían, me entraba un chiflete de frío por la botamanga y la bufanda me hacía picar. Menos mal que no llegué al punto de necesito tu calor porque sino muero. El gris sobre las cabezas era bastante amplio y espeso. Supe reír de todas formas. La melancolía no pasó cerca tuyo, y las letras que pude leer no se parecían a nuestra historia. Menos mal. La espalda pidió descanso, pero no pude otorgárselo en ese mismo momento. El cuerpo pidió libertad, pero tampoco pude dársela. Mis oídos desearon tu voz, extrañaron tu buen día, pero pude sobrevivir sin ello. Hoy estuviste más lejos de lo normal y yo más improductiva y lejana, pero el día casi termina y ya puedo ir a acostarme. Espero que mañana puedas volver, puedas regalarme algo, un poquito aunque sea. Pero por hoy… menos mal que no se me dio por extrañarte.

viernes, 19 de agosto de 2011

Otoño de hojas secas (con voz)

Se merece un post nuevo y no sólo las letritas grises que le agregué al original Otoño de hojas secas. Él es Ale, mi querido Ale, el que sigue haciendo florecer sonrisas entre mis labios, el que sigue abrazándome a la distancia. Con cada palabra me abraza, rompe todos los muros y me revuelve el alma. Me la acaricia y me la devuelve más sana.

Sorprendiéndome, él le dio voz a mis palabras. Las hizo bailar en el aire, brillar en el tiempo, lucirse entre perfectos acordes. Narró eso que llevo dentro, lo vivió, lo sintió tal como yo lo siento. Y supo expresarlo. Es una sensación que llena el alma (y el rostro) de sonrisas y de lágrimas. Por sentirme ahí, por escucharme ahí, por verme ahí. Donde sabemos que volvemos a encontrarnos bailando entre renglones que se confunden con pentagramas, colgándonos de la colita de una letra para saltar al borde de una sonrisa. Para seguir. Para sentir. Para vivir.

Me devolviste los abrazos que buscaba y tal vez creí perdidos. Me regalaste esta hermosa caricia, la que el alma anhelaba pero jamás se atrevió a formular. Me supiste alumbrar. Gracias de nuevo Ale.

Acá lo pueden escuchar.

Habrá que ser fuerte

Si así van a ser las cosas, será mejor que me haga fuerte. Y tiene que ser urgente. ¿Cómo es que llegamos hasta acá? ¿Cómo es que ya no puedo hacerme una bolita y refugiarme en tu ombligo? ¿Dónde estás? Yo creí que el juego de las escondidas ya había terminado. ¿O acaso sigue? Alto taco, yo pido tiempo. Quiero cambiar de juego. Tal vez jugar a otro que no canse tanto. Que se puedan hacer cosas de a dos y no que siempre tengamos que ser nuestros propios rivales. Dale, decí que sí. Seguro que vos también te cansaste. ¿Y si nos acostamos a mirar cómo pasan las nubes? ¿O simplemente a observarnos bajo el sol y descubrir las luces y las sombras en nuestros rostros? Es que tengo esta maldita ne-ce-si-dad (con todas sus sílabas) de sentir que me abrazan. Y tus abrazos son siempre los mejores. Pero bueno, si es que se te acabaron, no voy a insistir. No, todavía no soy tan fuerte como para quedarme con eso. Tengo que convencerte de alguna forma, y sino tendré que robártelos. No, va a ser peor. Voy a quedarme entonces quietecita, tal vez me tambalee un poco con la cabeza agachada mientras te grito con los ojos “por favor, abrazame”. Te lo estoy gritando, ¿no te das cuenta? ¿Ya no podés entender mis miradas? ¿Qué nos pasa? Y soy tan débil y tengo tanta necesidad de un abrazo, que caigo en lo que no quería. Te lo pido, te lo pido por favor. Pero no funciona. Y me ahogo en mis propios fantasmas, y me hundo cada vez más profundo. Se me apagan los ojos, se me oscurecen los rincones. Ojalá me importara un poquito menos. Paren el mundo, me quiero bajar*. Ya no sé a dónde pertenezco. Vuelan imágenes sobre nuestros cuerpos. Me recuerdan esos tiempos en que sólo te miraba y ya lo sabías todo. Yo podía entrar de un saltito en tu iris y navegar hasta tu pupila. Hablar en silencio. Ensanchar el pecho. Las despedidas dolían menos. Me dejabas ir con vos, me dejabas traerte conmigo. Con sólo un beso podía amarte. ¿Dónde estamos? ¿Qué se hace ahora? Tiremos un dado y avancemos. Dame la mano sin que te lo pida. Dejame algún papelito en mi cuaderno. Besame el cuello sonriendo. Deslizá un chocolate en mi bolsillo. Abrazame como si fuera la última vez (o la primera). Dibujá un corazón en mi espejo. Decime algo lindo mientras nos abrazamos en la oscuridad. Preguntame algo más. Soñá conmigo. Dejame intentarlo. Dedicame tu sonrisa más grande. Recién entonces tal vez, pueda empezar a hacerme un poquito más fuerte.

* Dicho, en algún momento y en algún lugar, por Mafalda, de Quino.

lunes, 15 de agosto de 2011

Otoño de hojas secas

El extra: Ale dándole voz a estas palabras aquí.

El viento levanta las hojas del suelo. Las eleva unos centímetros, las hace bailar y las vuelve a aterrizar, un poco más lejos de donde estaban antes. Yo voy en una hoja y tal vez vos en otra. O al menos eso espero. En realidad, creo que sólo lo imagino. Y me acuerdo de aquel momento en que tomaste mi mano con más fuerza, justo cuando lo necesitaba. Lo supiste, algo te hizo saber que yo buscaba tu presencia. Y ahí estabas. También me acuerdo del momento en que te lo dije. No me diste respuesta alguna. Pero allí habías estado conmigo. Y cuánto quisiera tu mano en este momento. Tu roce aunque sea. Tu aliento a mi lado. Con saber que estás me conformo. Pero ni eso puedo ya saber.

Las hojas bailan sin notar mi presencia. Algunas chocan mis abrigos. Quieren acariciarme, pero resbalan. Y vos seguís tan lejos. Qué andarás haciendo. Qué estarás pensando. Dónde estará tu cabecita. Todas esas preguntas que siempre quise que me respondieras, y tan pocas veces lo hiciste. ¿Sabés?, a veces me hacés acordar a ese pequeño personaje de cabellos rubios que nunca respondía nada.

El viento sigue soplando con fuerza, se golpean las ventanas, los árboles cantan… pero no sé por qué esta vez nada me agrada. No puedo ver sonrisas si no está la tuya cerca. No quiero pensar en los rincones que te recorrería si fuera viento. Es mejor el ruido de las hojas secas cuando son cuatro pies los que las pisan y no sólo dos. Sólo tus cabellos se veían bien cuando el viento los despeinaba. Tal vez estés ya muy lejos, remontando algún barrilete de colores. Tal vez tarareás alguna melodía como yo lo hacía cuando caminábamos de la mano. Tal vez sonreís con el cabello despeinado y alguien admira la perfección de los detalles en tu rostro. Tal vez allá lejos remontás un barrilete. Y tal vez… ya sin mí.

jueves, 4 de agosto de 2011

Extrañando(la)

Un día se fue. Se fue y no volvió más. Desde entonces nadie se atrevió a mencionarla. Nadie me preguntó por ella. No pude volver a llamarla por su tierno apodo. Pero no hay día que yo no piense en sus brazos pálidos y su poblado cabello marrón. No hay postre que no quiera convidarle, ni vaso de gaseosa que no le sirva antes a ella. Hay días en que quiero darle tanto, que se me rebalsan algunas lágrimas. No me quejo, no me enojo, ni grito mirando al cielo. Pero la verdad es que a veces la extraño. Y quisiera abrazarla. Y pasarme horas mirándola cómo ríe con el gato que se le enrosca entre las piernas, le roba la silla y corre por el césped. Miralo a tu gato cómo corre. Mirá qué linda la plantita de mango cómo está creciendo. Ay, cuántas flores ha dado el jazmín este año. Pero voy a sentarme más lejos, el olor de tanta flor me descompone. Y yo le sirvo otra porción de flan. Las veces que quiera para verla comer con esas ganas y dejar el plato vacío comentando de lo rico que está. La abrazaría. La abrazaría muy fuerte. Le pediría que me acaricie. Le mostraría cómo me corté el pelo. Así, como a ella más le gusta. Y a mí me gustaba el suyo. Y sus ojitos brillosos. Y su sonrisa. Y su paz. La extraño, esa es la verdad. No hay día que pase sin extrañarla aunque sea un poquito.

domingo, 31 de julio de 2011

Paciencia

Existe en la naturaleza una paciencia 
(tenaz, incansable, constante como la vida misma), 
que mantiene inmóvil durante horas a la araña en su tela, 
a la serpiente enroscada, a la pantera al acecho.

Tx: Jack London, El llamado de la selva | Ph: Earth (movie) imdb.com | Edición: Valebé

martes, 26 de julio de 2011

Una vez más, silencio

Son tantas las palabras que tengo atravesadas en la garganta y en el pecho... sobre todo en el pecho. Empujan por salir, buscan la punta de mi lengua desesperadamente, pero lo único que saben hacer es entreverarse con mi saliva y todas las lágrimas que guardo. Sólo saben despertar aquellos mares de sal y hacerlos caer gota a gota sin importarles más nada. Palabras que ya no puedo contener, lágrimas que no se merecen existir. No hoy. No por esto.

Me cortan la respiración y amenazan con gritar. Siento tanto aquí dentro que no puedo quedarme callada. No otra vez. Cierro con fuerza mis puños y me imagino escupiéndolo todo. Palabra por palabra te las coloco ante tus ojos. Pero no puedo. La presión de mis uñas ya me hace doler las palmas, los dientes amenazan con quebrarse si sigo apretándolos, y mi voz sigue callada. El silencio no quiere ser quebrado. Mientras tanto, mi garganta pide a gritos y mis ojos ya granizan.

No quiero que te duelan. Pero es la verdad. No quiero escucharte llorar. Pero lo siento acá dentro. No te das una idea lo que a mí me duele. Pero no quiero que a vos también.

Voy a callar. Una vez más. Total, ya lo hice tantas veces antes que no se notará la diferencia. Y mañana… ya casi lo habré olvidado. Otra vez. Para no herirte. Para que no me culpes. Para no arriesgarte. Para no arrepentirme. Para no tener que juntar el valor. Porque tengo miedo. Porque de verdad siento que amo. Mientras tanto, me quedo buscando tu abrazo.

sábado, 9 de julio de 2011

Luciérnagas

Voy a confesarte algo. No tengo mariposas en el estómago, y mucho menos en el pecho. No me revolotean mariposas cuando me enamoro. No aletean con fuerza, no.

En cambio, yo tengo luciérnagas. Tengo un montón de luciérnagas tímidas y atentas. Descansan llenas de paz todas apagadas tomadas de la mano. Pero apenas sienten tu voz se encienden con emoción. Algunas saben reconocerte desde lejos. Te huelen, te presienten y ya me van avisando que venís. Que llegás. Que me estás a punto de abrazar. Y cuando tu pecho y el mío se unen no te puedo explicar la fiesta que se me arma dentro. Aleteos por todos lados, cabezas que se chocan contra las paredes, luces tintineando aquí y allá a toda velocidad. No se quedan quietas. Sólo saben hacerme cosquillas en todos los rincones cada vez que te sienten.

Lo admito, cuando están apagadas no son tan hermosas como las mariposas de alas azules o naranjas que muchos llevan dentro. Sé que pueden impresionar un poco más, y muchos las rechazarán y negarán, pero el espectáculo que logran es digno de ser observado sin parpadear. Intento, claro que lo intento, pero nunca fui muy buena con eso de mantener los ojos abiertos por más de unos pocos segundos.

Se encienden cada vez que sale el sol y también con el ruido de las lluvias fuertes. Con las colchas pesadas y con el olor a tierra mojada. Les gusta mucho el chocolate que se desarma en la boca, los hombres con sobretodo, los paraguas de colores y la gente que sonríe mientras camina. Mis luciérnagas se emocionan cada vez que ven gente abrazarse, niños jugando a las escondidas y colectiveros que dicen buen día. Se despiertan cuando ven mujeres que van al trabajo en bicicleta, árboles teñidos de rojo, volantines en el cielo, y nietos que llevan del brazo a sus abuelas.

Estas brillosas criaturas que llevo dentro, a veces se emocionan tanto que hasta me hacen sonrojar. Las siento aletear, me encienden completa y sé que no puedo ocultarlo. A veces hasta pienso que cualquier día de éstos una puede escapárseme por la boca.

Es divertido cuando hay algunas despiertas mientras hablo con alguien. Están atentas y gustosas de lo que escuchan, vuelan tranquilas intermitentes. Y a veces alcanza con una sola palabra de mi interlocutor para que el resto despierte y hagan más barullo.

También me gusta cada vez que leo palabras que se van amoldando y encajando cual piezas de Lego de los colores más hermosos. Letras que forman caminos dentro de mí por donde mis luciérnagas empiezan a pasearse. A veces las palabras se convierten en laberintos, y otras en espirales o toboganes, y no puedo explicarte el alboroto que me alcanza en esas ocasiones. Todas aletean enérgicas, queriendo robarse alguna de esas palabras, queriendo salirse de mi cuerpo y traerse hacia adentro alguna frasecita. Y te digo, que a veces lo logran. Quedan susurrándome letras ajenas por un buen tiempo. Si supieras todo lo que guardan aquí dentro.

Y sí, a mí se me encienden luciérnagas. Se me encienden lucecitas que abren sus alitas y vuelan. Y cuando te vas, quedan haciéndome compañía. Con lo que dejás y con lo que te llevás. Me susurran y me dan calorcito.

Algún día… algún día te las voy a mostrar. Y hasta tal vez… algún día te regale una.

martes, 5 de julio de 2011

Un par de genios



De ser bastón
o anteojos negros.
Corbata a rayas
o camisa roja.
Un par de pares
de dedos cruzados.
Un par de pares
de piernas cruzadas.
Y tanto, tantísimo en el medio.
Inmensos, universos, genios.
Túneles, laberintos, máscaras.
Belleza, palabras, paciencia.
La inmortalidad misma sentada
sobre una pirca de cemento.

Ph: Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, google.com

martes, 28 de junio de 2011

Otoño, charcos y una botamanga salpicada

Era un frío día de otoño, y ella caminaba sin apuro bajo un débil sol que recién comenzaba a elevarse. Iba a donde ya ni ella recuerda; sólo sabe que no tenía apuro y se detenía atenta ante cada hoja anaranjada y rojiza de los árboles ya teñidos. Un pie y luego el otro, esquivando pequeños charcos sobre el suelo, pero salpicándose cada tanto la botamanga del pantalón. Baldosas irregulares y césped húmedo a su alrededor, cuando de repente se detuvo mientras miraba la única nube que quedaba en aquel manto celeste. No, nada había de extraño en esa nube, pero sin querer acababa de susurrarle algo al oído con una esponjosa y blanca voz.

Llevaba semanas buscando algo que hasta ese momento, no había logrado saber qué era. Lo buscó en el hueco de la pupila de aquellos ojos verdes, en la punta de esas pestañas oscuras, en el hueso de aquella cadera, en el medio de su ombligo y hasta debajo de ese enmarañado cabello. Pero no logró hallar ni una pista. Algo faltaba... o tal vez algo sobraba. Nadie más que ella podría saber qué exactamente, pero la búsqueda se hacía cada vez más difícil. Y como decía la abuela, apenas ella dejó de buscar, la respuesta se transformó en nube esa mañana de otoño.

Volver, quería volver. Daba toda su colección de monstruos de plastilina por volver. Daba hasta el globo aerostático de colores que colgaba en su habitación con tal de sentir otra vez lo que sentía meses atrás. Con tal de volver a verlo de la misma forma, con tal que sus caricias vuelvan a ser tan suaves como antes. Quería su voz de nuevo. Sus palabras en su oído. Pero el tiempo había pasado, las aves ya habían dejado de cantar y estaban ahora escondidas en sus nidos. El otoño había llegado y ella no podía hacer nada con eso.



A lo lejos se veían dos niños a los que era evidente que no les molestaba el frío y que aquella solitaria nube no los había puesto melancólicos. Qué suerte los niños, siempre saben saltar y correr y nadie puede detenerlos cuando quieren jugar. Evidentemente estos dos estaban bastante divertidos arrojando algo al aire y corriendo a buscarlo para que el otro también lo lance y así una y otra vez. Qué juego monótono, pensó ella. Pero qué felices se ven.

De a poco fue acercándose a donde los niños reían y corrían sobre hojas caídas que crujían al ser pisadas. Luego de salpicarse con un par de charcos más, recién pudo identificar aquello con lo que los niños jugaban: era un boomerang*. Qué curioso, pensó, ya no se ven niños jugando con este tipo de cosas. Recordó cuando era pequeña, una tarde había tenido uno en sus manos y se pasó varias horas tratando de arrojarlo y que éste volviera, pero nunca lo logró. Terminó cansándose y confesando que era un juguete muy difícil de usar, por ende, aburrido. Y estos dos niños no podían lograr que su boomerang regresara, pero igual estaban tan divertidos... ¡admirable!

Encontró un rinconcito seco sobre una enorme raíz de un árbol y allí se sentó a contemplarlos. El más pequeño agarraba el boomerang, lo ubicaba entre sus dedos, arqueaba su brazo y cuerpo hacia atrás y con fuerza lo arrojaba. Se desprendía de su mano, volaba hacia adelante, y cuando perdía fuerza, simplemente caía. Entonces salían los dos corriendo, y el más grande lo levantaba, lo acomodaba ahora él en su turno entre sus dedos y lo arrojaba hacia otro sitio. Y corrían los dos riendo otra vez. Y reían los tres bajo ese sol de otoño que cada vez calentaba un poquito más.

Luego de un largo rato con los niños, ella se levantó, se sacudió el pantalón y volvió a emprender su camino con las manos en los bolsillos, mirando las hojas de todos colores, el sol que se filtraba entre ellas y una enorme sonrisa entre los labios. Al fin y al cabo, son pocos los que han aprendido a arrojar un boomerang y que éste vuelva. Que se vaya lejos y correr con él es divertido y hasta más emocionante y exigente.

* El boomerang (transcripción directa de la pronunciación aborigen de Australia), búmeran o bumerán es un arma que tras ser lanzada regresa a su punto de origen debido a su perfil y forma de lanzamiento especiales.

jueves, 23 de junio de 2011

domingo, 15 de mayo de 2011

Se hace tan difícil

Todo se me hace más difícil desde que no estás. Doy vueltas en la cama largas horas hasta que el dolor se hace insoportable y el sueño insostenible. Entonces recién de madrugada caigo en irregulares y espantosos sueños que sólo logran alterarme. Duermo entrecortado y a veces me despierto gritando, otras con lágrimas en las mejillas, y tantas otras susurrando tu nombre. Estirando mi mano hacia el aire, pensando que estoy a punto de rozarte. Y vuelvo a darme cuenta que no estás. Que tu voz ya no resonará en mi oído al verte partir, que tus manitos no buscarán apoyo en las mías. Ya no me sentaré al sol a contemplarte ni a escucharte.

Ya no vas a pasar tus deditos por el cuello de mi gato cuando éste se enrosque entre tus piernas. Ya no vas a mencionar mi nombre en diminutivo desde lejos, ni vas a ir en busca de mi ayuda. Tus ojitos no van a arrugarse cuando les dé el sol de frente, ni vas a comentar en voz alta sobre el olor de los jazmines.

Se me hace tan difícil desde que te fuiste llevándote todo aquello que me pertenecía... Se me hace un hueco al imaginar que el teléfono sonará ahora la mitad de veces, porque casi siempre eras vos. Con tu dulce voz.

No puedo caminar por las calles sin imaginarte, buscarte y crearte. No puedo concebir que te hayas ido de esa manera, que hayas partido. No quiero creerlo, y mucho menos entenderlo. Por ahora, no puedo de otra forma.

[Revolviendo viejas letras... encontré este fragmento.]

sábado, 7 de mayo de 2011

Dejate volver

Voy a volver a besarte a escondidas. En un suspiro apurado, apretado, amenazado, decir ese nombre que no es el tuyo aunque tantos enamorados lo repitan. Hoy más que nunca podré decirlo, regalártelo, coserlo a la inmensidad de tu ser. Despacito y de a poquito volveré a poseerte, sentirte, besarte. Amarte a escondidas, amarte entre letras y chocolate. Voy a volver a dibujarte bajo las yemas de mis dedos. Sumergirme en tu cuero sin pensar en el después. Succionarte en una bocanada que me infle, me aliviane, me golpee contra tu alma. Que de un solo impacto nos contagie y nos impulse. Voy a volver a elevarte, a romperte, a crearte. Dejate caer, dejate vencer, dejate ser vos. Voy a volverme adicta, subir a la cima y quedarme en tu piel. Dejate llevar, dejate amar, dejate sentir, reír, desear. Dejate volver.

sábado, 30 de abril de 2011

Sos una de mis razones

-El mundo es una porquería.
Martín reaccionó.
-¡No, Alejandra! ¡En el mundo hay muchas cosas lindas!
Ella lo miró, quizás pensando en su pobreza, en su madre, en su soledad:
¡todavía era capaz de encontrar maravillas en el mundo!
Una sonrisa irónica se superpuso a su primera expresión de ternura
haciéndola contraer, como un ácido sobre una piel muy delicada.
-¿Cuáles?
-¡Muchas, Alejandra! –exclamó Martín apretando una mano de ella 
sobre su pecho-. Esa música… un hombre como Vania… 
y sobre todo vos, Alejandra… vos…

Tx: Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas | Ph: google.com | Edición: Valebé

jueves, 21 de abril de 2011

Robo

Voy a confesarte que anoche te he robado algo más que un beso. Por miedo a que te vayas. Por miedo a que no vuelvas. Para darte una excusa. Para volver a llamarte.

miércoles, 13 de abril de 2011

Cambiando mis noches

¿Qué onda con las almohadas nuevas?
Hoy vengo a confesar algo, una banalidad, sin importancia ni trascendencia para ustedes, pero casi la causa de mi insomnio. Es una sensación horrorosa, espantosa, que se ha ido repitiendo desde hace exactamente cinco noches, cuando por razones que no vienen al caso (alergia y madre atenta, protectora y preocupada) cambié de almohada. Desde esa trágica noche en que me quitaron mi tan preciado rectángulo de esponja y algodones, no puedo dormir en paz. Siento que me han cambiado de amante sin siquiera preguntarme. Han manoteado entre mis más profundas sensaciones quitándome a mi cuidadora, mi compañía, mi compañera. Me la quitaron, me la cambiaron, me la escondieron. Y a cambio obtuve otro pedazo de esponja (bastante más plástico) donde descansar (¡descansar! ¡Hace cinco noches que no lo logro!) mi cabeza. Pensé que bastaría con unos pocos minutos para acomodar mi cuello a esa nueva altura. ¡Pero no! Es alguien, es algo completamente distinto. Hasta su olor es otro; detalle en el que nunca pensé que iría a detenerme. El olor de mi propia almohada, ¡por favor! Pero es otro; uno muy distinto. Y no es mío; tampoco es suyo. Y nunca lo será. Que todos lo sepan: ¡esto no me pertenece! Este nuevo pedazo de esponja cubierta por una funda blanca es una intrusa. No me conoce, ni sabe de mis gustos, ni de mis largas noches, ni confesiones. No es mi almohada de tantos años, ni mi compañera de siempre, y no me será fácil acostumbrarme.

sábado, 2 de abril de 2011

Más adentro, más adentro

Mar adentro, mar adentro,
y en la ingravidez del fondo
donde se cumplen los sueños,
se juntan dos voluntades
para cumplir un deseo.

Un beso enciende la vida
con un relámpago y un trueno,
y en una metamorfosis
mi cuerpo no es ya mi cuerpo;
es como penetrar al centro del universo:

El abrazo más pueril,
y el más puro de los besos,
hasta vernos reducidos
en un único deseo:

Tu mirada y mi mirada
como un eco repitiendo, sin palabras:
más adentro, más adentro,
hasta el más allá del todo
por la sangre y por los huesos.

Pero me despierto siempre
y siempre quiero estar muerto
para seguir con mi boca
enredada en tus cabellos.

Tx: Alejandro Amenábar, Mar adentro | Ph: imdb.com | Edición: Valebé

miércoles, 30 de marzo de 2011

sábado, 19 de marzo de 2011

Papá aventurero


Mi papá siempre fue de esos padres aventureros. Todos los fines de semana partía, en su moto de enduro o en su 4x4 a cazar nuevas aventuras, descubrir nuevos caminos, saltar entre las piedras, o hundirse en la arena. No había sábado que se quedara en casa. Con lluvia, nieve o sol, él igual emprendía sus viajes. Y a veces nos acarreaba a nosotros. Los cuatro que conformábamos la familia en ese entonces, repartidos en dos motos, peleándonos con mi hermano por quién manejaba a la ida y quién a la vuelta. Esos viajes me gustaban un poquito más. Eran caminos relativamente fáciles, y yo podía tener el control del vehículo y manejarlo a mi antojo. Me cansaba: pedía tiempo, y me lo daban. Me enterraba: papá me salvaba en menos de un segundo.

Pero cuando mi papá nos metía en su 4x4 ahí ya no me gustaba nada. Salíamos muy temprano, recorríamos no sé cuántos caminos destrozados, subíamos no sé qué cerros, y todo a los saltos, a los golpes y cabezazos. La camioneta trepaba en vertical, y yo juraba que en cualquier momento nos caíamos para atrás. Mi cuerpo viajaba tenso, me clavaba mis propias uñas, me sangraban las palmas de las manos, mis dientes rechinaban. Luego nos inclinábamos hacia la derecha. Yo me movía hacia la izquierda pensando que mis pocos kilos podían hacer contrapeso a tremendo vehículo. Y estamos a punto de volcar. Ahora volcamos. ¡Papá, nos vamos a dar vuelta! Me gritaba el alma entera desde adentro. Cerraba los ojos, escondía la cabeza entre mis rodillas, pero mi cuerpo todavía sentía la pendiente. Tenía que hacer muchísima fuerza para no golpear contra los vidrios. Basta, por favor. ¡Quiero ir caminando! Callate, que no pasa nada. Entonces tenía que callarme. Hacerme una bolita, enroscarme completa sobre el asiento, mientras las piedras y los pozos me hacían saltar. Y mi hermano gritando que sí, que se meta por el río, que suba esa piedra gigante. Y yo llorando a gritos, sufriendo como nunca, con dos nudos en la garganta y ganas de tirarme por la ventana. Llegaba el almuerzo y por fin parábamos. Comíamos sobre alguna piedra o césped unos sanguches o un asado, a veces nos bañábamos en el río, jugábamos con un frisbee, y volvíamos a la camioneta. Hora de volver. Bueno, por lo menos ya pasó la mitad del día. Pero el camino de vuelta era igual de espantoso que el de ida. Mi papá nunca se cansaba de arriesgarse. Nunca elegía el camino que estaba marcado. Quería ser el primero en transitar cada metro de tierra.

Y por fin salíamos a la ruta, cuando ya era de noche, y mis músculos todavía no lograban recuperarse. El dolor estaba ya instalado en todo mi cuerpo. Los ojos se me habían hinchado de tanto llanto reprimido. Ahora la camioneta no se moverá tanto, tal vez pueda descansar. Pero cada luz que me alumbraba de frente me significaba una amenaza. Cada auto que se dirigía hacia nosotros volvía a tensarme los músculos. Entonces una vez que pasaba, recién cuando veía la lucecita azul en el tablero, indicando que la luz alta estaba encendida, recién entonces empezaba a sentirme a salvo. Porque no venía nadie de frente, porque veía más. Confianza en mi padre al volante, nunca me ha faltado. Pero él siempre tenía esas ansias de elegir innecesariamente los peores caminos (o esos que para mí eran los peores). Entonces cerraba mis ojitos, relajaba mis manos, mis dientes. Trataba de dormir. Pero otro par de ojos luminosos que se acercaban me obligaban a abrirlos. Me mantenía atenta hasta que pasaban. Y cuando la luz azul, mi favorita, volvía a encenderse, otra vez estaba a salvo. Con esa luz encendida, ya casi estaba en casa.

jueves, 17 de marzo de 2011

Unidos

Las z’etoiles de esos dos niños estaban juntas en el cielo; 
algunas noches eran claramente visibles a la derecha de la luna.

Tx: Isabel Allende, La isla bajo el mar | Ph: google.com | Edición: Valebé

domingo, 13 de marzo de 2011

Empezar de nuevo

¿Cómo se empieza de nuevo?
¿Cómo se escribe o se dibuja sobre una página que está en blanco?
¿Cómo se arranca desde cero?
¿Cómo se logra la confianza?
¿Cómo se teje una nueva historia?
¿Cómo se conoce lo que tiene un gustito diferente?
¿Desde dónde se empieza?
¿Cómo se quitan los frenos de mano?
¿Cómo se saltan o esquivan los nuevos obstáculos?
¿Cómo se empieza de nuevo?
¿Cómo se hace?

miércoles, 9 de marzo de 2011

Valor

Quisiera haber tenido el valor suficiente para decírtelo,
para contártelo de frente.

lunes, 28 de febrero de 2011

Caos

Yavi, Jujuy, Argentina
Ahí estoy. Desde esa imagen te saludo. ¿No me ves? Soy ese cielo que grita, llueve y te golpea. Te alaba, te aplaude y te enmarca. Y sin que te des cuenta ya te estoy sonriendo. Te estoy meciendo. Te alumbro, te suspiro, te beso. Hasta que caigo y pataleo. Zapateo, salpico y muerdo. Luego sangrás vos, sangro yo y me hundo bajo el suelo. Duermo en silencio. Cierro mis ojos, me rodea la oscuridad. Hasta que una luciérnaga se enciende y quiero luz. Pido luz. Imploro luz. Más luz. Dame más. Que explote. Que me encandile. Que me agobie, me queme, me canse. Que se rompan los silencios, los vasos y las paredes.

Soy el césped que se ahoga, sale a flote, se inunda y sabe nadar de pecho. El barro que pisás, el que te ensucia, te limpia, te alimenta. Tropiezo, me desnuco, lloro. Me levanto, me seco, me limpio. Y siempre vuelvo a caer. Me armo, me desarmo. Me desarmo, me armo. Levanto una piedrita, la guardo en mi bolsillo, se mojan mis deditos. Te guardo en mi bolsillo. Me cuelgo de tu cuello, te muerdo el hombro. Te beso en esta libertad, en esta paz. Te tengo en este mundo, en todos estos golpes. Me encuentro entre estos colores, estoy sola en este caos.

En éste, mi eterno vaivén de luces y oscuridades, soy toboganes, soy calesitas, soy trampolines, hamacas y resortes. Soy el silencio que te calma, el que te quiebra de rabia. Soy la sonrisa que te eleva, el llanto que te estrella contra el suelo, que te desfigura, y que te hace volar. Soy agua, soy fuego. Salto, me elevo, vuelo, me quiebro. Y también vuelvo. Tropiezo, lloro y río. Me hago, me deshago. Me creo, me destrozo. Respiro. Me ahogo. Suspiro. Sueño.

Soy la tormenta que rompe la calma. Soy la calma tras la tormenta. Soy la tranquilidad que apacigua el caos. Soy el caos que quiebra la paz. Soy la tranquilidad en el caos. Soy el caos mismo.

No te escapes

No te escapes.
Vení.
Llamá.
Seamos.
Podemos.
Sentime.
Mirame.
Quiero.
Dale.
Volvé.
Aparecé.
Decí.

¿Y si te digo que te necesito?
¿Y si te digo que te extraño?
¿Y si te digo que te busco?
¿Y si te digo que te quiero?

jueves, 24 de febrero de 2011

Recordándote

Querida M.

Quisiera saber cómo estás. Si tu alma ha encontrado la paz que tanto ansiaba. Si tu cabeza descansa sobre un cuerpo al que amas. No creas que me he olvidado de vos. Eso es prácticamente imposible; bien sabés que sería como pedirme que deje de escuchar los discos de Frank Sinatra a todo volumen una y otra vez. Cada noche que espío a las estrellas me acuerdo de vos y aquello que una vez me dijiste sobre la luz que cada una de ellas emite. Cómo olvidarte si me enseñaste el nombre de mi estrella favorita. Y todavía estás acá. Y rondás por mi cabeza. Y te encuentro en cada gorrión que toma vuelo. Porque con vos pasé toda una tarde tomando mates y hablando de gorriones y sabores de helados.

Me pregunto si lograste librarte de aquellas cuerdas que tan fuerte te ataban al suelo y te impedían despegar. Si descargaste algo del peso de tu espalda. Si sos más liviana y te diste cuenta que así es más fácil caminar, se salta más alto y se vuela más lejos. Mujer, ¡sí que llevabas peso en aquel entonces! A mí la sociedad ya me pesa un poquito menos. Aprendí tanto en este tiempo... es increíble cuánto se aprende cuando creés que ya no te queda nada de luz por delante. Aprendí de mí, de la gente, de las letras, de la naturaleza. De la naturaleza más que nada, que en realidad, es la que lo tiene todo. Nos tiene a todos.

Me pregunto si estarás conociendo todos aquellos destinos que nos prometimos esa fría noche de chocolates y un pedazo de papel cuadriculado. Si estarás instalada y quieta en uno de ellos, o serás tan nómade como soñábamos. ¿Llevaste tu bicicleta con vos? En cada bici azul que cruzo por la calle te busco... pero nunca sos vos quien la maneja. A veces es tu peinado, a veces la forma de tus piernas, otras tu mochila desteñida... pero nunca sos vos completamente. Tal vez hasta conseguiste la réplica del Van Gogh que tanto te gusta. Yo intenté copiarlo hace un tiempo. Pero el resultado fue tan espantoso, que lo escondí en el fondo de mi ropero, junto con las cartas de los amantes de antaño. Tal vez a las polillas les guste, quién sabe.

Quisiera saber de tus ganas, de tus nuevos sueños, de tu corazón. Espero que tus ansias de tener el mundo ante tus ojos no hayan cesado y ya hayas conseguido un montón de recuerdos para contarme algún día. Me pregunto si seguirás luchando por aquello que te robaba algunas lágrimas cada vez que me lo explicabas. Estoy segura que no bajaste la espada y que ya debés haber logrado mucho más. Hasta te imagino de la mando de quien haya invadido tu inmenso y frágil corazón y te cuide tras su escudo también, mucho más de lo que cualquiera acá pudo haberte cuidado.

Te imagino libre, despeinada, con una o dos arrugas más y una sonrisa dos veces mayor que la que conocí. Te imagino con muchos libros más en tu lista de “genialidades ya masticadas” y con la cabeza en alto hacia el sol. No puedo imaginarme dónde estás, ni con quién. Pero estoy segura que feliz. Al menos eso es lo que más deseo.

Te dejo estas letras en ese lugar que fue tan nuestro y al que tal vez algún día que me extrañes, decidas volver a buscar algún eco de lo que allí vivimos. Te las dejo ahí porque no sé qué puerta golpear, qué colectivo tomar, ni en qué planeta estarás cazando un arcoiris ahora.

Esperando saber pronto de tu sonrisa y tus nuevas aventuras, lleno el sobre de abrazos, que ésos tal vez viajen y te encuentren. Y mientras sigo con mis luchas internas que jamás terminan, espero tus noticias.

Te quiere desde el primer día (y te extraña montañas),

La de la bici amarilla.