jueves, 31 de diciembre de 2009

Palabras frescas

Regalarte palabras frescas es entregarme íntegra en lo más original de mi ser. Sin pensarlo dos veces, sin revisiones, ni lugar a correcciones. Tal y como surge dentro mío. Regalarte palabras sin haberlas releído es sumergirme en vos, segura y con los ojos cerrados, sin miedo a nada. Regalarte palabras originales sin transcripciones es darte una parte de mi alma, de mi ser, de lo que soy y lo que siento. Es poner en tu mano mi corazón para que lo tengas. Para que lo cuides.

Mi abuela Beba



Hacemos una buena sociedad: me trae sus collares de abuela para que yo se los arregle, y me paga con alfajores de chocolate. Ya somos 16 nietos y 2 bisnietos. Su gesto al tener en sus piernas a alguno de los dos más chiquitos es indescriptible.

Mi abuela Yeya


- ¡Hola Yeya! ¿Cómo estás?
- Y para la mierda m’hijita.
- Ay, ¿por qué? ¡Yo te veo bien!
- Me duele la rodilla, ¡que no aguanto!

Tiene 88 años y sus únicas visitas al hospital en toda su vida fueron para la extracción de amígdalas y dos partos normales. Hace la tarta de coco más rica que probé en mi vida (aunque ya menos frecuentemente), y la devoro desde que tengo uso de razón.

martes, 29 de diciembre de 2009

No lo cuentes

No le cuentes que lo extraño, ni que anoche lo busqué entre las estrellas. Que esa luna era suya, y las nubes corrían más rápido de noche que de día. No le digas que lo he vuelto a soñar, que he despertado por él, y que he dicho su nombre en voz alta. No cuentes cuánto tiempo me sumerjo en cada una de sus fotos, ni muestres mi expresión al hacerlo. Que ya no sé cómo dejarlo aunque sea un ratito a un costado de mi mente, no se lo cuentes, por favor, no lo cuentes. Ni de los besos que le mando ni los abrazos en los que duermo. No le digas de todos los lugares que ha conocido sentado en el arito más alto de mi oreja. No le cuentes del café que compartimos ayer, ni del chocolate que le guardé en la heladera. Mucho menos de la lluvia que caía en su cabeza mientras me miraba correr alrededor de una cancha. No le hagas acordar que todavía carga mi campera, aquella con la que lo cubrí. No le muestres los pliegos en mi almohada, ni las hojas garabateadas que colmaron mi habitación. No le digas que lo busco en todos lados, que lo siento a cada paso. No le cuentes, por favor, no le cuentes que lo amo.

Kilómetros y tiempo

No son los kilómetros los que nos mantienen lejos, sino las ganas de abrazarte, de sentir el ritmo de tu respiración rozando mi oído, tu cabeza en mi pecho, nuestros dedos entrelazados. Con cada día que pasa falta menos, pero mis deseos son increíblemente mayores y ya no siento que a menos días, menos tiempo. El tiempo ya no tiene sentido, no puedo medir nada con él. Me traiciona, me desorienta, me mata de a poco. Hasta las más pequeñas cantidades me parecen eternas. No hay kilómetro que aleje mi mente de vos, sino las ganas de compartir cada una de mis actividades, pensamientos y palabras sólo con la inmensidad de tu ser. Valdrá la pena la espera, de eso intento convencerme.

Fragmentos de una especie de “balance 2009”

«Personajes oscuros, anónimos, enrejados, que intentan ensanchar el pecho y elevar los brazos son los que me habitan últimamente.»

No sé en dónde estuve por varios meses... simplemente mi vida hizo una pausa. Y ya creo que volví del todo. Estuve sin leer y sin escribir mucho tiempo. Eso me tuvo en otro mundo. Perdí un poco de mi sensibilidad y dejé de lado cosas que sabía que me hacían feliz y hacía mal en dejarlas. Pero ya recuperé casi todo, y estoy más sensible que nunca. Crecí en el camino, y cambié mientras crecía. Abrí un poco más los ojos, me di cuenta que había un cielo celeste encima mío todavía y que mis brazos sí pueden elevarse. Agarré una nube, acaricié un pajarito. Caminé por el arcoiris, y me senté bajo la lluvia. Trepé un árbol, y todavía estoy aprendiendo a volar.
[...]
Aprendí un poco más que antes a llevar las relaciones aunque esté completamente en desacuerdo. Grité mucho (y no precisamente elevando la voz) y tuve que callarme un poco también. Cambiaron algunos roles y algunas formas de ver ciertas actitudes o lazos. Otras siguen intactas.
[...]
Todavía me aturdo con la música, y todavía grito cuando no hay nadie en casa. A veces también lo revoleo a Nacho* contra el placard. Me derrito cuando Tomy** me da un beso sin que se lo pida y lo saco a Mateo*** a empujones con el pie cuando se acuesta sobre mi almohada.
[...]
Tengo metas. Tengo planes. Tengo sueños. Algunos son procesos que voy realizando, otros estoy esperando que llegue el momento para iniciarlos. Algunos se dan de repente, otros se darán cuando tengan que darse. Estoy segura, y mis pies pisan con más fuerza. Mi boca habla, hasta grita, y todavía se queda callada a veces. Mis puños aprietan con más fuerza y mis sentidos siguen desarrollándose. No sé qué vendrá. Sólo sé que hoy estoy acá y tengo lo poco que considero mío. Es todo pasajero, y yo también estoy de pasada por acá. Más que nunca.

* Mi peluche favorito que duerme conmigo hace casi 14 años.
** Mi hermanito y ahijado.
*** Mi gato, que es hermoso, pero me da alergia.

domingo, 27 de diciembre de 2009

La inmortalidad de Borges




«Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.»
En Inmortal - Jorge Luis Borges





Ph: con el Borges del Solar Shopping

Noche estrellada

La Noche Estrellada - Vincent Van Gogh


Hoy amanecí sobre mi hombro izquierdo y pensando en él. Lo primero que vi al abrir los ojos esta mañana fue ese Van Gogh en la pared, que, por cierto, está unos milímetros inclinado. Habrá sido un viento o mi cabeza al pasar cerca de él, lo ignoro, pero un poco de inclinación a aquella agitada noche estrellada, no le viene tan mal. Siempre me ha gustado Van Gogh, y hoy podía ver en él algo más. Existía un mensaje entre las agresivas pinceladas azules y amarillas que atravesaban el cielo. Existía un viento más fuerte que la suave brisa que normalmente sacudía los cipreses. Hasta me dio la impresión que eran un poco más altos de lo que habían sido los últimos nueve años custodiándome desde ese mismo clavo solitario en la pared.

Amanecí recordándolo, imaginándolo. No, no, a Van Gogh no, a ese hombre que hace siete años no veo y hace once meses intento en vano recrear en mi mente.

Lo recuerdo tal como los cipreses: alto y delgado. Su oscuro cabello adolescente danzaba al ritmo que la brisa imponía entre los bosques. Recuerdo que tenía ojos marrones pero no logro visualizar el tono exacto. Recuerdo que tenía pestañas largas que me hacían cosquillas en las mejillas, pero su nariz, por más que intente, no la recuerdo. Tenía una pequeña cicatriz en la boca, ignoro si del lado derecho o el izquierdo. Sus manos recorrían mi cuerpo, pero por más que intento, no puedo acordarme qué forma tenían. Sé que lo he amado, pero hoy sólo tengo un difuso recuerdo de su cuerpo, como una tela llena de huecos con nada. Uno puede colocar diferentes cosas en aquellos huecos, pero todas parecen falsas, ninguna encaja.

Me da miedo pensar que algún día puedo cruzármelo y no reconocerlo. Hasta quizás ya lo he cruzado, siete años no son pocos para las almas errantes que deambulan por la ciudad. Me siento culpable. ¿Cómo es posible no poder verlo, colocarlo al frente mío, acostarlo a mi lado, hacerlo que diga lo que yo quiera oír, que me mire como yo quiero ser mirada? Me siento vieja también. En algún momento hice todo eso. Tal vez mi imaginación era realmente bastante más poderosa. También mi sentimiento por él, y las horas que compartíamos juntos.

Recuerdo que nos sentábamos sobre mi cama tomados de la mano y nos sumergíamos largos momentos en esa noche estrellada. Bailábamos al ritmo de las pinceladas, de aquellas espiraladas estrellas. Brillábamos con ellas. Trepábamos montañas, nos tirábamos como toboganes, y luego abrazados, nos mecíamos como los cipreses. Era nuestro momento de silencio favorito. Nos escondíamos entre azules, amarillos y verdes y éramos libres, éramos felices, plenos y eternos.

Pero hoy sólo me queda mirar aquella imagen sola y recordarlo. Tal vez por eso empecé a olvidar de a poco su rostro. Cada vez que lo recuerdo me acuerdo de este Van Gogh. Creo que su rostro se parece un poco a una noche estrellada. Serán los años de su ausencia y el volver a encontrarlo en ese mismo lugar azul y amarillo.

Sin embargo, esta mañana lo vi. Pude recrearlo entero. Apareció en mis sueños más dibujado que nunca, con su cabello, sus ojos, sus pestañas, y hasta su nariz. Pude verlo perfectamente y hasta me encontré con ese lunar en su cuello que ya había borrado de mis recuerdos. Desperté con el corazón a mil y aun despierta podía seguir contemplándolo. ¡Hacía tanto que no lo veía! Maravillada ante tan bello e inesperado regalo que me hizo la mañana me quedé un buen rato en la cama, con él a mi lado.

Cuando decidí levantarme ya había hecho planes: no volvería a olvidarlo. No me permitiría que su rostro vuelva a ser noche y que me custodie desde una pared. Lo haría real y lo tendría en carne y hueso frente a mí. Quería saber qué tan bien le había caído estos siete años, cuántas estrellas más había puesto sobre su frente. Revolví viejas agendas y cuadernos y encontré aquella combinación numérica. Junté coraje y marqué, con el presentimiento que esa misma noche iba a ser otra noche estrellada, como tantas habíamos tenido.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Momentos

No quiero hacer el típico balance del año que, inevitablemente, todos procesamos de alguna forma a esta altura. Esta vez quiero cerrarlo con fotografías de los mejores momentos de este año, esas que más representan lo que viví, lo que aprendí, lo que crecí. Gente, mucha gente en ellas. Después de todo, lo que importa son las personas. ¿Quién sino ellos, nos enseñaría todo lo que aprendemos? ¿Con quiénes compartiríamos los momentos sino? Estas son las personitas que estuvieron presentes en mi 2009, faltando algunos de los que no pude tener fotos. De todas formas, estos fueron ellos, y aquellos momentos que sobresalieron en un año lleno de vaivenes, caídas, levantadas, enojos, sonrisas, encierros, naturaleza, gestos, música y cortes de pelo.

Empiezo con mi familia en Buenos Aires.

Sigo con él, mi primer gran amor, el primer hombre por el que lloré.

Mis primos, esos seres tan como yo.

Más primos, y esa abuela tan llena de nietos.

Mi tía Lilí, sus charlas, su arte, sus libros.

Esa otra familia de la que también soy parte.
(“¡Te quiero yo, y tú a mí, somos una familia feliz!”)

Somos lo que la situación amerite.

Damos besos (en el cerro).

Modelamos (en el día del amigo).

Y nos divertimos, siempre nos divertimos.

Cuando estaba sumergida en la pura nada, hubo dos lugares en los que encontré
algunos pedacitos de mi vida que habían quedado en el camino.
En ellos encontré paz y podía quedarme a vivir:
El Ateneo Grand Splendid (arriba) y Hard Rock Café (abajo).

Conocí a las Martitas, esos seres tan increíbles que supieron hacerme sentir cómoda
desde el primer momento que nos vimos. Que me cantaron, que me escucharon,
que me acompañaron, que me sacaron miles de sonrisas y hasta alguna lágrima,
que me enseñaron, me sostuvieron y me hicieron reír a carcajadas.
Con ellas cara de oferta (arriba), con ellas fiesta (abajo).

Dos grandes acontecimientos aterrizaron en Tucumán y marcaron mi vida.
Llegó el cine en 3D.

Y llegó mi mexicano preferido, mi gran amigo Joaku.

Tuve la inmensa felicidad de poder escuchar en vivo por primera vez a mis
tres voces argentinas favoritas. Después de tanto esperarlas, en tres semanas
las escuché a las tres: Silvina Garré hizo saltar lágrimas y erizó mi piel con
su voz tan alta entre los astros.

Sandra Mihanovich me sonrió en su sencillez y aun en
ese mundo distinto que existe bajo el asfalto.

Celeste Carballo trajo sus tangos y me dejó con un poco de sed de sus clásicos
que yo cantaba y bailaba de chica, mientras mi mamá la escuchaba.

También conocí nuevas voces, y con ellas grandes personas.

En la facultad tengo a mis hombres.

Y también tengo al más molesto, pero más bueno de todos.

La mocha, ella que se enoja cuando juego con sus rulitos.

La rubia que escucha, que putea, que se hamaca, que reniega,
que hace piercings, que abraza.

La señora naturaleza, la de la bici, la del tenis, la del cerro, la de la sonrisa gigante,
los panqueques, los libros y todos los abrás.

Después de un año jugando al sofbtol, jugamos en las canchas de Santiago del Estero.

En las canchas de Paraná.

Tuvimos un campeonato en categoría cadetes, y el tricampeonato en primera.
("¡La Unsta mueve, mueve!")

Tuve mi bautismo como jugadora.

Nos vestimos de civil.

Y hasta nos vestimos de gala.

He saltado alto, a favor y a contraluz.

He volado alto, muy alto. Y hasta he cumplido un sueño.

Oso, te fuiste, pero te tengo aquí, muy presente, junto con todo lo que de vos aprendí.

Gracias a todos y cada uno de ustedes por ser parte de este 2009.

Delirios afiebrados dentro de un submarino

La pared era blanca, de eso estoy segura, pero mientras la miraba comenzaba a tomar un tono amarillento, se hacía anaranjado, luego rosado, y llegaba al lila. Cerré mis ojos. La pared era blanca de nuevo. Entonces volvía teñirse. Violácea, azulada. No supe por qué, pero mis ojos derramaron una lágrima cada uno. Me ardían. Sacudí mi cabeza y miré la pared de nuevo. Ya no supe qué color era, pero se manchaba de sombras grises que se movían y bailaban al ritmo de mi dificultosa respiración. Tenía un duende sentado sobre mi pecho, cómodo y divertido con el subir y bajar del mismo. Era bastante pesado y mis pulmones ya estaban cansados de tenerlo encima. Lo saqué de un sacudón y me tendí boca abajo, pero la cama se movía cual balsa en plena tormenta, y ahora tenía un ejército de duendes sobre mis pulmones, y otro que me tapaba la boca con la tela de su sombrero púrpura. No me quejo, era seda, pero me impedía respirar. Volví a darle la espalda al suelo de mi balsa y preferí que sea solo un duende el que se divierta sobre mi pecho. Otro, con sombrero azul petróleo, presionaba mis oídos. El techo era blanco también, pero podía ver estrellas, aunque nunca supe bien si era de día o de noche sobre él. Cambiaban de posiciones y colores y no podía concentrarme para pedir un deseo. Se me escapaban. De repente un montón (mucho más que cuatro) de Beatles (dichosa de mí) me gritaban un Yellow Submarine demasiado agudo. Eran demasiadas voces. Era altísimo el volumen. Apaguen eso por favor, me aturde. Pero fuera de mi cabeza sólo reinaba el silencio. Silencio absoluto. Me perforaba, pero algo dentro mío bailaba y lo disfrutaba. Sí, todos vivimos en un submarino amarillo. Y ese submarino amarillo de pronto navegaba las costas de Penny Lane... pero, ¿en Penny Lane hay mares? Entonces el submarino amarillo estaba solo, atrapado entre las rocas de una montaña. Sin agua. Solo y seco. Seco como mi garganta. Empezaba a hincharse. Se hacía más grande, un poco más. Se inflaba, se estiraba. El submarino amarillo estaba por explotar, e iba a ser en el mismo momento que lograra explotar por fin mi cabeza. Creo que un burro rebuznó en mi oído derecho. Todo mi cuerpo se tensó y vi la puerta de mi casa, allá, lejos. La abrí con la mirada. Adentro no había nada. Sólo vacío. Tosí y sentí que una sábana me cubría los brazos. Quería escribir, tenía mucho para contar. Creo que moví mis manos par alcanzar la lapicera, pero no estaba allí. No había nada donde se suponía que estaba la mesa con mis lápices, El Aleph, La Tregua, y mi Moleskine. Quise abrir mis ojos, encender la luz, saber dónde estaba, pero no pude. No tenía fuerza suficiente para mover los párpados. Entonces me rendí. Tal vez me acordara de algo cuando me devuelvan la cordura y hasta quizás pueda relatarlo. Entonces miré al peluquero de Penny Lane a través de la ventana del submarino amarillo, apoyé mi cabeza sobre la almohada más cómoda y reconfortante que jamás tuve, y mientras la marea subía y seguía sacudiendo mi guarida, creo que logré dormirme.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Humorista, ¿yo?

¿Que a veces también me río? ¡Ja! ¿Quién me mintió eso? Bueno... en realidad sí me río. Río y sonrío bastante... pero eso para quien me ve, en persona. Cuando escribo no río. ¡Nunca! Creo que las tres profesiones que siempre supe que nunca sería son: médica, abogada y humorista. Humorista, ¿yo? Ni me imagino.

Calor en Tucumán

Quiero escribir, pero no puedo. Tengo muchas ideas, pero el calor me las derrite. Tengo muchas ganas, pero el calor las achicharra. No suelo quejarme del calor, al contrario, siempre me quejo del frío, y la gente suele llamarme loca, friolenta, exagerada. Pero hoy el vapor que cubre Tucumán y el calor que nos envuelve es realmente insoportable. Aún viviendo al pie del cerro, con tres grados menos que en la ciudad, y siendo friolenta, no aguanto. Le voy a pedir a Papá Noel una laptop que pueda llevar a mi habitación, donde tengo aire acondicionado, o si prefiere, un aire acondicionado para colocar en donde tengo mi compu. Así quizás escriba más a gusto.
Empieza a agotarse mi tiempo de resistencia entre estas cuatro paredes, aun con el ventilador en la cara que me hace llorar los ojos. Sólo me quedan unos pocos segundos. Será mejor seguir con Borges en mi habitación con el aire prendido.
Listo, se terminó mi tiempo.
No aguanto más.
Me fui.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Promesa

Aunque esta vez yo también tenía la certeza de que así iba a ser, escuché tu promesa entre lágrimas y suspiros.
Esperé.
Creí.
Intenté. 
(Hiciste lo mismo, supongo).
Se cumplió.

Que íbamos a ser felices, eso habías dicho aquella noche entre las sombras que se filtraban por la ventana a medio abrir.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Una sonrisa entre tanta rutina

Hoy presencié un hecho maravilloso, fantástico para mis ojos. Tal vez para algunos de los que transitaban aquel sitio ha pasado desapercibido, otros se habrán quejado... yo detuve mi caminar apresurado y me quedé observando. Cuando me di cuenta, estaba sonriendo de oreja a oreja. Quizás sea un hecho insignificante, pero fue uno de los mejores momentos de mi día, y me dieron ganas de relatarlo.

Yo caminaba por un shopping entre trámites, y mientras me acercaba a la escalera mecánica podía escuchar un corto pip que se repetía constantemente. Lo reconocí como la alarma de la escalera mecánica que baja, cuando alguien se acerca a ella e intenta subir. Hacía un sonido corto y se callaba. A los pocos segundos se repetía. Me preguntaba qué podía ser. Entonces llegué a la zona de la escalera y lo vi. Un niño de unos tres años, con perfectos rulos anaranjados, vestido en una bermuda color café y una remera a rayas reía en voz alta con una risa de esas que se contagian rápidamente. Estaba parado a la izquierda de la escalera. Dejó de reírse y salió corriendo hacia ella, pasó por la zona que hace sonar la alarma, se escuchó el corto pip y se frenó a la derecha de la misma, a reírse con esa risa tan particular. Esperó unos segundos, miró hacia el otro lado de la escalera, y lo repitió, deteniéndose a reírse de nuevo.

No sé si fueron sus rulos anaranjados, su risa contagiosa, su inocencia, o su inquietud al descubrir aquel ruido cuando pasaba por ese sitio, que me enamoraron. Me detuve y lo observé ir y venir varias veces, reírse con ganas al lograr su picardía, y volver a hacerlo, sin cansarse, por más repetitivo que podía ser aquel sonido. Los padres estaban ocupados renegando con un cajero automático cerca de la escalera, y la gente pasaba esquivándolo, seguramente preguntándose por los padres del niño que estaba molestando. A mí, sinceramente, me encantó.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Hoy no tengo ganas de titular

Otra noche sin dormir y vos seguís tan lejos.
Afuera la lluvia cae con toda la furia del universo y el vacío en mi pecho duele cada vez más.
Me pregunto si esto terminará, si es posible volver a sonreír.
Te extraño más que nunca y no sé si eso lo podrás entender.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Casi te escribo

Casi te escribo para contarte del vacío en mi pecho.
Casi te escribo para contarte del insomnio que de repente me invadió.
Casi te despierto. Casi te escribo. Casi te cuento.
Casi te escribo para contarte de las imágenes que cegaron mi mente.
Casi te escribo para contarte de la horrible sensación que cubrió mi alma.
Casi me desgarro. Casi me caigo. Casi te lloro.
Casi te escribo.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Sería morir

Hace muchas (incontables) lunas he velado con un cuchillo clavado en el pecho, que anoche ha vuelto a penetrarme. En aquella época mi rostro se escondía tras enormes paredes, mi cuerpo cambiaba constantemente, el insomnio era mi única compañía y correr hasta el agotamiento era mi mejor refugio. Tuve épocas de muchísima actividad física, y épocas de bastante vagancia... pero las segundas fueron definitivamente mucho menos. Este tiempo al que me refiero fue mi primera etapa activa diría. Fue cuando descubrí el placer de correr y no parar aunque duela el bazo, las pantorrillas o los cuádriceps. El concentrarme en respirar bien para así poder seguir. Y volver muerta de cansancio, pero con el pecho ancho, con esa sonrisa que invade todo y no necesita mostrar los dientes. Simplemente, eleva.

En una de esas noches se me plantó la idea, la horrible sensación y la desgarrante pregunta: ¿qué pasaría si por algún problema físico, de repente, no pudiera hacer más actividad física? Me ahogué en lágrimas, sumergida en imágenes, sensaciones, hipotéticos casos y recuerdos ajenos que los sentí propios esa noche. No sé si podría seguir viviendo con tremenda imposibilidad. Era mi único refugio en ese entonces. Hoy quizás no es el único, pero tiene un papel muy (demasiado) importante en mi vida. Anoche la película Million Dollar Baby me trajo de vuelta aquella larga y húmeda noche entre sábanas frías. Ésta vez no tan húmeda quizás porque hace muchas (incontables) lunas, ya he llorado demasiado ese mismo motivo.

Imagen de difusión de la película Million Dollar Baby

jueves, 3 de diciembre de 2009

Y después

Vulnerable en tanta noche
Ínfima en la soledad
Miel que cae suave, tibia
Ante mis pupilas se desintegra.

Emerger entre los restos.

Un rayo truena en silencio
Sacude y todo lo hace vibrar.
Un salto ciego entre las olas
Y volver a soñar.

Emigrar, volar, renacer.
Volver y ya no caer.

Girasoles que se apagan
La luna no aparece
Y un inmenso manto
Cubre nuestras mentes.

Luz. Densa oscuridad. Luz.
El mar traslada la arena
Y el viento me lleva.

Círculos y espirales azules,
Una gris y encorvada margarita.
Una flecha verde de neón
Señala hacia la derecha.

Nubes, tu rostro, nubes, luz.

Una mancha en el lienzo,
El pomo de pintura se acaba.
Superficie blanca siempre queda
¿Qué más nos queda?

Tormenta, lágrimas y lluvia.
Una luz enceguecedora
Y después,
Después silencio.

Viento, luego brisa, y un suspiro.
Silencio.

Un beso que hace equilibrio
Cae calmo, suave y amplio
En el centro de tus labios.
Nuestros ojos se cierran.

Y después,
Después silencio.