domingo, 29 de agosto de 2010

Renovada | Diario de viaje | Parte V

Me encuentro sola entre tanta madera y tanta agua. Sola, pero muy bien acompañada. Sí, claro, sola… pero con el pecho amplio y la cabeza en alto. Feliz de tenerme, que es lo que más necesitaba. Feliz de sentirme y de saberme capaz de acompañarme. A dos mil kilómetros de lo que llamo casa, logré varias certezas que buscaba, y otras que simplemente se hicieron presentes.

Vuelvo a saber que puedo acompañarme a mí misma, que soy quien más me conoce y que puedo ser feliz en soledad. Claro que cuando uno está bien acompañado, las cosas pueden ser fantásticas, pero solo, también. Y ahora que no te tengo conmigo, sé cómo estar sola, aunque te extrañe y tenga ganas de tenerte acá.

Vuelvo a estar segura que la vista es mi sentido favorito, pero no podría ser feliz si me faltara alguno de los cinco sentidos. Valoro tanto cada sensación que me brindan.

Vuelvo a darme cuenta que no pertenezco a ningún lugar. Que no tengo raíces en los pies, ni sogas a ningún suelo. Que nadie me detiene.

Sé que el frío existe, y que la voluntad flaquea. Pero puede hacerse tan grande y fuerte como se quiera.

Sentí la inmensidad y majestuosidad de un enorme lago azul de día, y lo vi convertirse en una inmensa masa negra, dispuesta a devorar cada pedacito de optimismo o felicidad. Supe que no sucedería ahora. Que no podría conmigo en este momento de mi vida. Pero podría ser muy peligroso en cualquier otro momento en que me agarre con las defensas un poco más bajas.

Soy inmensa y eterna cuando escribo. Aunque nadie lo lea, aunque a nadie le guste. Si las palabras salen, es porque están, y eso es lo que a mí me alcanza. Y sentir que puedo sacarlas me hace feliz.

Quisiera tener todo este tiempo más seguido. Para reinventarme y renovarme. Para leer y volcarme en letras. Para fortalecer mi espíritu y también mi cuerpo.

Estoy sola en este rinconcito que decoré a mi modo por unos días. Entre tanta gente que no conozco y tantas tonadas que se confunden. No miro por la ventana para ver si reconozco a quien camina, sino para crear ese nuevo universo que cruza mi vida. Estoy sola y mi mundo es pequeño; pero no me siento sola, y extiendo mis fronteras hasta donde yo quiero.

Me encuentro en un árbol, en un pájaro o en una pequeña ola. Porque estoy ahí, en cada cosa que atrae mis ojos, en cada detalle que forma este paisaje del que me hago parte. Y encuentro la belleza a cada instante.

Se termina este viaje, pero vuelvo más renovada que nunca. Más segura. Más feliz. Más yo. Yo y todo esto que soy. Todo esto que cargo y no pesa. En realidad, alivia. Da forma.

jueves, 26 de agosto de 2010

Lluvia | Diario de viaje | Parte IV

Acá llueve. Llueve mucho. Y el viento es demasiado violento. Golpea mi cara, mi cuerpo, me hace perder el equilibrio, golpea paredes y hace sonar ventanas. Me asusto, pero me consuelo pensando que las estructuras deben haber aguantado situaciones peores.

Llueve violentamente y las gotas, desviadas e impulsadas por ese inmenso e incesante soplido, duelen al chocar mi cuerpo. El frío se hace sentir. Mis abrigos se sacuden y no entiendo por qué pequeños orificios la ventolera se hace un lugar y llego a mi piel. Cada gota suena con un seco plop en alguna parte de mi cuerpo cubierto. Me encorvo para evitar filtraciones bajo mi capucha y me obligo a cerrar los ojos. Los presiono con fuerza.

El cansancio ya se nota. El cuerpo grita de frío y dolor. Con ropajes tan mojados no hay voluntad que aguante. Pero a pesar del viento, logro mantenerme en pie. Los músculos me arden de dolor y cansancio, mis piernas en cualquier momento, o se dejan caer, o explotan. Pero ya falta poco. Y las gotas me duelen en las mejillas, y el sonido es ensordecedor. Adelante no se ve nada. Todo es tan blanco. Mis pies se hunden y me piden más fuerza. Ya falta menos. Logro elevarlos y seguir. No siento mis dedos. Me explotan las piernas. Y veo la luz. Y veo la gente. Me alivio por un rato.

Sigue lloviendo pero mis ropas ya están secas y mi cuerpo caliente. Sigue lloviendo pero ahora tengo techo y mis músculos están relajados. Duelen de cansancio. El viento choca contra la pared y mi equilibrio ya no depende de él. Ya no flameo. Pero me siento tan feliz de haberlo logrado… Porque sólo así se puede saber que el frío todavía se puede aguantar un poquito más, que los músculos no nos van a abandonar tan rápido, aunque duelan insoportablemente, y que si hay placer detrás de todo esto, sigue valiendo la pena.

Llueve más fuerte. Cada vez es mayor el ruido de la tormenta. Y me pregunto por vos. ¿Lloverá allá donde estás? ¿Te desestabilizarás con el viento? ¿Tendrás frío? Podríamos abrazarnos y brindarnos un poquito de calor. Podríamos mirarnos y creo que con eso ya seríamos un poquito más fuertes.

¿Lloverá ahí fuera? Acá sí, llueve mucho por fuera. ¿Te lloverá ahí dentro? Acá tengo mucho sol, y podría llevártelo a donde sea que estés si es que andás necesitando un poquito de luz o calor.

martes, 24 de agosto de 2010

Máscaras | Diario de viaje | Parte III

Hoy he tenido algunos cambios, socialmente hablando. He salido de mi ensimismamiento y cultivo personal para mirar al resto, para cruzar una que otra palabra con algún desconocido. Pero de aquellos con los que he estado estos días, me he alejado un poquito.

Hoy he tenido miles de personas a mi alrededor. Físicamente, todas muy distintas, pero a la vez, tan parecidas. Sólo intercambié palabras (de cortesía) con menos de cinco desconocidos, pero me he dedicado en cambio, a pensar en cada uno que pude mirar, aunque sólo sea una parte de su cara lo que mostraban.

Es algo que me gusta hacer. Incentiva mi imaginación y mi sensibilidad. Cuando veo a alguien ya tengo en mi mente gran parte de su forma de ser, personalidad o estado de ánimo. Y cuando son miradas las que cruzamos, descubro mucho más.

A medida que avanzaba y nuevas siluetas pasaban ante mis ojos críticos, en mi cabeza se fue formando todo un universo de personalidades, que hasta convivían. El de verde tiene pinta de histérico, el de azul es tímido y la de rosa quiere volver a su casa, pero no se lo dice a su acompañante, un soberbio señor alto vestido de negro. La de blanco sabe mucho, tal vez esté pensando en la explicación de algo, el del camuflaje seguro es músico, y la del estampado en grises es fotógrafa, artista o escritora. Y así, hasta inventé situaciones y supe el papel que cada uno tendría.

También pensé en el lenguaje del cuerpo. En cómo una postura nos delata, o una mirada nos destapa. En lo vulnerable que podemos ser ante ojos observadores. Pensé en las máscaras que cargamos constantemente y detrás de las que nos escondemos. Me pregunté cómo me vería la gente a mí, con qué máscara me identificarán. Y me planteé cómo cambiamos las máscaras según la ocasión. En un corto tiempo cambié de personalidad varias veces. Fui la soberbia, la amable, la antipática, la risueña, la indiscreta. Y creo que los papeles me salieron bastante bien.

Total, aquí nadie me conoce. Nadie sabe que en realidad soy la tímida que sólo logra soltarse cuando siente fortaleza en el pecho y nadie la conoce… o cuando siente que no significa absolutamente nada para las miles de personas que la rodean. De esto, también debería aprender.

Y me pregunté con qué máscara te vería si te encontrara por aquí… o cuál te pondrías para lograr tu lugar entre tantas otras. Me pregunté qué tanto podría modificarse mi máscara si te viera… y estoy segura que aunque pretenda ser lo que sea, tus ojos son otro par de observadores que saben lo que en realidad llevo acá adentro.

lunes, 23 de agosto de 2010

Frente al lago | Diario de viaje | Parte II

Ahora estoy sentada, con mi libreta de hojas lisas entre mis manos, a la orilla del lago que tengo más cercano. Es majestuoso, inmenso y azul, tan delicioso y hermoso... Me siento en una roca aislada del paso de la gente y cerca de la orilla. Con guantes en mis manos se me dificulta un poco, pero puedo escribir sin que mis manitos deseen la vagancia y el calor de mis bolsillos.

El viento vuelve a despeinar mi cabello, mientras despeina también la superficie de aquel espejo. Se forman pequeñas olas y rompen cerca de mis pies con un tímido sonido que es opacado por el viento y los árboles que éste agita. El agua es transparente, es cristalina, y se acerca a mí. Me llama, me tienta con su belleza, mientras mueve pequeñas piedritas de su lugar. Las lleva consigo y luego las devuelve rodando. Alfonsina se fue como las piedritas, pero ella no volvió. En cambio sí, vuelve a mi mente. Comprendo la belleza en la que se dejó caer. Comprendo su elección. Pero no, claro que no pienso en mi final ahora, con tanta belleza ante mis ojos y mi alma. De noche debe ser más silencioso y temeroso todo aquello… El viento debe ser más fuerte y la paz mayor… pero una debe teñirse de angustia sentándose en plena noche donde ahora me encuentro. Voy a intentarlo, sin embargo, voy a sentir el silencio de un enorme y bello lago en la oscuridad. Voy a volver a esta roca una de estas noches.

Salgo de un trance que mantuvo mis ojos fijos en aquel horizonte del lago, donde empieza a esconderse entre las montañas, y miro sus alrededores. Muchos árboles, de muchos tipos y especies. Todos muy altos y fuertes, acostumbrados a tanto frío y tanto viento. Todos son perfectamente verticales, buscan el cielo, buscan el sol. El viento los peina hacia arriba. Éste no es lugar para árboles indecisos o encorvados. Cuánto quisiera aprender un poco de ciertas especies...

Elevo un poco mi mirada y… ¿qué hay allí? ¡Tienen pequeñas piñas redondas! Ay, si estuvieras acá… los árboles tienen aquellas a las que les llamás “pelotitas” y te gusta recoger cada vez que salimos a cambiar. Siempre volvés con varias de ellas entre tus manos y después te gusta exhibirlas sobre aquella repisa, entre tus libros y fotos. Pero, ¿sabés? Allá no hay tantas. Acá enloquecerías al ver cuántos nuevos tipos de “pelotitas” descubrí.

Cuánto me gustaría caminar con vos por la orilla del lago mientras te veo agacharte a buscar pequeñas piñas, o mientras me desvío del camino a traerte alguna de un árbol más aislado. Y ver tu sonrisa al estirar tu mano para recibirla. Sí, cuando regrese voy a llevarte alguna de regalo, no tengas duda. Son demasiado hermosas como para que queden aquí tiradas y vos sólo puedas imaginarlas. Ahora mismo voy a recoger algunas y a guardarlas en mi mochila aventurera.

sábado, 21 de agosto de 2010

Primeros estímulos | Diario de viaje | Parte I

Después de un largo, pero placentero viaje, llegué a destino. Muchas horas pasé sobre esas ruedas que giraron tantas veces y saltaron con un par de pozos. Sobre ellas yo, con un libro entre mis manos, a veces una lapicera, y mis melodías favoritas entonándose.

He sido parte de muchos y diferentes paisajes que me fueron albergando en sus pastos, sus caminos de tierra, viñedos, montañas y cabras. Cada uno custodiado por un cielo distinto y teñido de un sol único. Encontré formas en las nubes, me imaginé viviendo en una casita rodeada de enormes kilómetros de campo, y sentí mi pequeñez al estar cerca de aquellas enormes estructuras metálicas donde viajan los cables de una punta a la otra del país. Siempre me inquietaron esos monstruos, desde que soy pequeña. Son súper-hombres (siempre les vi forma de personas) con espaldas anchas, brazos y piernas firmes, que soportan enormes calores y eternos fríos; enfrentan todos los vientos y siguen en pie, orgullosos y firmes con sus brazos en alto y sus cables suspendidos.

Y ahora estoy acá, rodeada de tanta agua. Hay lagos por todas partes, ¡es tan hermoso! Todos son muy grandes e increíblemente turquesas. Desconozco qué tan profundos serán, pero siento una gran sensación de protección mezclada con pureza al saberme entre estas enormes masas de agua.

Acá corre mucho viento. Hay sol, pero el viento tiene tanta fuerza, que los árboles no se mecen, se agitan con mucho ritmo y actitud. Es un viento bastante frío; es el culpable de la necesidad de una campera. Además, me despeina. Con mis dedos vuelvo mi cabello a su lugar, y apenas lo hice, el viento volvió a despeinarme. De todos modos, ¿de qué me sirve estar peinada? Con menos protocolo la vida es más interesante.

Acá no sé si nuestro volantín aguantaría. Se agitaría violentamente, le costaría tomar vuelo, pero estoy segura que volaría. Tal vez el viento tan fuerte le facilite la elevación. Seguramente permanecerá mucho más tiempo en el aire, sin amagar una caída. Tal vez demore en acostumbrarse, pero lo hará. Podríamos intentarlo algún día por acá…

Pero no estás acá. Estás tan lejos ahora… Constantemente me pregunto por vos. ¿Estarás bien? ¿Me extrañarás? ¿Pensarás en mí? ¿En qué usarás tu tiempo ahora que no estoy? ¿Estarás deseando mi regreso?... Y… ¿y si nunca regresara?

Me imagino y me invento una respuesta a cada una de mis preguntas. Siempre creo en aquella respuesta que es la que deseo, pero nunca falta la opuesta… ¿y si te das cuenta que no te hago falta? No, no. Estoy segura que me estás pensando… y hasta esperando.

jueves, 19 de agosto de 2010

Remember me

If you could hear me, 
I would say that our finger prints 
don't fade from the lives we've touched.

[Si pudieras oírme, 
te diría que nuestras huellas digitales 
no se desvanecen de las vidas que hemos tocado.]

Tx: Tyler Hawkins, Remember Me | Ph: imdb.com | Edición: Valebé

viernes, 13 de agosto de 2010

Y de repente, en algún punto, lo encontrás

El siguiente cuento surgió a modo de juego, que me propuso mi amigo Santiago en http://snotions.blogspot.com/2010/08/les-propongo-un-juego.html
Consiste, básicamente, en elegir una de las ideas propuestas y escribir un cuento. Luego, al comparar los resultados con los demás participantes, se encuentran resultados muy interesantes. Lean ahí las reglas, y si les interesa, están todos invitados, por acá, por allá, por donde sea.


Llegué a la esquina y tropecé con un hombre que se parecía mucho a mí, diría que casi era mi clon. No podía ser posible... ¡hasta vestía igual que yo!

Confieso que me asusté un poco, y en un segundo un montón de ideas atravesaron los rincones de mi acalorado cerebro. Estaba frente a un espejo. Algún empleado de alguna vidriería estaba caminando con un espejo a cuestas. No. Yo tenía cara de asustado y él sonreía. El calor me estaba sofocando demasiado, cerraría los ojos y no estaría. Apreté mis ojos y la repugnante imagen de mi clon sonriendo, justo en frente mío, siguió punzante. Sonreía. ¿Cómo podía estar sonriendo si acababa de quitarme mi apariencia física, casi mi identidad completa? ¿Cómo podía sonreír si yo era el verdadero portador de aquellos rasgos y él era una vil copia? ¿Lo era?

No sé cuántos segundos pasaron mientras nuestras miradas hacían contacto y nuestros cuerpos permanecían estáticos frente a frente. Noté ese brillo de satisfacción en sus ojos. Yo sólo emanaba celos, enojo, preguntas. No podía ser, esto realmente no era posible. Decidí ponerlo a prueba.

Levanté mi brazo derecho lentamente, porque en el izquierdo cargaba con mi portafolios (él también cargaba uno... ¡en la misma mano!) y lo saludé, sin poder ocultar mi curiosidad. Esbozó nuevamente su sonrisa malvada y me devolvió el saludo de la misma manera. Oh no, ¿ahora? Lo miré fijo con la intención de asustarlo o intimidarlo. Nada pude. Su mirada era aún más poderosa. Coloqué el brazo detrás de mi espalda para ver qué hacía y me sorprendió su voz:

- ¿Tratás de corroborar si soy tu espejo? –¿tengo que contestarle?, pensé. Tras mi silencio agregó- Dale, “Otro Carlos”, contestame. –No, esto definitivamente no podía ser.
- ¡¿Otro Carlos?! Mirá... yo no me llamo Carlos, ni soy otro de nadie, ¿entendiste?
- Pará un poco, aflojate. Estaba bromeando. Carlos, mucho gusto –dijo extendiéndome la mano. Dudé... pero nunca le negué el saludo a nadie, ni consideré que sería apropiado hacerlo.
- Hernán –contesté tímidamente mientras estrechaba esa mano tan parecida a la mía, y hasta con la misma temperatura.

Permanecimos otros incómodos segundos en silencio, mirándonos. ¿Cómo podía preguntarle todo lo que se me ocurría? Aparte... ¿quién era él para poder contestarme? ¿Por qué estaba tan tranquilo? ¿Acaso era mi clon? ¿Acaso tenía un gemelo y nunca me había enterado? Interrumpió mis preguntas:

- ¿Qué te pasa que estás tan tenso?
- ¿Encontrás alguna razón para no estarlo si estoy viendo a mi clon al frente mío?
- ¿Nunca te había pasado de encontrar a alguien igual a vos? A mí, es la segunda vez que me pasa. –me dijo, con la mayor tranquilidad del mundo.

domingo, 8 de agosto de 2010

En algún punto, incompatibles

Él la quería para no crecer tan de golpe,
para permanecer un tiempo más
en aquella adolescencia
que todavía no debía terminar.

Ella lo quería para sentirse mayor,
para alejarse lo antes posible
de aquellas caras adolescentes
donde ya nada tenía que hacer.

Pero nunca lo supieron.
Y por eso lo intentaron.
Y fueron felices,
al menos el tiempo que duraron.

sábado, 7 de agosto de 2010

Sanz

Te escribo desde los centros de mi propia existencia
donde nacen las ansias, la infinita esencia.

Tx: Alejandro Sanz, Cuando nadie me ve | Ph: google.com | Edición: Valebé

jueves, 5 de agosto de 2010

Un regalo de cumpleaños


Nicolás era uno de esos chicos bastante más flacos que el resto, tez morena y pies descalzos. Salía de casa temprano, en la fría mañana, y escuchaba con atención las clases en la escuela. Volvía al medio día, invadido por el hambre, y lograba comer algún pequeño plato de polenta que compartía con sus seis hermanos. Luego salía de nuevo, con su cajoncito de lustrar colgado al hombro.

Llevaba la vida de un chico de la calle. Era uno de ellos. Pero Nicolás tenía un brillo particular en los ojos. «Es el brillo de la esperanza, de la fuerza y las ganas de seguir adelante» le chusmeaba una vecina regordeta a su amiga cada vez que lo veía pasar por su vereda. Era un brillo en sus ojos que lo hacía diferente al resto.

El día de su cumpleaños, Nicolás sólo recibió un par de saludos desanimados de su madre y un hermano antes de salir de casa. No hubo regalos. Para ellos nunca los hay. Por eso el día del cumpleaños suele ser sólo uno más. Pero esa mañana Nicolás se levantó con más ánimos que otros días, tenía el presentimiento que esta vez, algún regalo podía recibir.

Fue camino a la escuela que lo vio. Abrió grande los ojos y observó gran espectáculo por un buen rato. No era algo que se veía todos los días y ese día sucedía porque era su cumpleaños. Quería grabarlo en la retina, en su memoria para siempre. Estaba allí. Gigante, inmenso, lleno de calor, de alegría y del afecto que no tenía. El más inmenso y perfecto sol se elevaba naranja, brilloso, esplendoroso. Se abría paso entre las nubes que hacían juego con sus colores y la más grande sonrisa. Tenía el mayor espectáculo delante, el mundo íntegro, la vida entera sólo para él. Todo era suyo. Y con un año más de vida en esa espalda ya cansada, sus ojitos brillaban más que nunca.

Luego de unos minutos de respirar profundamente y no pestañear se acordó que debía seguir su camino. Tomó valor, asegurándose de no olvidarse su regalo allí, y siguió su camino.

Ya en la escuela uno de los niños se acordó qué fecha era y lo saludó:

- ¡Feliz cumpleaños Nico! ¿Qué tal la estás pasando?
- ¡Muchas gracias! ¡Espectacular! He tenido una mañana hermosa.
- ¡Cuánto me alegro! Seguro algún regalito te hace tan feliz.
- Recibí el mejor regalo que se puede recibir.
- ¿Qué? ¿Conseguiste la bicicleta? ¿La pelota que aparece en el cartel gigante?
- No. Recibí el más hermoso amanecer.
- Pero eso no es un regalo para vos, es algo que siempre hay y todos podemos verlo.
- Pero hoy fue hecho para mí y nadie lo vio ni lo disfrutó como yo. ¿Acaso te detuviste en medio del camino a admirarlo? ¿Te gustó tanto que te dejó sin aliento? ¿Te ensanchó el pecho y la sonrisa? ¿Te hizo brillar los ojos y sentirte la persona más feliz en la faz de la tierra? –su amigo lo miraba extrañado, sin comprender- Con ese espectáculo en frente sentí que no necesitaba más nada. Podía vivir eternamente frente a ese poderoso sol abriéndose paso en la mañana. ¿Acaso te sorprendiste al verlo? ¿Si quiera lo viste? El amanecer de hoy fue mi regalo, el mejor que he recibido y que voy a recibir. Y fue solo mío, porque nadie, yo sé que nadie, lo sintió como yo.

domingo, 1 de agosto de 2010

¡Piedra por mí!

Detrás de una pared de concreto, lo escuché. Las correteadas por la casa y de repente ¡piedra por mí! Risas, y de nuevo silencio en el que sólo se escuchaban pequeños pasitos alejándose lo más sigilosos posible. Silencio otra vez y después de un buen rato, más correteadas y de nuevo ¡piedra por mí! Risas y diversión rondando la casa. Por fin se estaba divirtiendo con algo que yo me había divertido en mi infancia. Por fin un juego que no tenga una pantalla de por medio. Creo que entre todas esas risas, algo logró entender de por qué yo digo siempre que antes nos divertíamos con juegos mucho más baratos y más sanos.

Cadáveres

Cuando todos los invasores sean cadáveres, yo me levantaré y seré.