jueves, 27 de octubre de 2011

¿Cómo se sentirá morirse?

Nunca lo había pensado. Bueno, sí, alguna vez me lo pregunté, pero nunca traté de buscar una respuesta.

Yo creo que debe sentirse uno lento, que el mundo está girando a gran velocidad pero uno no puede alcanzarlo. Los ojos pesados, tal vez casi cerrados, pero uno sintiendo que con el esfuerzo que hace, puede abrirlos como dos huevos duros. Me imagino que las cosas girarán y se tambalearán. Se caerán encima de mi cuerpo pero sin hacerme daño. Así.

El mundo se desordena a cada instante y se desfigura ante mis ojos que ya no logran enfocar nada y no distinguen los colores. Puedo sentir la presión en mi oído, el sonido penetrante y agudo que va a volverme loca. Cuanto más agudo se hace, más tiembla mi cuerpo. Ya no puedo controlarlo, tiembla, tiembla, tiembla. Siento los escalofríos, uno tras otro, siento el frío. No, no hace frío. Maldición, sí que hace. Está nevando sobre mi colchón y sobre mi cabeza. Pero mi espalda yace sobre cemento, frío y duro. Tan seco, tan frío.

Supongo que así se sentirá, ojos desorbitados, manos sin fuerza, el grito que no sale. Estoy segura que es así, la cabeza apoyada sobre un hombro, la columna en una S, pero la pose más cómoda que pude haber elegido. Las lágrimas que caen. No sé por qué, pero se rebalsan y mojan mi cuello. Y no sé cómo secarlas. Me ahogan.

Gemidos y balbuceos sin coherencia ni ritmo. El dolor, la paz, la charla entre sonámbulos, la plenitud del alma, un león, una ventana azul, una carta, un dios hecho de mármol, un campamento, una zapatilla sin suela. El ronroneo de un gato siamés, el rugido de uno montés. El hambre y las náuseas, sus manos, su olor, la suavidad, el bateo que llega a la tela. Una montaña rusa que no avanza y nos deja boca abajo, un caracol a mil por hora. Todo lo que no te dije y lo que ya no voy a decir. El aire, el viento, tu boca. Una flor anaranjada, y todo lo que me dejo. Lo que me olvido, lo que regalo, lo que no soy. Un globo de helio, rojo, muy rojo, como la sangre, con una nariz de payaso más roja. Sus ojos cuidándome, y yo tan sola en esta humedad. Hasta que volvamos a vernos, hasta que amanezca lloviendo. Con vos o sin vos. Allá… tan lejos y tan lento.

 Así, así debe ser morirse. Justo así como yo siento hoy.

1 comentario:

Ale dijo...

No miento si digo que se me erizó la piel. Tenés una capacidad, cuando describís cosas, de hacer que las viva con la misma intensidad con las que las retratás. Aunque no esté ni cerca de hacerlo (quizás).

Creo que me sentí morir varias veces en mi vida, y otras tantas deseé hacerlo. Pero también comprendí que luego de sentirme así, luego de llevar la angustía hasta el límite, y quebrarla. Luego de todo eso sólo sentí paz. Una forma de tomar nuevo aire, y volver a empezar.

Quizás morirse también es eso, ¿no? otra de las cosas que tampoco sabemos. O sí, pero suponemos.

A veces la vida se vuelve cruel y otras tantas veces nos llena de mimos. Y entre lo fugaz de lo bueno y lo aletargado de lo malo estamos nosotros, sufriendo y vibrando, siendo felices y cayendo.

Vos lo sabés, sos lo suficientemente sensible para calarlo entre los huesos. Lo que hoy nos mata mañana nos hace bien, porque la manera de mirar la vida que tenés es única y eso te transforma en única y especial a vos. En un ser que mas allá de lo malo del mundo, siempre encuentra la luz que reposa en algún rincón. Que hasta diría te espera a que la encuentres.

Y a veces, entre tanto dolor que nos provoca el sentir tanto todo, sabemos que es maravillosa esa sensación. Porque la misma intensidad de la vida nos devuelve en caricias lo que sabemos desprender de ella.

Qué lindo pasar por tu blog. Siempre lo es :)