lunes, 29 de marzo de 2010

No te fuerces

Si me dejás opinar, le dije, siempre supe que nunca iba a pasar nada entre ustedes. Son completamente distintos, y de eso me di cuenta el día que lo vi caminando a tu lado, intentando coincidir con los pasos que daban, o por lo menos que los movimientos de ambos cuerpos rimen. No lo lograban. Lo vi en sus ojos, buscaba en vos algo que no sos, que nunca serás. Y lógico, no lo encontró. Vos habías creado un personaje en tu cabeza que no se asemejaba (ni cerca) a lo que era él en realidad. Creías que podrían, que tal vez un poco más de tiempo... pero no lograba llegar a ningún sitio de tu cuerpo, mucho menos de tu alma. No lo deseabas, lo imaginabas. Él te buscaba, pero no estabas. Vos lo mirabas, pero no lo encontrabas. ¿Dónde estaba aquel hombre? ¿Dónde se había escondido? Y te diste cuenta que no estaba, que no existía, que no era para vos. Que no eras para él. No armonizaron, las almas no se fusionaron en ninguna de sus miradas. Lo único que compartieron fue el gusto por las letras.

sábado, 27 de marzo de 2010

Falta ortográfica

A veces me considero un poco maniática de la ortografía, es cierto, y también me lo han dicho. Hoy vengo a expresar lo mucho que me molesta que una ciudad no le de importancia a esto; que el gobierno deje pasar errores de ortografía o incoherencias.

Se rediseñaron los carteles de las calles con el fin de que los ciudadanos nos instruyamos, que Chacabuco no sea solo una calle que vayuno* por qué se llama así, sino que al menos, por su cartel, sepamos que existió una Batalla de Chacabuco. Pero cuando nos topamos con un cartel azul que dice Crisóstomo sin tilde, o un San Juan al que le sobra una tilde, ahí ya no nos sirve. Entonces me quejo por los enormes gastos que se hicieron en el rediseño y la instalación de los nuevos carteles, aún con errores ortográficos. Y que no se le de importancia. Y que nadie revise estos asuntos. Y volver a lo mismo...

*Vayuno: expresión coloquial que resume “vaya uno a saber”.

viernes, 26 de marzo de 2010

Recordando, recordando

Hay cosas que todavía no puedo creer. Es de tanto haberlas esperado, y que se hayan dado tan de repente y tan seguidas. Hablo de tres cosas, eventos o personas. De mis tres cantantes argentinas favoritas, que escucho desde que soy chiquita y escuchaba los cassettes que tenía mi mamá de ellas: Silvina Garré, Sandra Mihanovich y Celeste Carballo. Son esas tres voces femeninas de acá cerquita, tan nuestras, que más me atrajeron y me movieron desde siempre.

Soñaba con escucharlas, con verlas en vivo. Y mientras esperaba yo seguía sumergiéndome en sus discos, ya perdiendo las esperanzas porque su época ya no es ésta. La gente (grande, sobre todo) se sorprende cuando me pregunta qué música escucho, o de lo nacional qué me gusta (porque soy más de lo de afuera y el inglés)... y yo respondo estos tres nombres entre otros de esos años, que no son mi época. Yo era chiquita cuando estas voces sonaban.

Venía Silvina al Teatro Alberdi, y corrí a comprar las entradas. Mientras esperaba que llegue el domingo para verla, el viernes a la tarde me enteré que esa misma noche estaba Sandra en el Casino. Entonces reacomodé planes y asistí a ambos recitales. Tres semanas después, venía Celeste al bar Beckett’s. Valebé presente de nuevo.

Y así volaba, con la inmensa adrenalina y felicidad que suelen darme los recitales, las buenas voces, y sobre todo, aquello tan esperado.

Dejo fotos que saqué y videos que grabé en esas tres noches. Si van al link de YouTube, es mi canal, y ahí hay más videos, para los interesados.

Sandra Mihanovich

Celeste Carballo

Y como dicen... lo mejor para el último.
Silvina Garré

martes, 23 de marzo de 2010

Por tenerte conmigo

Voy a tocar con mis manos tus felicidades
Disipar tus problemas con la brisa de mi aliento
Y responder una a una tus preguntas

Con cada partícula de mi saliva quiero
Besar cada una de tus palabras
Fundir preocupaciones, mutarlas a pasiones
Y beberlas en forma de emociones

Desintegrar con caricias todo lo malo
Darle mi forma a tu pecho
Mi aroma a tu olfato
Mis dedos hundirlos en tus manos

Crear con miradas nuevos sueños
Empujarlos de a poquito con la yema de mis dedos
Llevarte en el bolsillo y poder
Tenerte conmigo a cada momento

Que tu integridad me sienta constantemente
En todo el tiempo que yo te pienso

(Si me permitís compartirlo...)

sábado, 20 de marzo de 2010

Desayunarte

Quiero volver a encontrar tu sonrisa detrás de la taza de café y saber que sonreís sólo por esa arruguita que se forma debajo de tus ojos.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Papeles de un pasado

Tal vez presa de la melancolía que suele invadirme una vez al mes, o víctima de mi preferencia por el orden, o la poca vagancia que porto cuando se trata de ordenar, ya que, lo confieso, me gusta, sobre todo cuando se trata de mis cosas, de mi habitación, no sólo porque me molesta que alguien más toque mis recuerdos, sino que me gusta revivir momentos (además, no tengo nada que hacer hoy), me puse a revolver papeles, desde aquellas primeras combinaciones de palabras que realizaba con algún fin de expresión personal o artístico. La idea era ordenar lo más cronológicamente posible (porque antes no entendía la importancia de poner la fechas en los papeles, ni en las fotos). Donde escribo ahora es mucho más ordenado que entonces, ya que es algo que hago muy seguido, que sé que me gusta, que disfruto, y valoro; entonces tengo mi cuaderno negro que por ley, antes de la primera palabra escribo día-barra-mes-barra-año y dejo el resto del renglón para el título (o algo que me diga de qué se trata lo que sigue) que colocaré al finalizar. Pero allá, lejos, eran papeles arrancados de cuadernos, carpetas, uno grande, otro chico, cuadriculado, rayado, liso, entre dibujos, entre letras de canciones, entre corazones y flores. Entonces me puse manos a la obra.

La fecha más lejana dice octubre 2001, impresa en letra negra, título rojo, Comic Sans negrita. Tenía once años y escribía sobre la transformación de mi hermano en un viejo ante mis ojos mientras a mí nadie podía verme ni escucharme. Palabras simples entre expresiones bien tucumanas. Un par de impresiones más del tipo, y luego poesías y canciones en lapicera azul, títulos subrayados con felpón rojo, y amor derrochado, amor no correspondido, amor por acá, amor por allá. Canciones con estribillos, rimas y tachones y algunas hasta con acordes. Más amor no correspondido, amistad y algunas frases macabras con vocabulario muy vulgar. Juli, Gina, Leo, nuestras canciones que iban a ser éxitos mundiales están entre frases de Erreway, El Muelle de San Blás, Karma Chamelleon y mi querido Good Charlotte.

Hojas de otra marca ya, y más prosa llena de catarsis en inglés y en castellano. Todavía algunos errores ortográficos, y un poco de odio se infiltraban. Que andate de mi vida, que desaparecé, que ya no te quiero, es mi vida y quiero vivirla sola. Más poesías que esperaba sean canciones algún día, pero ya no me animaba a poner acordes. Sí, Pablito, cuando me preguntaste si alguna vez había escrito canciones, en esta época lo hacía. Después contaba sílabas por verso, y nunca lograba que todas tengan el mismo número. O si lo tenían, no rimaban. Y me empeñaba en rimar (tontamente).

Y me volvía a enamorar, en prosa, en verso, y que siempre te voy a amar (ni sabía lo que era el amor), que no te vayas nunca (hoy estaría muerta si te me hubieses quedado pegado), que nunca vas a estar solo (si en ese entonces no estabas conmigo, ¿yo era la que nunca te dejaría solo?). Algunas hojas con ojalillos, otras con puntas dobladas, otras cortadas con los dedos. Un corazón roto en lapicera azul, y que te extraño, y que cuándo me vas a mirar, y que cada vez te alejás más, y que muero de amor sin vos. Algunos nombres infiltrados entre renglones, pero uno es el que más se repetía: Verde, para mí y mis amigas.

Cambia mi letra, y hay pedazos de hojas sacadas de todos lados como arrancadas con la misma desesperación que las escribía. Que problemas, que preguntas, que desorientación, malas noticias, que sólo la música me salva. Llanto, desgano, refugio, furia, dolor. Todo era gris, ahora es negro. ¿Qué aprendí en 16 años? Lluvia, golpes y soledad. No quiero salir. No tengo amigas. Él no me quiere. A éste no lo quiero. ¿Qué hago? ¿A dónde voy? ¿Así se supone que tenía que ser? Esperanzas que morían, gente que se iba de mi vida, que vivía en el pasado, que siento que no encajo en ningún sitio, ni me sale la sonrisa.

Algunas palabras a mis abuelas en el medio, como manoteando lo que tal vez después no se pueda. Y me sentí grande de repente, había crecido demasiado rápido.

En una hoja cuadriculada volvía a hablar de amor, ya no del derrochado y no correspondido, sino que el amor existe no sólo hacia ese chico que puede gustarnos. Hay amor en muchas expresiones, distintos amores, pero un solo amor en realidad. Mamá, después está el borrador de una carta para vos. Luli, también la carta que te escribí para tus 15. Charlie, está el primerísimo borrador (de los muchos que le siguieron) de Una Noche de Insomnio (¡una nostalgia me invadió!). Son esos 20 renglones que escribí esa misma noche de insomnio, que después traduje al inglés, que después se extendió a las 1086 palabras y que un año después viajó a Cambridge para ser parte de mi examen de Bachillerato.

Miré para atrás de nuevo, buscando recuerdos para redactar y lo más largo que llevaba hasta entonces, dos hojas enteras sobre los muchos (muchísimos) cambios y lo que sentí con ellos entre 1999 y el 2000. Un par de relatos dedicados a aquel amor prohibido. Y otro a aquel otro, también prohibido. ¿Prohibido por quién? ¡No sé! Pero nadie debía enterarse que me gustaban, me iban a mirar feo.

Ricky, tengo un pedazo de apunte de una clase que me impactó lo que hablamos. Leti, detrás hay bocetos para una de las obras para mi Bachillerato de arte que me acuerdo que te gustó desde que te comenté la idea.

Con una nueva marca de hojas empiezo a inventar personajes, a relatar acontecimientos, a darles vida, a hacerlos que rían, que sufran, que fumen, que amen, que se den la mano, que se extrañen, que se miren en un colectivo, y hasta maté a alguno desde la terraza de un edificio. Mucha prosa, cuentos, reacciones, catarsis, opiniones, recuerdos, y catarsis camufladas en cuentos. Alguna que otra descripción de imágenes y también críticas que callaba mi voz y gritaba mi lapicera. Fechas muy seguidas. Hoy hablo de esto, mañana de lo otro y las hojas ya son muchas. Prosa, prosa, y de repente una poesía.

Chechu, tengo el borrador de la dedicatoria que te escribí en ese libro que te regalé. Flor, sigue el borrador de una carta para tu cumple. Pablito, también hay una para vos. Algunos eventos narrados con lujos de detalles, no sé si por las ganas de decirlo, o el miedo al olvido. Y una pausa. Y de nuevo muchas fechas seguidas. Y catarsis, y llantos, y preguntas. Y de nuevo cuentos, poesías, reacciones, opiniones… y todavía catarsis.

“La memoria es frágil y el transcurso de una vida es muy breve y sucede tan deprisa que no alcanzamos a ver la relación entre los acontecimientos, no podemos medir la consecuencia de los actos... por eso mi abuela Clara escribía en sus cuadernos, para ver las cosas en su dimensión real.”
La Casa de los Espíritus
Isabel Allende

domingo, 14 de marzo de 2010

¿Y ahora?

¿Qué hago con la almohada llena de su olor?
¿Qué hago con su hueco en el colchón?

¿Y el vacío en mi pecho?

¿Qué hago con una sola taza sobre la mesa?
¿Qué hago con el aturdimiento en mi cabeza?

¿Y al despertar sola?

¿Qué hago con su ropa todavía entre lo mío?
¿Qué hago con su lado de la cama vacío?

¿Y el incendio de mi piel?

¿Qué hago con nuestras fotos en la pared?
¿Qué hago con mi alma si tiene sed?

¿Y por las noches?

viernes, 12 de marzo de 2010

Que me prestes tu pecho

Quiero
Que me prestes tu pecho
Dejarme caer
Cerrar mis ojos
Relajar mis músculos

Pido
Que me prestes tu pecho
Sentir los latidos de tu corazón
Saberte conmigo
Inundarme en tu olor

Necesito
Que me prestes tu pecho
Reposar mi cabeza
Sentirte respirar
Que acaricies mi cabello

Que me prestes tu pecho
Sólo eso
Esta noche
Es lo único que pido

miércoles, 10 de marzo de 2010

Una tarde en la plaza

    Mis piecitos colgaban de aquel banco de plaza. Veintidós mástiles se elevaban firmes, uno formado al lado del otro, como mis compañeros y yo cada mañana en el colegio. Todos los días me gustaba contarlos, hacía el censo, los controlaba, y seguían todos quietos, en sus firmes posiciones, tan altos como siempre. Pero eran un poco tristes. Nunca ninguno tenía nada flameando en lo alto. Sólo servían para que los chicos los contemos y sean siempre veintidós, o para que pasemos al lado de esa fila india de soldados inertes con la mano extendida y sonando clac-clac-clac, un clac con cada mástil que chocaba nuestra palma. Siempre he soñado con ver un espectáculo de colores volando al viento ahí arriba. Me imaginé un montón de veces contemplando embobada, veintidós banderas distinguiendo sólo la argentina con su celeste y blanco que nos rodea en cada acto patrio, la brasilera con su pelota azul, la mejicana con el águila, y las estrellas de los Estados Unidos. Las otras no las reconocía todavía, pero pronto las iba a aprender. Por ahora sólo imaginaba sus colores. Mis pies colgaban del banco y se balanceaban como las hamacas, al lado de las flacas piernas quietas de mi abuelito, estacionadas al lado de su bastón marrón. Él era alto y llegaba al suelo. Las hormigas esquivaban sus zapatos negros, y pasaban bajo mis pies colgantes.
    - ¿Qué hora es abuelito? -pregunté por pura curiosidad.
    - No tengo reloj. Le preguntemos a esa chica que viene con el perrito. A ver, preguntale vos.
    Nerviosa, esperé mientras la chica se acercaba y yo formulaba la pregunta en mi cabecita:
    - ¡Hola! ¿Me podés decir la hora?
    - ¡Hola! –me respondió simpáticamente mientras se detenía y su perro seguía caminando hasta que la correa llegó a su tope– Son las siete en punto.
    - Muchas gracias.
    Y no volví a colgar mis piernas en el banco, sino que salté sobre el borde que delimitaba la zona de césped. Caminé por esa pirca, contenta de poder perder un poco mi timidez.
    - El perrito de la chica parece que también está contento. Va moviendo la cola. -le dije a mi abuelito.
    - Como vos. –contestó él.
    Me tiré varias veces por el tobogán colorado, perseguí una paloma despacito para no asustarla, hasta que se fue muy lejos de mi abuelito. Entonces preferí volver a él. Le pregunté por qué siempre hay palomas en las plazas y me respondió con una de sus interesantes historias. Volví a preguntarle la hora, otra vez sólo por preguntar algo. ¿Qué puede significar la hora para una niña, más que el momento en que sus padres vuelven a casa? Daba lo mismo si eran las ocho, las seis o las diez. ¿Acaso había horarios restringidos para las visitas a la plaza? ¿De qué me servía saber la hora?
    - Deben ser las siete y media.
    Yo sé que mi abuelito es el mejor, pero ¿también puede saber qué hora es sin tener un reloj?
    - ¿Cómo sabés?
    - Y... hace un rato eran las siete... calculo que pasó como media hora.
    ¿Cómo sabía? ¿Realmente había calculado? ¡Es imposible que lo sepa sin haber mirado un reloj! Los niños no sabíamos que el reloj no es el único que da la hora.
    - Mmm... –dudé- voy a preguntar, a ver si tenés razón.
    Miré a mi alrededor y vi a un señor sentado en el banco del lado, leyendo, y con un reloj en la muñeca. Me levanté decidida y mientras caminaba pensaba si sería prudente interrumpirlo. Mamá se enoja cuando está leyendo y yo la interrumpo... pero el abuelo no. Él siempre me escucha aunque esté haciendo otra cosa. Es un señor... y se parece a mi abuelito... bueno, voy a interrumpirlo:
    - Hola señor, ¿me puede decir la hora?
    - ¡Hola pequeña! Ah... –suspiró- no tenés edad todavía para andar preocupada por relojes. Me hacés acordar al conejo de Alicia, ¿conocés su historia?
    - No, no la conozco.
    - Pedile a tu abuelito que te la cuente, él seguro la conoce. Son las siete y media.
    - ¡Waw! –exclamé sorprendida- ¡Gracias!
    Y corrí hasta mi abuelito:
    - ¡Tenías razón, son las siete y media!
    Se rió con esa risa llena de ternura que tanto me gustaba. Y después de unos minutos de silencio le pregunté:
    - Abuelito, ¿conocés la historia del conejo de Alicia?
    - Supongo que te referís a Alicia en el País de las Maravillas. Sí que la conozco, ¿querés que te la cuente?
    Empezó su relato diciendo que Alicia era una niña como yo. Con eso ya me gustó desde el principio la historia. Terminamos a lo que mi abuelito dijo que eran las ocho, y yo estaba segura que tenía razón ahora. El cielo ya se ponía de un azul oscuro y la calesita, a lo lejos, ya encendía sus luces. Hice sonar los veintidós clac de los mástiles corriendo con el brazo extendido al lado de la fila. Y así volvimos a casa de la mano, mientras me preguntaba si también me parecía al conejo blanco.

domingo, 7 de marzo de 2010

A amar

Una caricia y mil palabras.
Una mirada y mil sensaciones.
Un suspiro y mil deseos.

Que voy a amar. Que vas a volar.
Que voy a estallar. Que vas a desear.
Que voy a gritar. Que vas a sentir.

En una cromática y lumínica implosión.
En el ansiado y espontáneo instante.
En el destello estelar hecho pasión.

Que vamos a llorar.
Que vamos a reír.
Que vamos a volver.

Una persona y mil emociones.
Que voy a arañar. Que vas a temblar.
En la sólo nuestra cúspide azul.
Que vamos a amar.

jueves, 4 de marzo de 2010

Revivo

Puedo caer (y caigo) desde el abismo más profundo. Pero en el fondo siempre me esperan sus brazos. Extendidos y tan cálidos esperan mi cuerpo errante. Y me dejo caer, y vuelvo a respirar, y abro mis ojos por fin. Y revivo con sólo un abrazo; con su abrazo.

martes, 2 de marzo de 2010

Fortaleza

Tu cuerpo inquieto te lleva de aquí para allá, te tiemblan las piernas y esas plantas arqueadas te mueven sin pedirte permiso. Clavás el dedo gordo en el suelo. Tu cuerpo ya no es tuyo. Tus cabellos parecen haber sufrido quién sabe qué tipo de ajetreo. Un mechón por acá, el otro hacia allá, histéricos caen sobre tu rostro ajado. Y se mueven al compás de ningún viento, bajo ninguna caricia.

Tu ojo derecho. Te duele. Quiere salirse. Sentís cómo la sangre que ha abandonado todas tus arterias se agolpa en aquel conducto ocular. Tu retina ya no es tuya. Es enorme ese ojo. Es bordó. Va a explotar. Es gigante. Palpita. Duele. ¿Acaso se ha mudado tu corazón? Gritás pero no hay nadie para escucharte.

Gritás pero no te entendés lo que decís. Te duelen las cuerdas vocales. Quieren escaparse, te hacen ahogar, te dan arcadas. Pero ese ojo ya tiene el tamaño de una pelota de fútbol y amenaza con salir a mayor velocidad que desde el bate del más fuerte bateador.

Entonces empezás a correr. No sabés a dónde vas, pero cualquier lugar será mejor. Sentís un golpe seco en la frente y caés de cola al suelo. Los adornos de la repisa llueven sobre tu enmarañado cabello. Y te hundís en un espiral entre el lodo en el que ahora estás sentada. ¡Pero no puede haber lodo en casa! Entonces te preguntás si realmente estás en casa. No encontrás respuesta. Ves todo rojo. Tu casa no es roja. Ninguna casa puede ser toda roja. ¿Dónde estás?

Tus piernas son de gelatina. Sí, tiene que ser de frambuesa o de cereza… por el color, claro. Tenés hambre. Y cuánto te gusta la gelatina. Desde que esa vieja niñera que odiabas te metía a cucharadas la gelatina en la boca. Odiabas a la vieja porque siempre veía novelas en las que los hombres siempre engañaban a sus mujeres y éstas lloraban (falsamente) todo el episodio. Y les daba más importancia que a vos. Y te hacía callar mientras esas chiruzas fingían el llanto. Pero adorabas su gelatina. No aguantás la intriga y te clavás las uñas en la pantorrilla izquierda. La llevas a tu boca. Sí, es de cereza esta vez. Pero te deja un gusto amargo bajo la lengua.

Con un pedazo menos de pierna, lográs arrastrarte con tus manos por el lodo. Pero ya no es lodo. Ahora es la madera con clavos sobre la que camina el flaco sin camisa del circo de la otra cuadra. A él no le pinchan. A vos te están atravesando las manos. Duele. Pero te volvés a levantar. Tenés que demostrar lo fuerte que sos.

Ya no ves nada. Ni rojo, ni gelatina. Está oscuro. La pelota de fútbol ya se debe haber ido rodando entre los clavos, como en el juego de la gallina que atrapa sus huevos que caen entre los clavos. Nunca te ha gustado jugarlo. ¿Qué está pasando? Es domingo y deberías estar en la casa de tu abuelo. Ese viejo esquelético que se mueve tan lento y se queja de todo… ¿para qué? Preferís estar sola comiendo gelatina con tus propias manos. En plena oscuridad. Al fin y al cabo, ¿para qué querés luz? ¿De qué sirve? Todo es hermoso en las penumbras. Ya nada duele en la oscuridad. Y sos más fuerte. Mucho más fuerte.

Imagen: fragmento de una pintura en tintas que realicé en el 2007.