lunes, 31 de octubre de 2011

Aprendiendo el juego

Estos días de tanta montaña rusa y tan poco dormir, me dieron un poco de envión y me soplaron algo de calma también. Son juegos que jugué a los gritos, a los golpes, al ‘yo paso’ y a dar los saltitos que se dan para llegar al salvo. Si es que hay uno en algún lado.

Aprendí a jugar, sabiendo que es mejor que no me importe lo que digan de mí; no voy a distraer mi tiempo en eso a esta altura. Que es mejor decir lo que se siente y sólo callar lo que pueda lastimar al otro sin ninguna necesidad. Me di cuenta que es mejor caminar con los ojos bien abiertos y atenta, no vaya a ser que me pierda algún arcoíris o una luna anaranjada.  Que es mejor seguir, siempre mirando hacia adelante, por momentos más rápido, en otros más lento, pero ya no buscar el milagro que el pasado pueda haberme regalado. No hay nada allá atrás, en este juego no se retrocede y tampoco quiero perder mi turno. Yo tiro el dado de nuevo.

Aprendí que es mejor, muchísimo mejor, el pecho ancho y la espalda recta. La cabeza firme y el cuerpo sano. Que los abrazos salvan vidas y que nunca estamos tan solos. Que es mejor no estarlo. Que la sonrisa nunca se desdibuja, y si se esconde por un rato, que pronto vuelve, mucho más fuerte y sonora que antes. Y así debe ser. Porque así los pasos son más firmes y las huellas más claras.

Entendí que el frío no es tan frío si tengo algo en lo que crecer. Que la música tiene que llegar al alma y hacer llorar. Que no hay lágrimas en vano y ningún segundo de nuestra vida fue desperdiciado. Que cada pequeñez suma y que a cada instante decidimos y creamos nuestro futuro, nuestra vida, nuestro propio juego.

Que somos nosotros mismos los que le damos forma a nuestro universo de plastilina, elegimos los colores, y si queremos, los más osados, hasta le ponemos brillantina. Para jugar como queremos, para seguir jugando a nuestro modo. Para seguir creciendo, cambiando, y sonriendo. 

jueves, 27 de octubre de 2011

¿Cómo se sentirá morirse?

Nunca lo había pensado. Bueno, sí, alguna vez me lo pregunté, pero nunca traté de buscar una respuesta.

Yo creo que debe sentirse uno lento, que el mundo está girando a gran velocidad pero uno no puede alcanzarlo. Los ojos pesados, tal vez casi cerrados, pero uno sintiendo que con el esfuerzo que hace, puede abrirlos como dos huevos duros. Me imagino que las cosas girarán y se tambalearán. Se caerán encima de mi cuerpo pero sin hacerme daño. Así.

El mundo se desordena a cada instante y se desfigura ante mis ojos que ya no logran enfocar nada y no distinguen los colores. Puedo sentir la presión en mi oído, el sonido penetrante y agudo que va a volverme loca. Cuanto más agudo se hace, más tiembla mi cuerpo. Ya no puedo controlarlo, tiembla, tiembla, tiembla. Siento los escalofríos, uno tras otro, siento el frío. No, no hace frío. Maldición, sí que hace. Está nevando sobre mi colchón y sobre mi cabeza. Pero mi espalda yace sobre cemento, frío y duro. Tan seco, tan frío.

Supongo que así se sentirá, ojos desorbitados, manos sin fuerza, el grito que no sale. Estoy segura que es así, la cabeza apoyada sobre un hombro, la columna en una S, pero la pose más cómoda que pude haber elegido. Las lágrimas que caen. No sé por qué, pero se rebalsan y mojan mi cuello. Y no sé cómo secarlas. Me ahogan.

Gemidos y balbuceos sin coherencia ni ritmo. El dolor, la paz, la charla entre sonámbulos, la plenitud del alma, un león, una ventana azul, una carta, un dios hecho de mármol, un campamento, una zapatilla sin suela. El ronroneo de un gato siamés, el rugido de uno montés. El hambre y las náuseas, sus manos, su olor, la suavidad, el bateo que llega a la tela. Una montaña rusa que no avanza y nos deja boca abajo, un caracol a mil por hora. Todo lo que no te dije y lo que ya no voy a decir. El aire, el viento, tu boca. Una flor anaranjada, y todo lo que me dejo. Lo que me olvido, lo que regalo, lo que no soy. Un globo de helio, rojo, muy rojo, como la sangre, con una nariz de payaso más roja. Sus ojos cuidándome, y yo tan sola en esta humedad. Hasta que volvamos a vernos, hasta que amanezca lloviendo. Con vos o sin vos. Allá… tan lejos y tan lento.

 Así, así debe ser morirse. Justo así como yo siento hoy.

lunes, 24 de octubre de 2011

Donde la vida se hace más linda

Allá lejos alguien se aprende una canción de memoria de tanto escucharla; la hace dar vueltas, la hace jugar, y la hace suya.

Allá alguien se emociona con una voz y quiere correr a abrazar. Espera todo el día y cuenta las horas para ver de nuevo aquellos ojos tímidos.

Allá lejos, el tiempo por fin pasa y se encuentran, se aprietan, se observan y más tarde se desintegran en besos. Sonríen; sin motivos, o con tantos, qué más da.

Allá el reloj deja de existir y el café se toma de a dos. El chocolate también.

Allá lejos no existen los miedos y se aprende a volar. Se aprende a sentir, se conocen las palabras, se hace magia.

Allá suspiran y son libres, cantan y ríen, saltan charcos y si se salpican, no les importa. Juegan el juego.

Allá bailan bajo la lluvia, se buscan, se aplastan, esconden dos manos en un solo bolsillo, y nunca se sueltan.

Pero acá… acá…

miércoles, 19 de octubre de 2011

El fin del vuelo


Yo tenía que llegar allí a tiempo. Esta vez no podía llegar tarde como la anterior. Tenía que llegar en buenas condiciones y dispuesta a poner todo de mí, a transpirar, a trabajar. Me vestí, preparé mi mochila y con una rápida mirada en ese viejo espejo me aprobé como “presentable”. Cerré la puerta tras de mí y encendí el motor de mi traik*. Un minuto de calentamiento, la pesada mochila bien asegurada en mi espalda, y emprendí el vuelo. De a poco elevé mi máquina, aumentando paulatinamente la velocidad. Casas, jardines y calles se dibujaban y desdibujaban bajo mis pies.  Las personas creaban sus caminos ahí abajo, cual hormigas entre el polvo, y yo el mío entre las nubes, en lo alto, donde no hay tanto ruido. Volaba, seguía, avanzaba, cada vez más cerca del sol y de todo lo que tenía que hacer cuando llegara a destino.

Abrí mis ojos de repente y distinguí entre manchas y formas difusas, algunos árboles, nubes y rostros. Mientras trataba de que mis pupilas enfoquen sin que el sol las lastime, empecé a escuchar voces y preguntas. Estaban preocupados, me preguntaban si yo me encontraba bien. Y ahí me di cuenta. Giré mi cabeza hacia la derecha y estaba mi traik destrozado, con todas sus partes dispersas por el césped.

No sé si me dormí durante el viaje con todo el sueño que acumulo últimamente, no sé si me desmayé con lo poco y mal que vengo comiendo, no sé si algo se rompió en mi máquina con lo poco que sé de mecánica. Sólo sé que yo manejaba, cuando de repente me encontré hundida en el césped, toda dolorida. Supe que no era la primera vez que me sucedía, pero nunca supe si lo había soñado, si lo había vivido, o si lo había soñado dentro en un sueño. De lo que sí estaba segura era que a eso, ya lo había vivido y sobrevivido antes.

*Traik: máquina que vuela, parecida al aladelta, con asiento, motor y ruedas. Se puede volar de a una o de a dos personas, siempre el que maneja debe saber y tener experiencia. Muy poco difundido, se lo practica como deporte o para paseos, en Mancopa (Leales, Tucumán) o Metán (Salta).

martes, 18 de octubre de 2011

Y decir otra vez

He perdido la sensibilidad, el tacto en lo que digo. Ya no sé hasta qué punto será coherente, será correcto. He perdido la prudencia y casi que el miedo. Quiero decir todo y si empiezo, nada me frena. Ya no sé dónde debería terminar, dónde comienza a ser imprudente, dónde es que va el punto final. Perdí la sensación del límite, la delgada e importante línea del ‘hasta acá’. Ya no tengo ni la mínima idea de dónde puede estar. Cuando mi boca quiere decir, mi cabeza, últimamente, siempre termina por abandonarla.

miércoles, 12 de octubre de 2011

viernes, 7 de octubre de 2011

Más luz

Hoy el mundo ha vuelto a ser mío. He sabido reír hasta sacudir el polvo que había penetrado mis entrañas. A carcajadas y enormes bocanadas renové por completo el aire estacionado que me habitaba. Me iluminé, ensanché el pecho y me paré firme y de pie ante la brisa. Hablé con voz fuerte y sentí varios ojos clavarse en mí. Unos que me dieron mensajes sin vacilar y otros que de reojo trataban de esconderse. Mis ojos se abrieron enormes y buscaron lo que querían. Observaron y penetraron. Dijeron y gritaron. Rieron.

Hoy me he vuelto a llenar de luz y supe compartirla. No sé muy bien el motivo, pero es ahora lo que menos importa. La luz (mi luz) ha vuelto. Tal vez sea la primavera.

No hagamos tantas preguntas, vivamos. No quiero tantas explicaciones. Quiero más miradas sostenidas, voces claras, risas en abrazos y carcajadas con luz. Más luz.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Tengo tanto para contarte

Te contaría del calor, del viento que me despeina, del paisaje. Del sol penetrando con fuerza por pequeños huecos incandescentes, del no-césped amarillento convirtiéndose en verdes campos, de las vacas, de los trenes. Te contaría de las nubes atadas con hilos de algodón, de los árboles inclinados todos hacia el mismo lado, de las voces, de la música. De la velocidad y las vueltas de mi cabeza. De mi humor y mis sonrisas también. Te contaría con detalles cuando sentí el olor a mar, la sensación de la primera ola en mis pies, la arena filtrándose entre mis dedos. De las multitudes, de la emoción, la vibración y los escalofríos. Te contaría por qué corro, de qué me escondo, a qué le temo. Te contaría del aire puro y de mi sed.
Y hasta te contaría que soy feliz.