viernes, 24 de julio de 2009

Ella

Ella, que no soporta el silencio ni un segundo más.
Ella, reprime sus ansias de gritar
con todos sus órganos a medio vivir, «¿dónde estás?».
Ella, que ya no encuentra más nada en ningún rincón.
Ella, se sumerge en la lectura hora tras hora
para evitar pensamientos de la vida real.
Ella, mareada de esperar,
está cansada de preguntar.
Ella, se asoma a la ventana y sigue sin ver nada.
Ella prefiere, por hoy, no actuar.

sábado, 18 de julio de 2009

Viernes por la noche

La noche me envuelve, las estrellas me rodean. Me asomo a la ventana y puedo verlas, contemplarlas, volar y tocar con un dedo cada una de ellas. Y busco entre sus brillos y luces que me encantan hasta encandilarme. En algún sitio estás, puedo sentirte. Pero caigo y otra vez me doy cuenta que la noche avanza y sigo sola, dando vueltas en mi cama, mientras vos das vueltas en mi cabeza.

Quiero salir, acostarme en el césped, o caminar en la oscuridad. Hundir mis pies entre ramitas secas, hojas caídas o rocío y hasta quizás en algún punto, donde ya no pueda ver nada, chocarme con un pie, con tu pie, y sentir cómo me abrazás en la oscuridad mientras te susurro al oído “por cuánto tiempo te he buscado; por fin te encuentro”. Pero afuera está frío y no tenés razón para andar merodeando por los jardines, estando aquí dentro a una temperatura más agradable. Pero ya nada es agradable si no estás vos.

Cierro mis ojos y recuerdo aquel beso. Ése que nos dimos a escondidas. Tus labios y los míos en armonía perfecta. Te dibujo en aquel beso, y sin quererlo ni esperarlo unas cosquillas recorren mi cuerpo. Se extienden desde la punta de mis dedos, atraviesan mis brazos vacíos y llegan a mis hombros. El pecho se me hunde y como reflejo instantáneo un montón de deditos acarician mi estómago, haciendo que éste se contraiga en el más bello escalofríos. Pero mis labios siguen buscándote en la oscuridad.

Deambulo por la casa, arrastro las pantuflas por el suelo, casi saliéndose de mis pies. Hacen ruido al caminar. Es el ruido de que no estás acá, de que te estoy necesitando más que nunca. ¿Dónde estarás? ¿Qué estarás haciendo? ¿Con quién? Mejor, prefiero no saberlo y seguir inmersa en esta profundidad de no tenerte cerca que me arrastra hasta los rincones más oscuros de esta casa de ropa en el suelo y platos que no quise lavar.

Tengo tu aroma impregnado y no me canso de sentirlo, me encanta, me eleva, me enamora. Pero más te deseo aquí, mientras veo tu forma entre las sábanas, el lugar en el que siempre te sentás en aquel sillón y hasta el ritmo de tus pasos atravesando el pasillo. Tu aroma te trae, pero me duele no sentir tu piel rozando la mía mientras te siento.

Más café, no quiero. Un libro, no logra concentrarme. La cama, sólo me hace dar más vueltas. Tus fotos, me hacen extrañarte aún más. Entonces sigo pensándote y buscándote en cada rincón. Sigo dibujándote y creándote en cada detalle. Sé que es la agonía melancólica de un viernes por la noche sola, en casa, y con una sola persona con quién quisiera estar. La única solución va a ser, por fin, el sueño. Pero seguirán aturdiéndome las ganas de verte mientras espero que éste se apodere de mí y de todos mis deseos.

miércoles, 15 de julio de 2009

Vientos feroces

Un fuerte viento se elevaba fuera de mi guarida. Se desplazaba despacio, cruzaba praderas, tomaba fuerza y chocaba contra mis paredes. Se arremolinaba. Aturdía. Un sonido ensordecedor, atemorizante, invadía mi mundo. Las paredes podían caer, el techo podía volar.

Cerraba mis ojos y apretaba mis puños hasta que las uñas se me clavaban en la palma de las manos. Sangraba. Mantenía mi ceño fruncido mientras hacía fuerza para mantenerme viva y estable en ese mar de vientos feroces. No se detenía. Los árboles se golpeaban violentamente y el verde era borroso, difuso entre la tierra que se alzaba al aire y la niebla de mis ojos.

Temerosa, débil y pequeña me enroscaba en mi propio cuerpo y deseaba ser uno de esos insectos que pueden convertirse en una pelotita. Dichosos. Dejarme llevar, rodar hasta donde el viento quiera llevarme. Dejarme volar, y caer de la altura que sea y chocar con todas las fuerzas de la naturaleza. Irme, alejarme, destruirme.

Si ya no tenía más sentido seguir luchando contra el dolor de cabeza, contra tanto pesar. ¿Para qué seguir aguantando? Pelear contra mis propios males para no llegar a nada, para seguir siendo la misma fragilidad de siempre. Volarme junto con mis paredes, con mi techo, con mi suelo. Volar y nunca más aterrizar. Salir despedida sola, no volar de tu mano.

En algún sitio una represa rebalsó. Por más empeño que le ponía y con toda la fuerza que presionaba mis rodillas contra mi pecho, no lograban atravesarme, no lograba hacerme aún más pequeña, ni podía despedazar mi corazón con mis uñas, ni aplastar mi cerebro con la planta de mi pie.

Los vientos siguieron azotando mi guarida y empecé a agradecerle a algún ser, que todavía no logro reconocer, por estar ahí dentro. Recordé que fui yo quien eligió el terreno, colocó el suelo, elevó las paredes y decidió cubrirse con ese techo. Fui yo quien decidió protegerse sola y crear un lugar seguro ante posible tempestades.

Entonces abrí mis ojos, relajé los puños y recorrí mi guarida. Y la reconocí. Y la revaloricé. Y la disfruté. Y me alegré de tenerla y poder estar en ella.

jueves, 2 de julio de 2009

Otoño avanzado





Ahora que decido despegarme un poco del suelo y empiezo a mirar hacia arriba me doy cuenta que los árboles ya cambiaron su color hace tiempo, y que algunos ya no tienen más que un par de hojas todavía luchando contra la fría brisa otoñal.

Ph: VB


Vuelta después de una ida que nunca fue ida, ni menos huida

En el inevitable planteo si seguir o no, en las infinitas preguntas sin respuestas, o respuestas inciertas, me vuelvo a sumergir, me vuelvo a replantear. Si sirve de algo, si vale la pena. No busco más respuestas, ni mucho menos la estrella que me escriba en el cielo qué hacer. Sigo porque así lo quiero y a veces también lo necesito desesperadamente.

Flotaba en el suspenso preguntándome sobre su futuro, y una vez más lo dejo vivir, pero con la mayor libertad que nunca le haya dado. Queda como un espacio abierto, expectante al momento que lo necesite. Sin presiones, sin requisitos. Donde yo también puedo ser libre, porque si no lo soy en él, entonces dónde. Creo que empezar a limitarme fue lo que me alejó.

Y acá estoy, una vez más, para volver cada vez que así lo sienta, sin nada más en mente que expresarme, y sin nadie más en mente que yo misma. Quien quiera leer que lea, quien no quiera, pues que parta, pero esto es mío, y lo voy a compartir con quien realmente así lo desee.