miércoles, 30 de junio de 2010

Piecitos

Un par de piecitos que vuelven a aparecer, sólo para mí, llenándome de ternura y recuerdos. Nadie entiende lo que son, nadie conoce su procedencia. Son sólo míos. Y no los presto, ni los convido.
Sos tan dulce.

martes, 29 de junio de 2010

Qué suerte

Qué suerte que todavía existen esas personas que cuando nos hablan, nos roban sonrisas. Que de tan sinceros, nos conmueven. Que de tan como uno mismo, nos encantan. Que de esos detalles que nos distinguen, podemos entendernos. 

Qué suerte que todavía existen quienes se acuerdan de nosotros, nos buscan, nos necesitan, nos hablan. Y al hacerlo, nos damos cuenta que nosotros también los necesitábamos.

Qué suerte que existen esas personas que tienen las cosas tan claras. Que nos hacen pensar en lo que habíamos dejado un poco de lado. Que comparten, que nos hacen parte, que lo piensan y lo dicen. Qué suerte.

lunes, 28 de junio de 2010

Séraphine

Cuando estoy muy triste, voy al campo
y toco los árboles, les hablo a los pájaros...
y la tristeza pasa.

Tx: Séraphine Louis, Séraphine | Ph: google.com | Edición: Valebé

martes, 22 de junio de 2010

Silvio

Ojalá se te acabe la mirada constante,
la palabra precisa, 
la sonrisa perfecta,
ojalá pase algo que te borre de pronto.

Tx: Silvio Rodríguez, Ojalá | Ph: google.com | Edición: Valebé

domingo, 20 de junio de 2010

Ojos azules

Tiene ojos azules. Nunca nos hemos medido, pero creo que tenemos la misma altura. Tiene cabello negro, un lacio que nunca es perfecto, y llega hasta sus hombros. Hombros pequeños, pecas, una boca que nunca está pintada... y ojos azules.

Yo la miraba desde el escalón de mi casa. Estaba sentada, con mi gato enroscado entre mis delgadas piernas, acariciándole el cuello mientras éste ronroneaba. Ella y sus ojos azules estaban dentro de un auto estacionado a unos metros de mi hogar. No me vio. Nunca se dio cuenta que yo la observaba.

Esperaba a alguien, deduje. Miraba seria por la ventanilla con una mano sobre el volante. Encendió el auto sin mover su cabeza ni desviar su mirada. Vi el ligero movimiento del hombro moviendo la palanca de cambios y el auto rojo empezó a hacer marcha atrás lenta, muy lentamente. De repente y con un movimiento brusco colocó la mano derecha detrás del asiento del acompañante, vacío, giró la cabeza mirando a través del parabrisas trasero y la marcha atrás fue a tal velocidad que me asusté, y pensé que iba a chocar al auto que estaba detrás. Se detuvo justo a pocos centímetros de éste. Entonces giró su cabeza y clavó sus ojos azules en los míos.

Si no hubiese tenido esa actitud extraña, o ese gesto tan de otro mundo en su mirada, me hubiera parado al instante, con una enorme sonrisa, contenta de volver a verla, y la hubiese saludado. Pero sus ojos penetraban mis pupilas, las quemaban, llegaban a mi nuca y me prendían fuego los pensamientos. No sentía nada. Me había devorado toda emoción, toda sensación. Me había destrozado cada neurona, carcomido cada rincón.

Sentí que mi gato también estaba paralizado. La miraba fijamente, cual compitiendo por quién tiene ojos más azules y todo su pelaje estaba erizado. Hizo un ademán de enfrentarla, desenfundó las uñas, tomó impulso, pero volvió a quedarse quieto. Sólo la miraba. Yo estaba segura que a él también le ardía la nuca.

La miré varios segundos, manteniendo el túnel de pupilas inmensas, tratando de unir dos conceptos y formar una idea. No podía. Tampoco podía desviar mis ojos. Seguía absorta en su rostro cuando de repente esas dos enormes bolas azules empezaron a girar descontroladas. Hacia un lado, hacia el otro, a mucha velocidad. Abrió su boca. Susurró algo que con mucho esfuerzo y recién después, cuando estuve calma, logré interpretar: “Estoy enferma” leí en sus labios. Cerró la boca. Cerró los ojos. Colocó primera y salió en su auto rojo a altísima velocidad, esquivando a un perro que descansaba en medio de la calle desierta.

Cerré mis ojos. Respiré profundamente. Mi gato saltó a mi falda y se hizo una sola bola de pelos, temblando, entre mis manos. Suspiré agobiada, con la vista y el cuerpo cansados. Me dolía la cabeza. Cerré mis ojos y respiré lenta y profundamente.

Papá

Él.
Gracias, viejo.
Y muy feliz día.

sábado, 19 de junio de 2010

Aute

Ay amor mío, qué terriblemente absurdo es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo sin tu latido, sin tu latido.

Tx: Luis Eduardo Aute, Sin tu latido | Ph: google.com | Edición: Valebé











Fe de erratas: había colocado como autor de la canción a Silvio Rodríguez, siendo en realidad Luis Eduardo Aute.
Pido perdón, pido perdón. Claro, yo tengo el disco en vivo "Mano a Mano", que grabaron juntos. Y cuando puse en Google "Sin tu latido Silvio Rodríguez" salió, y salieron muchos enlaces, así que me guíe de que era de él... pero ya averigué que no. Sepan disculpar, y para que Silvio no se enoje, publico uno de él también. :)

sábado, 12 de junio de 2010

Descubrimiento

Sorprendente es el punto en el que atravesás la frontera del juicio previo y la apariencia para que un hermoso descubrimiento tome lugar justo en frente tuyo.

miércoles, 9 de junio de 2010

Quiero #1315

Hacerte sonreír con sólo una palabra. Y vos a mí. Que tus ojos se iluminen cuando termine de pronunciar mi amor. Que puedas dejarte caer en mis brazos. Y yo pueda hacer lo mismo en los tuyos. Que caigas sobre mi cuerpo. Realmente caigas y descanses. Te muevas al ritmo de mi respiración. Robarte una sonrisa cuando veas mi nombre en tu teléfono. Robarte otra con sólo leer la frase más simple. Estremecerte con una sonrisa, hacerte cosquillas al susurrarte. Darte un beso lento, suave y silencioso. Que lo retribuyas. Cerrarte los ojos. Abrirte la boca. Chocar nuestros dientes a causa de una sonrisa contagiada, compartida, extendida. Sentir tu caricia en lo más profundo de mi ser, sentir tus palabras en lo más recóndito de mi alma. Llenarme de deseo al ver tus labios moverse. Clavarles la mirada hasta que entren en los míos. Extrañarte un poquito. Sabiendo que te tengo. Extrañarte otro poquito. Para anhelar cada reencuentro.

Eso quiero.

sábado, 5 de junio de 2010

Como madre sos una bestia

- ¿Venís del Ateneo? ¿Qué te compraste? – preguntaba mi mamá al verme llegar con una bolsa del local, con su típica curiosidad ante mis compras, sobre todo de libros, que la llenan de nombres desconocidos, o que alguna vez cree haber escuchado mencionar.
- Ah... sí, un libro... “Como Madre Sos Una Bestia” se llama. – Sin darme cuenta de lo que podría pensar o cómo podría malinterpretarse mi respuesta, seguí el camino a mi habitación como si nada.
- ¿Qué? ¿Y ese título? ¿Por qué te compraste eso? ¿De qué es?
Me caían las preguntas como flechas desde el techo lleno de humedad. Y claro, con ese título mi madre se imaginó algo como “Autoayuda para adolescentes que tienen que lidiar con madres bestias” o “Cómo aguantar a la bestia de tu madre”.
- ¿Me lo decís a mí? ¿De qué es el libro? Prestame. – mientras estiraba la mano llena de curiosidad.
Tuve que contarle, explicarle, y no quedó tranquila. Le conté desde cómo conocí a su autora y la enorme casualidad (como si hubiese sido una) que me llevó a ella, hasta el último comentario que le dejé, o el último que me contestó. No se convenció. Tuve que leerle uno de los relatos del libro para que por fin deje de hacerme insinuaciones como “¿tan mala soy?”. Entonces le gustó. Entonces le encantó. Entonces se sintió muy identificada. Entonces me pidió que apenas lo termine se lo preste. Y cada vez que ve el libro entre mis manos, o sobre mi mesa de luz, o saliendo de mi bolso (ese que va conmigo a todos lados) vuelve a contarme de lo bien que describe las situaciones cotidianas la autora. Y lo mira con ganas, contando las páginas que me faltan para que pueda hacerse un lugarcito en su mesita de luz. 

Ella está acá.

jueves, 3 de junio de 2010

Necesidad II

Lo que diera por tener mis dedos entrelazados con los tuyos.
Tu mano en mi cabello. Mi cabeza en tu pecho.
Necesito caer en tu abrazo y descansar por fin entre tu piel.