lunes, 24 de noviembre de 2008

Reencuentros

Reencuentros y vivencias de antiguas experiencias. De ellas también se vive. Vitalizan, regeneran, energizan, potencian, emocionan. Sensaciones reencontradas, rostros otra vez observados, cuerpos cercanos. Luces que se encienden después de un largo tiempo. Corazones que laten a gran velocidad. Reencontrarse es necesario cuando la vida quiere regresarnos a alguien que no debió haberse perdido o no debimos haber olvidado en el camino. Reencuentros. Sonrisas ya casi perdidas. Gestos difusos. Pretendiendo que no extrañamos. Tratando de no hacerlo. Pero extrañamos. Y queremos. Y volvemos a vivirlo. Y volvemos a encontrarnos. Y volvemos a querernos. Y volvemos a extrañarnos. Pero esta vez llenos de energía, de vida, de felicidad y de esperanzas que renacieron y revivieron.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Un sueño a flor de piel

Estoy viviendo con un sueño a flor de piel, con indescriptibles ganas de realizarlo y de lograrlo, pero no logro encontrar las palabras exactas para describirlo, ni para comenzar a realizarlo. Y yo no me doy por vencida. El sueño sigue presente y seguirá hasta que sea su tiempo y pueda ser realizado. Este tiempo es simplemente el que necesito para ir planeándolo. Se dará. Porque así lo quiero, y porque voy a seguir persiguiéndolo e intentándolo.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Otra vez sucede

De nuevo me está pasando.

De a poquito empiezo a sentir

que ya nos estamos distanciando.

Y no me gusta.

Y no lo quiero.

No de nuevo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Silencio mutuo

Está a punto de terminar el día y todavía no hemos hablado. Está a punto de terminar mi día. No soporto más esta tensión, estas ganas desesperadas de verte, pero de que todo haya vuelto a la normalidad. No soporto estos nervios y estos pensamientos que no abandonan mi cabeza. Por eso decido terminar mi día ahora y empezar de nuevo mañana, con nuevos aires, con un nuevo sol.

Está a punto de terminar el día y todavía no hemos hablado. Y sé que terminará sin que hayamos cruzado una palabra. Porque hoy es un día que te siento así, tan lejos mío, y yo tan lejos tuyo. Hoy ninguno de los dos se atrevió a levantar el teléfono ni a marcar unas teclas en un celular. Ninguno de los dos.

Y así como ahora te pienso desesperadamente mientras trato de dormirme para hacer que todo lo que da vueltas en mi cabeza descanse un poco y deje de marearme, supongo que también andaré por tus pensamientos, aunque no esté tan segura de ello. Y mañana amaneceré una vez más pensando en vos y con ganas de volver todo como era antes. Y diré que estuve estudiando toda el día y que cuando me disponía a llamarte me quedé dormida muy temprano en la tarde y no desperté hasta que el sol estuvo muy alto el día siguiente. Y dirás que tuviste que salir de improviso y que el celular no tenía batería y que volviste a una hora que no era apropiada para llamarme. Y ambos creeremos la versión del otro sin estar seguro que la nuestra está siendo creída. Y en el fondo ambos sabemos que no era un buen día para vernos. Que simplemente no queríamos hablar para darnos un tiempo para pensar las cosas y analizarlas cada uno por su lado.

En el fondo, muy en el fondo, los dos sabíamos que ese día no teníamos ganas de escucharnos la voz, pero al siguiente sí. Y no era el día apropiado para volver las cosas como eran antes. Por eso ninguno se atrevió. Pero hoy sí.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Días sombríos de encierro

Y en los días que se sentía así su habitación se convertía en una cueva sombría. Se escondía tras la puerta descascarada, cerraba todas las ventanas y sólo se filtraba un débil rayo de luz entre los pliegos de la cortina que sin resistencia simplemente se deja caer a la voluntad de la gravedad. Se acurrucaba entre sábanas solitarias y arrugadas, y abrazaba un oso de peluche sin vida. Se escudaba en el olor a humedad y encierro que ella ya no sentía, y clavaba su cabeza en lo más hondo de la almohada casi impidiéndose respirar. La música sonaba a todo volumen, sin saber ya qué escuchaba o si era real lo que oía. Y no sabía lo que ocurría fuera de su fortaleza. Era ella, las cuatro paredes y todo lo que podría haber allí dentro. No sabía qué ni quiénes afuera, si lluvia, sol, estrellas o viento. Si tarde, mañana o noche. Era ella escudada de todo y abstraída del mundo. Ella y su mundo sombrío, ese en el que se sumergía cada tanto. Ella y miles de pensamientos rondando en su cabeza despeinada, saliendo por ojos hinchados de tanto llorar, oídos aturdidos y manos con esmalte rojo descascarado desde hacía ya varios días.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Posterización



El trabajo final de Medios de Expresión consistió en tomar una foto y reducirla a 4 niveles de luminosidad-oscuridad. De ahí la representamos como primer paso en lápiz negro en sus 4 niveles, luego lápiz de color de 1 sólo color en 4 tonos (agregando nuestro nombre o apodo), luego collage con cartulinas en dos colores complementarios y finalmente hicimos la pasterización digital con Photoshop con 2 pares de colores complementarios. Todo en formato A4. El de lápiz negro no me convence… lo hice con pocas ganas, y además no me gusta mucho trabajar con grafito. Pero al resto sí le puse pilas :)











Después de trabajar con nuestro rostro elegimos un famoso e hicimos el mismo proceso de reducción a 4 niveles y lo representamos en tamaño A3 mediante collage de cartulinas, pero con colores en gama. Yo utilicé celeste claro, celeste, azul y violeta. Además, le agregamos una frase. Mi famoso: Freddie Mercury.


sábado, 8 de noviembre de 2008

Diseño de un libro

El trabajo final de taller fue el diseño de un libro con su tapa, contratapa, lomo, solapas, señalador y bolsa o contenedor (yo hice bolsa). Se tomó a Roberto Fontanarrosa como autor literario, es decir, no su humor gráfico, sino sus cuentos. Nos tocó un cuento a cada uno y nuestro libro llevaría el nombre del cuento “y otros cuentos”.

El mío fue “El rey de la milonga y otros cuentos” y esto fue lo que hice. Ahí pueden ver la bolsa, el libro y el señalador de ambos lados en cada foto. El panel de atrás es el sistema tapa-contratapa-lomo-solapas todo desplegado sobre un cartón para ver bien lo que hay del otro lado y dentro del libro.

Y bueno, eso fue :)



jueves, 6 de noviembre de 2008

Con una flor blanca en el cabello

Te veo todos los días. No sé desde cuándo, pero sé que ya se ha convertido en rutina. No sé si siempre te vi y nunca te presté atención o si ese primer día que fijé mis ojos en vos fue tu primer viaje en ese colectivo tan lleno de gente. Realmente no sé hace cuánto tiempo viajamos juntos todas las mañanas, sólo sé que desde el día que llevabas esa flor blanca en el costado izquierdo de tu cabeza fijé mi vista en tu presencia y no puedo dejar de hacerlo cada nuevo día.

Todas las mañanas veo tus piernas trepar esos tres escalones sin ningún tipo de dificultad. Seguramente tendrás piernas de atleta, se nota que están entrenadas con algún deporte. Veo tus ojos que recorren rápidamente las primeras filas de asientos, veo tu mirada descender para recibir el boleto anaranjado y veo tu cabeza elevarse de nuevo, lista para la búsqueda de un asiento. Y siempre tenés la misma suerte de sentarte en el último o penúltimo asiento que queda libre. Yo creo que el colectivo te espera y siempre te tiene un lugar reservado. Aunque a veces pienso que es sólo la casualidad de vivir cerca de la última parada en la que sube poca gente. Mi tío solía decir que no existen las casualidades. ¿Será que por algo siempre conseguís sentarte? ¿Te diste cuenta que a partir de la siguiente parada comienzan a subir unas siete a diez personas en cada una? Seguramente te diste cuenta. Y hasta quizás caminás hasta esa parada para poder conseguir tu asiento libre. Definitivamente, cada vez me convenzo más que las casualidades no existen.

Te sentás despacio, te acomodás el cabello lacio sobre tu hombro derecho, cruzás tu pierna derecha sobre la izquierda, colocás tu cartera en tus piernas y una mano sobre la otra mientras mirás por la ventana. Después de treinta segundos de mirar por la ventana das un vistazo dentro del colectivo, para corroborar, como todas las mañanas, que no hay rostros conocidos, y seguís mirando por la ventana. Y así te pasás todo el viaje hasta la parada que está en frente a ese edificio de oficinas, donde supongo que trabajás. Te levantás despacio, acomodás tu cartera firme sobre tu hombro derecho, caminás segura hasta la puerta trasera, presionás el botón con el dedo índice y descendés de nuevo sin ningún tipo de problemas.

Y así pasa una mañana más que te observo detenidamente y seguís sin darte cuenta. Me pierdo en tus pantalones Oxford, en tus camisas y remeras de colores pálidos, en tu cabello tan lacio, en esa flor blanca que a veces llevás del lado izquierdo de tu cabeza. En tu mirada angelical que sale por la ventana, que recorre el colectivo como en busca de algo, de alguien.

Cada mañana espero tu humilde pero flamante ascenso para disfrutar una vez más de tu presencia. Porque aunque no lo sepas, alguien espera cada mañana para verte. Y no sé tu nombre, ni tu edad, ni tu dirección, ni gustos, ni afectos, ni actividades. No sé nada de vos, pero a la vez siento que sé mucho con el sólo hecho de observarte cada mañana. O quizás sólo siento que con eso me alcanza.

Podría preguntarte tu nombre. Podría decirte el mío. Hola, ¿cómo estás? ¿Puedo acompañarte? ¿Vivís por aquí cerca? Qué linda flor blanca que tenés en el cabello. Tantas cosas podría decir en esos 25 minutos que comparto cada día con vos… Pero cuando lo pienso desisto a la idea. Si un día hablara con vos podrían ocurrir dos cosas: que nos llevemos bien y sigamos hablando todos los días, o que nos llevemos mal y comiences a tomar otra línea, u otro horario y no nos veamos más, o comiences a evitarme aún en el mismo colectivo. De cualquiera de las dos formas me quedaría sin esa persona a la que espero todas las mañanas para sólo poder observar. Porque lo que me atrae de vos es la magia de observarte. Sólo observarte. Y estoy seguro que el día que te dirija una palabra, toda la magia se habrá ido, así que por ahora sólo quiero que sigas siendo la mujer que observo mientras viajo a mi trabajo. Y quiero seguir siendo para vos el mismo desconocido de siempre.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Reviviendo un verano olvidado

Ese tiempo había quedado atrás, ya casi no se acordaba de aquellos días en los que salían juntas, la cantidad de cuadras que caminaban por noche, las vueltas a la plaza, los pies que se enterraban en la arena al caminar, y se mojaban con el mar. Esos días de verano, las zambullidas y las olas que empujaban y hacían reír. El sol que las dejaba cada día un poco más doradas y el viento fresco por la noche. Las charlas, las risas, las historias, las anécdotas. Habían sido épocas felices de mucha amistad, variadas historias en poco tiempo y un lazo que se hizo muy fuerte en menos de un día. Así había comenzado aquel verano, tantos años atrás, con tantas ganas de pasarla bien y finalizando con un objetivo totalmente cumplido.

Hablaron de miles de temas variados y rieron juntas de miles de anécdotas, comentarios y bromas. Pasaban los días y cada vez se daban más cuenta de cuánto se parecían y qué bien que la pasaban juntas. Tema de conversación nunca faltaba, y cuando palabras no había era porque el silencio se hacía un lugar, porque ellas le hacían un lugar, porque de vez en cuando es necesario. Sabían cuándo hablar y cuándo callar. Qué decir en cada situación. Había respeto mutuo, había confianza. Confianza que fue creciendo, que se convirtió en amistad, en un fuerte afecto por esa nueva amiga. Ya se querían y se necesitaban.

Se contaban historias del pasado de cada una, hablaban de sus gustos, daban sus opiniones de diversos temas, actividades que llevaban a cabo, rutinas, sueños y amores. Opinaban de lo que vivían en ese presente y hasta inventaban historias. Pero algo que nunca hicieron fue planear actividades para cuando llegue aquello que no querían: el fin del verano. Nunca dijeron en voz alta lo que harían al volver a sus hogares, pero sí lo pensaron, y mucho. Las dos sabían que volver significaba regresar a otras vidas, retomar actividades, y sabían que se verían cada vez menos, y hasta pensaban en la posibilidad del lento olvido. Pero en ese momento no querían aceptarlo y se prometían no abandonarse. Una noche, abrazadas y pensando en eso, pero hablando de otro tema, a ambas les rodaron un par de lágrimas por las mejillas.

Así tuvo que terminar el verano, siendo lo que menos querían. Se extrañaban. Había sido un corto tiempo y habiendo estado tan juntas, era difícil la separación y el regreso a las vidas cotidianas. Pero no había otra opción y cada vez se hacía más difícil reencontrarse. El tiempo pasó y el lapso entre una llamada y otra era cada vez más largo. Verse era cada vez más difícil. Sus vidas eran tan distintas que encontrarse de casualidad era prácticamente imposible. Pero aún así tenían tanto en común…

Se extrañaban, pero ya nadie lo decía. Y así se fueron olvidando una de la otra y de los momentos que juntas vivieron. Todo comenzó a ser parte de un pasado cada vez más lejano y que no volvería. Esos caminos que en algún momento habían estado juntos se habían separado y ninguna creía en la posibilidad de que volvieran a juntarse.

Alguna vez ella escuchó hablar de su amiga, y se sorprendió al darse cuenta que ya no la recordaba con tristeza o melancolía, sino que simplemente la recordaba como algo que fue, que cumplió su ciclo y tuvo que terminar, o eso pensaba entonces. Tenía ganas de vivir días como aquellos, de volver a sentir esa amistad que no pudo reemplazar con más nadie, pero sabía que el tiempo había pasado y sólo quedaban algunos recuerdos difusos.

Y fue así, cuando ya casi la olvidaba por completo, que se enteró que la tenía cerca, que existía la posibilidad de cruzarla por la vida nuevamente. Se emocionó, quería verla, quería saber cómo estaba, si finalmente había sucedido aquello que estaba planeando tanto tiempo atrás. Quería verla nuevamente, pero a la vez no estaba segura si sería bueno o no. ¿Sería un reencuentro como en aquellos días, con un fuerte abrazo y mucho cariño todavía vivo en la relación que había quedado en pausa por un tiempo? ¿Serían casi dos desconocidas que se saludarían con un tímido y cortante “hola, ¿cómo estás?”? No lo sabía. Y no quería verla para no desilusionarse, pero las ganas de sentir ese cálido abrazo y esa sonrisa con esos dientes tan particulares era mucho más fuerte. Sí, estaba segura, quería verla, pase lo que pase en ese reencuentro.

Fue un sábado por la tarde cuando sus ojos tuvieron que mirar dos veces para estar seguros. Sí, ¡era ella! Y venía caminando hacia donde su vieja amiga se encontraba. Ambas camufladas en una multitud en la que era difícil encontrarse, pero aún así era tan fácil reconocerse... El movimiento de esa espalda al ritmo de los pies era único, y el eco de su voz ya se distinguía a lo lejos. Era ella, ¡era ella! Fue un salto en el corazón lo que sintió, ganas de correr y abrazarla, decirle tantas cosas que se había guardado por tanto tiempo.

Pero se contuvo y trató de no hacerlo tan evidente. Seguramente su amiga no la había extrañado tanto como ella y no estaba tan emocionada de volver a verla. Por eso caminó sin tanto apuro, pero sí con una amplia sonrisa, y se acercó a saludarla. Y se saludaron, y se abrazaron, y se miraron de cerca, y se dieron cuenta cuánto se habían extrañado y qué poco cambiadas estaban.

Cruzaron pocas palabras cargadas de emoción y nervios, de melancolía y recuerdo. Era la misma voz, exactamente la misma entonación, las mismas pausas, las mismas expresiones. Por un momento sintió que vivía de nuevo aquel verano de adolescencia.

Fueron pocas las palabras. El tiempo las apuraba y esto se sumaba a la emoción del momento y el no saber qué decir después de tanto tiempo. Fueron pocas las palabras, pero suficientes para darse cuenta cuánto se habían extrañado y cuántas ganas de volver a verse y vivir nuevas aventuras tenían. Fueron pocas palabras, pero el tiempo suficiente para que ella vea todavía en su mano la pulsera que alguna vez, en esa playa, le había regalado. La vio y no podía creerlo. ¡La había conservado!

Por la noche de ese mismo día, mientras pensaba en el reencuentro, recibió las palabras que faltaban para estar segura que todavía tenían mucho por delante. Con ellas se dio cuenta que su amiga seguía teniendo las mismas manías y esa dulzura y delicadeza de decir lo que siente cuando es algo bueno. De hacer sentir bien a la otra persona. No había cambiado nada, y el tiempo parecía nunca haber pasado; o haberse detenido para retomar las cosas exactamente como estaban antes. Recibir esas palabras la llenó de esperanzas y fue lo que le dijo que no todo estaba perdido.

La vida las había vuelto a cruzar porque todavía había muchas historias por contar y muchos momentos por compartir. La vida las había vuelto a cruzar porque sin darse cuenta se extrañaban. Se extrañaban mucho pero habían decidido guardar todos los recuerdos en repisas muy altas, habían dejado que el polvo los cubra, que el tiempo los vaya alejando cada vez más porque no querían sufrir, no querían aceptar que se extrañaban y que no podían verse. No soportaban una relación así, entonces prefirieron olvidarse. Y ésa no era la forma. Por eso sus caminos volvieron a juntarse, para demostrarles que aquel verano, hoy tan lejos, no fue en vano. Que los momentos felices deben ser recordados y que a las personas que realmente nos llegan a mover el corazón y llegamos a quererlas tanto, no tenemos que dejarlas ir tan fácilmente. La vida las volvió a cruzar porque todavía les quedaba mucho por vivir juntas.



Basado en hechos reales. Inspirado en algo que me sucedió. Con algunas variaciones, y dando sólo mi punto de vista, sentimientos y sensaciones, pero parecido a la realidad.

S, para vos, porque creo que por algo nos volvimos a ver. Todavía nos quedan cosas por delante. Te extrañé muchísimo aunque lo tuve escondido y callado por mucho tiempo. No estaba segura si sentías lo mismo. Y ahora estoy segura que todavía hay vida por delante.