domingo, 27 de noviembre de 2011

Color naranja

- Es un lindo color el naranja, ¿no? Los amaneceres son naranjas…
Yo supe que esperaba confirmación, complicidad. Pero  todo lo que pude hacer fue sonreír a medias, sobre mi mejilla derecha, y agregar:
- Los atardeceres también son naranjas.

martes, 22 de noviembre de 2011

De lo que no voy a escribir

Hoy podría escribir de un par de ojos que se abren y se cierran lentamente, que me espían, que me miran, que se esconden. Podría contar de la luz de atardecer que se filtra por una cortina mal cerrada y me dibuja un rostro. De la mueca de una risa, de algún lunar o de una piel. De un aroma que se queda pegado en mi cuerpo, de una canción, de una estrella. De unos dedos que recorren mi espalda, de las luces, de las sombras, de una respiración a punto de estallar.

Podría escribir de todo eso… pero hoy no quiero aburrir.

martes, 15 de noviembre de 2011

Número capicúa

Leí mi número, y mientras me concentraba en no perder el equilibro, me senté en uno de los pocos lugares que quedaban libres: el del pasillo, al lado del canoso con el pelo graso. Me acomodé y la vi subir. ‘Mínimo’, dijo simpática, para ahorrarse el ‘buen día’ seguramente. Agarró su boleto  y caminó por el mismo pasillo de piso de goma. Yo, ya sabiendo del número que le había tocado, reí. Ella miró su boleto y rió. Me miró y nos reímos, ambas con casi el mismo papelito amarillo en nuestras manos. Sí, yo pedí mínimo justo antes que vos. Sí, el capicúa era mío si te subías dos pasos antes. Ella levantó la vista buscando otro asiento libre, todavía con la sonrisa en su rostro. Siguió decidida y se sentó dos filas detrás de mí, al lado del flaco que iba leyendo Hesse.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Ella

La tímida.
La modesta.
La atenta.

La observadora.
La parecida a mí.
O a la que yo me parecía.
La callada.

La del brillo en los ojos.
La del cuerpo sano.
La del alma sana.
La dulce.

La que esperaba mi abrazo.
La que lloró en mis letras.
La que se hizo grande.
La intacta.

La dueña de mi cama.
La compañera de mi silencio.
La del pelo inmaculado.
La fuerte.

La que se fue con la primavera.
Dos días después de los jazmines y pirpintos.
Un día antes de la multitud y el ruido.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Caminante, no hay camino

«Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar. »
Antonio Machado

Hoy hago una pausa. El cuerpo ya no pesa, y el corazón ya no me cuesta. Hoy vuelvo a cargarlo con orgullo, con todas mis fuerzas y con todas mis ganas. Se eleva de nuevo al sol, en busca de la paz que tan lejos se me había perdido, en busca de la libertad, del ser yo, del elegir según los impulsos que me da el día (y también la noche). Hoy puedo decir que me acuesto sobre mi cama y sonrío mirando al techo. Porque sí, porque todo, y porque punto. Acá ya casi no se llora, y cuando el desborde es inevitable, dura cada vez menos, y se va, se va, cada vez más lejos. Entonces los jardines vuelven a ser primavera; y yo vuelvo a caminar entre hortensias y gencianas. Vuelvo a mirar cada pétalo hasta la incansable memorización y vuelvo a encontrar un diente de león que soplo, siempre soplo, no vaya a ser que no vuelvan a crecer porque los niños de hoy ya no ayudan a repartir sus semillas. Me absorbo todo el sol para mí solita. Trepo mi árbol y me quedo en su rama más firme. El viento penetra entre mis planes y genera un remolino; el que deseaba, el que faltaba. Soy liviana, soy etérea, soy toda blanca, y puedo reflejarme en colores. Hoy desempolvo mis alas y vuelo a donde quiero; con un puñado de letras en el bolsillo y un pedacito de estrella pegada en el cuello. Para que no me pierda de nada en el trayecto. Para que no me olvide de la luz ni de la brillantina. Para que vuele alto y siempre sepa que no existen los caminos ni las flechas. Que el mundo es inmenso y las posibilidades infinitas. Que es más lindo flotar. Que es más fácil con menos equipaje. Y que el sol siempre calienta. Siempre.