miércoles, 24 de agosto de 2011

Menos mal

Menos mal que hoy no se me dio por extrañarte, porque podría haber sido terrible. Absolutamente nada en mi día iba a ayudar si es que a mi corazoncito se le ocurría tenerte cerca. El frío penetró mis entrañas toda la mañana y no sentí mis manos por varias horas seguidas. Hubiese sido lindo que me prestaras un bolsillo, pero traté de entrar en calor sin pensar mucho en eso. Me aburrí y no hice nada productivo. Traté de escribir (tenía que) pero el único bultito de palabras que surgió parecía escrito por mi hermanito menor. Nada pudo gustarme. El pantalón me apretaba, los pies me dolían, me entraba un chiflete de frío por la botamanga y la bufanda me hacía picar. Menos mal que no llegué al punto de necesito tu calor porque sino muero. El gris sobre las cabezas era bastante amplio y espeso. Supe reír de todas formas. La melancolía no pasó cerca tuyo, y las letras que pude leer no se parecían a nuestra historia. Menos mal. La espalda pidió descanso, pero no pude otorgárselo en ese mismo momento. El cuerpo pidió libertad, pero tampoco pude dársela. Mis oídos desearon tu voz, extrañaron tu buen día, pero pude sobrevivir sin ello. Hoy estuviste más lejos de lo normal y yo más improductiva y lejana, pero el día casi termina y ya puedo ir a acostarme. Espero que mañana puedas volver, puedas regalarme algo, un poquito aunque sea. Pero por hoy… menos mal que no se me dio por extrañarte.

viernes, 19 de agosto de 2011

Otoño de hojas secas (con voz)

Se merece un post nuevo y no sólo las letritas grises que le agregué al original Otoño de hojas secas. Él es Ale, mi querido Ale, el que sigue haciendo florecer sonrisas entre mis labios, el que sigue abrazándome a la distancia. Con cada palabra me abraza, rompe todos los muros y me revuelve el alma. Me la acaricia y me la devuelve más sana.

Sorprendiéndome, él le dio voz a mis palabras. Las hizo bailar en el aire, brillar en el tiempo, lucirse entre perfectos acordes. Narró eso que llevo dentro, lo vivió, lo sintió tal como yo lo siento. Y supo expresarlo. Es una sensación que llena el alma (y el rostro) de sonrisas y de lágrimas. Por sentirme ahí, por escucharme ahí, por verme ahí. Donde sabemos que volvemos a encontrarnos bailando entre renglones que se confunden con pentagramas, colgándonos de la colita de una letra para saltar al borde de una sonrisa. Para seguir. Para sentir. Para vivir.

Me devolviste los abrazos que buscaba y tal vez creí perdidos. Me regalaste esta hermosa caricia, la que el alma anhelaba pero jamás se atrevió a formular. Me supiste alumbrar. Gracias de nuevo Ale.

Acá lo pueden escuchar.

Habrá que ser fuerte

Si así van a ser las cosas, será mejor que me haga fuerte. Y tiene que ser urgente. ¿Cómo es que llegamos hasta acá? ¿Cómo es que ya no puedo hacerme una bolita y refugiarme en tu ombligo? ¿Dónde estás? Yo creí que el juego de las escondidas ya había terminado. ¿O acaso sigue? Alto taco, yo pido tiempo. Quiero cambiar de juego. Tal vez jugar a otro que no canse tanto. Que se puedan hacer cosas de a dos y no que siempre tengamos que ser nuestros propios rivales. Dale, decí que sí. Seguro que vos también te cansaste. ¿Y si nos acostamos a mirar cómo pasan las nubes? ¿O simplemente a observarnos bajo el sol y descubrir las luces y las sombras en nuestros rostros? Es que tengo esta maldita ne-ce-si-dad (con todas sus sílabas) de sentir que me abrazan. Y tus abrazos son siempre los mejores. Pero bueno, si es que se te acabaron, no voy a insistir. No, todavía no soy tan fuerte como para quedarme con eso. Tengo que convencerte de alguna forma, y sino tendré que robártelos. No, va a ser peor. Voy a quedarme entonces quietecita, tal vez me tambalee un poco con la cabeza agachada mientras te grito con los ojos “por favor, abrazame”. Te lo estoy gritando, ¿no te das cuenta? ¿Ya no podés entender mis miradas? ¿Qué nos pasa? Y soy tan débil y tengo tanta necesidad de un abrazo, que caigo en lo que no quería. Te lo pido, te lo pido por favor. Pero no funciona. Y me ahogo en mis propios fantasmas, y me hundo cada vez más profundo. Se me apagan los ojos, se me oscurecen los rincones. Ojalá me importara un poquito menos. Paren el mundo, me quiero bajar*. Ya no sé a dónde pertenezco. Vuelan imágenes sobre nuestros cuerpos. Me recuerdan esos tiempos en que sólo te miraba y ya lo sabías todo. Yo podía entrar de un saltito en tu iris y navegar hasta tu pupila. Hablar en silencio. Ensanchar el pecho. Las despedidas dolían menos. Me dejabas ir con vos, me dejabas traerte conmigo. Con sólo un beso podía amarte. ¿Dónde estamos? ¿Qué se hace ahora? Tiremos un dado y avancemos. Dame la mano sin que te lo pida. Dejame algún papelito en mi cuaderno. Besame el cuello sonriendo. Deslizá un chocolate en mi bolsillo. Abrazame como si fuera la última vez (o la primera). Dibujá un corazón en mi espejo. Decime algo lindo mientras nos abrazamos en la oscuridad. Preguntame algo más. Soñá conmigo. Dejame intentarlo. Dedicame tu sonrisa más grande. Recién entonces tal vez, pueda empezar a hacerme un poquito más fuerte.

* Dicho, en algún momento y en algún lugar, por Mafalda, de Quino.

lunes, 15 de agosto de 2011

Otoño de hojas secas

El extra: Ale dándole voz a estas palabras aquí.

El viento levanta las hojas del suelo. Las eleva unos centímetros, las hace bailar y las vuelve a aterrizar, un poco más lejos de donde estaban antes. Yo voy en una hoja y tal vez vos en otra. O al menos eso espero. En realidad, creo que sólo lo imagino. Y me acuerdo de aquel momento en que tomaste mi mano con más fuerza, justo cuando lo necesitaba. Lo supiste, algo te hizo saber que yo buscaba tu presencia. Y ahí estabas. También me acuerdo del momento en que te lo dije. No me diste respuesta alguna. Pero allí habías estado conmigo. Y cuánto quisiera tu mano en este momento. Tu roce aunque sea. Tu aliento a mi lado. Con saber que estás me conformo. Pero ni eso puedo ya saber.

Las hojas bailan sin notar mi presencia. Algunas chocan mis abrigos. Quieren acariciarme, pero resbalan. Y vos seguís tan lejos. Qué andarás haciendo. Qué estarás pensando. Dónde estará tu cabecita. Todas esas preguntas que siempre quise que me respondieras, y tan pocas veces lo hiciste. ¿Sabés?, a veces me hacés acordar a ese pequeño personaje de cabellos rubios que nunca respondía nada.

El viento sigue soplando con fuerza, se golpean las ventanas, los árboles cantan… pero no sé por qué esta vez nada me agrada. No puedo ver sonrisas si no está la tuya cerca. No quiero pensar en los rincones que te recorrería si fuera viento. Es mejor el ruido de las hojas secas cuando son cuatro pies los que las pisan y no sólo dos. Sólo tus cabellos se veían bien cuando el viento los despeinaba. Tal vez estés ya muy lejos, remontando algún barrilete de colores. Tal vez tarareás alguna melodía como yo lo hacía cuando caminábamos de la mano. Tal vez sonreís con el cabello despeinado y alguien admira la perfección de los detalles en tu rostro. Tal vez allá lejos remontás un barrilete. Y tal vez… ya sin mí.

jueves, 4 de agosto de 2011

Extrañando(la)

Un día se fue. Se fue y no volvió más. Desde entonces nadie se atrevió a mencionarla. Nadie me preguntó por ella. No pude volver a llamarla por su tierno apodo. Pero no hay día que yo no piense en sus brazos pálidos y su poblado cabello marrón. No hay postre que no quiera convidarle, ni vaso de gaseosa que no le sirva antes a ella. Hay días en que quiero darle tanto, que se me rebalsan algunas lágrimas. No me quejo, no me enojo, ni grito mirando al cielo. Pero la verdad es que a veces la extraño. Y quisiera abrazarla. Y pasarme horas mirándola cómo ríe con el gato que se le enrosca entre las piernas, le roba la silla y corre por el césped. Miralo a tu gato cómo corre. Mirá qué linda la plantita de mango cómo está creciendo. Ay, cuántas flores ha dado el jazmín este año. Pero voy a sentarme más lejos, el olor de tanta flor me descompone. Y yo le sirvo otra porción de flan. Las veces que quiera para verla comer con esas ganas y dejar el plato vacío comentando de lo rico que está. La abrazaría. La abrazaría muy fuerte. Le pediría que me acaricie. Le mostraría cómo me corté el pelo. Así, como a ella más le gusta. Y a mí me gustaba el suyo. Y sus ojitos brillosos. Y su sonrisa. Y su paz. La extraño, esa es la verdad. No hay día que pase sin extrañarla aunque sea un poquito.