martes, 10 de enero de 2012

La última gota de lluvia

Ya llovió. Y llovió bastante por acá. El cielo se cayó, y casi que yo también. Pero ahora que no hay más lluvia y el sol se abrió paso, enorme, brillante, tras tanta nube gris, los vidrios quedaron decorados con algunas gotas que todavía han de caer.

Arriba, una se hace lo suficientemente grande y en su tiempo y a su ritmo empieza a caer. Se desliza suave por done el cristal le va abriendo camino. Cae como quiere, cae y no se detiene. Se apura, se amontona, se demora, se disfruta. Se acelera, se enlentece y sigue cayendo. Va agarrando y sumando a su trayecto algunas otras gotas que encuentra en su camino. No frena. Ya no. Es la última, sí, la última gota de esta lluvia que ya casi termina de caer,
de dormir,
de morir.

lunes, 9 de enero de 2012

Viento, por fin

[Escrito hace unas semanas, en una de las crestas de la onda.]

Este es el viento que me faltaba, el que esperaba sin saber muy bien cuándo o en qué forma llegaría. Este es el caos que iba a suceder, que tenía que ser. Es la brisa que me habita, esta vez llena de fuerza y tan grande como la valentía. Es la decisión tomada en forma de remolinos que me sacuden a toda velocidad y se van… lejos, donde yo no estoy, lejos, donde ya no estamos. Es el golpe en la cara, los árboles despeinados, el edificio que se sacude y mis ojos que tanto me cuesta abrir. Es la tierra en el aire, el sonido agudo que se filtra por las uniones de las puertas. El viento que tenía que llegar. El caos que vendría a destrozarme. El aturdimiento que me iba a desgarrar. El sacudón que me tenía que sangrar. La mano que me volvería a poner de pie. Así, tal cual. Para volver a ser brisa. Para volver a empezar.

miércoles, 4 de enero de 2012

La vida que sigue

Ya llegué. Acá estoy; donde quería estar, donde ansiaba llegar. Hoy me muestro de pie y cómoda sobre la cima de la montaña que a lo largo de todos estos años me construí. Me siento mayor. Me siento más yo.

Ahora estoy en este mundo donde yo sé que sé y puedo defender mis ideas. Pero rodeada de ese otro mundo que temo me consuma, me apriete y desintegre. Tengo un mundo detrás, un largo camino recorrido y otro mucho más amplio y difícil por delante. Tengo un mundo bajo mis pies y otro sobre mi cabeza. Tengo las ganas y tengo el miedo. Tengo los colores y el silencio. Tengo los sueños y las preguntas. Tengo el valor.

Llegué al punto en que me sueltan las manos, me liberan un poco más las alas. Donde no encuentro la comida servida en la mesa, y al micrófono me lo tengo que encender yo misma. Llegué al punto en que el camino está lleno de bifurcaciones y yo decido para dónde dar el paso. Y a quién llevar conmigo. Y de qué modo.

Acá es donde se decide cómo ser feliz, cómo avanzar, cómo crecer (o no crecer). Acá se elige por qué llorar o por qué reír. Acá aún ensanchamos el pecho, a veces nos ponemos un escudo protector y otras salimos casi desnudos. Pero salimos. Y seguimos. De la mano de alguien, o con un alma volando al lado en forma de globo. Con papelitos en los bolsillos o con el sabor del café en la boca. Acá estamos, acá seguimos, acá miramos para adelante. Acá sonrío, siempre sonrío. Por las almas que me abrazan, por las letras que me explotan, por lo que fui, por lo que no va a volver. Por tantas burbujas, por tanto azul, por los soles y aquella luna. Por el verde, por el aire, por esos ojos y por la paz que a veces me habita. Por tanto y por tan pocos años en la espalda. Acá se sonríe. Sin tanto miedo y con más libertad. Con más soltura.

lunes, 2 de enero de 2012

Un par de ojos tristes

Insiste que no, que no es así… pero en sus ojos hay un mundo entero (y hasta tal vez dos o tres). Son ese par de ojos tristes en los que esconde un puñado de sonrisas que le cuesta regalar, pero que yo las sé encontrar escondidas en el borde más claro de su iris. Sonrisas exquisitas, contagiosas, tímidas.

Ojos que dejan sobre la mesita de luz toda su tristeza cada vez que ríen. Ojos que brillan más que el cielo cuando el sol los busca. Se hacen chiquititos con tanta luz, pero se dejan calentar con cada rayito. Ojos tímidos, escondidizos, que a veces suelen aparecerse detrás de algún escudo protector. Ojitos atentos, curiosos, exploradores. De esos que te observan en silencio desde algún rincón en la sombra. De esos que te miran de reojo buscando algo, siempre tratando de descubrir más. Esos que sabés que no se pierden nada, y por suerte es así.

Un par de ojos en los que navegan barcos, de los grandes y de los chiquitos, de los cruceros y de los de papel. Donde la marea sube y baja con la luna, donde prefieren el frío de la noche, y donde se miran las estrellas. Ojos que se cierran lentamente, que vuelven a abrirse libres y que te besan con sus pestañas. Y también te soplan algunas palabras. Te abrazan, te dejan ver el alma, te abren la puerta para que pases, para que te sientas a gusto, para que vos también rías.

Son un par de ojos tristes que a veces gritan hasta quedar sin voz, y otras sólo guiñan en aprobación. Prefieren no decir mucho, pero siempre se les rebalsa algún gesto de ternura. Se entrecierran en complicidad y se agitan cuando hay fiesta bailando junto a ellos. Se llenan de globos de colores, se llueven y se tiñen de arcoíris. Explotan en silencio, abrazan y enseñan a volar.

Son un par de ojos tristes que se aprende a descifrar, que susurran un nombre sin decirlo, que te envuelven y ya no sabés ni podés escapar.