lunes, 7 de noviembre de 2011

Caminante, no hay camino

«Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar. »
Antonio Machado

Hoy hago una pausa. El cuerpo ya no pesa, y el corazón ya no me cuesta. Hoy vuelvo a cargarlo con orgullo, con todas mis fuerzas y con todas mis ganas. Se eleva de nuevo al sol, en busca de la paz que tan lejos se me había perdido, en busca de la libertad, del ser yo, del elegir según los impulsos que me da el día (y también la noche). Hoy puedo decir que me acuesto sobre mi cama y sonrío mirando al techo. Porque sí, porque todo, y porque punto. Acá ya casi no se llora, y cuando el desborde es inevitable, dura cada vez menos, y se va, se va, cada vez más lejos. Entonces los jardines vuelven a ser primavera; y yo vuelvo a caminar entre hortensias y gencianas. Vuelvo a mirar cada pétalo hasta la incansable memorización y vuelvo a encontrar un diente de león que soplo, siempre soplo, no vaya a ser que no vuelvan a crecer porque los niños de hoy ya no ayudan a repartir sus semillas. Me absorbo todo el sol para mí solita. Trepo mi árbol y me quedo en su rama más firme. El viento penetra entre mis planes y genera un remolino; el que deseaba, el que faltaba. Soy liviana, soy etérea, soy toda blanca, y puedo reflejarme en colores. Hoy desempolvo mis alas y vuelo a donde quiero; con un puñado de letras en el bolsillo y un pedacito de estrella pegada en el cuello. Para que no me pierda de nada en el trayecto. Para que no me olvide de la luz ni de la brillantina. Para que vuele alto y siempre sepa que no existen los caminos ni las flechas. Que el mundo es inmenso y las posibilidades infinitas. Que es más lindo flotar. Que es más fácil con menos equipaje. Y que el sol siempre calienta. Siempre.

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