lunes, 22 de diciembre de 2008

Huevito Kinder, golosina eterna

Es esa golosina que a todos nos gustaba de chicos, y que a todos nos sigue gustando. La más completa: chocolate, y juguete, ¿qué más se podía pedir? Es que no era sólo eso. Comer un huevito Kinder era todo un ritual. Ver esa forma ovoide naranja y blanca ya nos emocionaba. Decir algún tipo de plegaria para que nos toque de esa colección que tanto nos gustaba, o que no toque repetido. Y suavemente encontrar la punta del papel metalizado, a veces abrirlo de a poquito para no romperlo y después jugar con él, y otras veces, cuando estábamos más desesperados, directamente lo rompíamos al abrirlo. Entonces aparecía esa superficie marrón, esa que nos volvía locos, y no podíamos resistirnos a darle un mordisco. Y una vez que lo hacíamos se abría por la mitad el huevo y podíamos observar la parte interior del chocolate, la parte blanca, y el naranja del huevito de plástico que venía adentro. Saboreando ese fantástico chocolate con leche bicolor abríamos con desesperación el plástico naranja. A veces se nos dificultaba porque teníamos las manos “resbalosas” por el chocolate, a veces nos ayudaban, y a veces de tanta fuerza que hacíamos salían volando varias partes. Entonces empezaba la persecución de los pedacitos, la organización de las partes sobre una mesa, desdoblábamos el papelito con las instrucciones y empezábamos a armar el juguetito.

Paso 1. No entendíamos por qué eso tenía que engancharse con esa otra parte. Paso 2. Ya empezábamos a verle forma. Paso 3. Funcionaba; y lo habíamos armado solitos, sin la ayuda de nadie. Entonces terminábamos el chocolate, algunos de a poquito para hacerlo durar, otros desesperados en dos mordiscos no tenían más y se les dificultaba hablar con tanto chocolate en la boca. Entonces jugábamos con los juguetitos, los mirábamos de todos los ángulos, los aprendíamos de memoria. Y no había más chocolate. Y al juguetito ya lo conocíamos.

Entonces empezaban las actividades alternativas y eran aplanar con el dedo el papel metalizado hasta dejarlo completamente liso, y al que se le rompía perdía. Sino lo hacíamos una bolita, lo aplastábamos hasta dejarlo compacto y nos pegábamos con bolitas de papel metalizado. Otra opción era colocar las dos tapitas del huevito de plástico naranja juntas, pero sin juntarlas del todo y al hacer presión sobre la más grande, la chiquita salía disparada. Era un deporte agarrarle la mano al plástico y poder apuntarle (y embocarle) a nuestro blanco.

Y finalmente aquel muñequito iba a parar a la repisa de nuestra habitación y cuando ésta ya se poblaba mucho, todo caía en una caja que el día de hoy abrimos cada tanto y con cada juguetito se nos vienen mil recuerdos a la cabeza, mil experiencias con cada uno. Nos acordamos dónde estábamos cuando nos tocó ese juguete, quién nos había regalado ese huevito, cuánto nos había costado armarlo, con quiénes lo habíamos compartido. Cada juguetito tiene toda una historia y nos gusta recordarla, por eso, cada tanto abrimos esas cajas superpobladas y nos divertimos un rato más con cada muñequito. Y lo vamos a seguir haciendo. Porque no nos queremos deshacer de ninguno, porque esos juguetitos son eternos, porque los recuerdos también lo son, y porque cada uno marcó un pedacito de nuestra vida. Por eso aún hoy seguimos comprando un Huevito Kinder cada tanto. Y seguimos saboreando como siempre ese chocolate con leche marrón por fuera, blanco por dentro. Seguimos emocionándonos y la intriga todavía nos invade por saber qué juguetito nos tocó. Seguimos sin darle importancia al papel con letras rojas y negras que dice algo así como que no es para chicos de menos de tres años, ese papel que nunca leímos, que era el primero en caer a la basura y que sólo alguna vez nos divirtió ver letras raras de otros idiomas. Seguimos colocando juguetitos en nuestra repisa, y seguimos poblando cajas. Porque todavía lo disfrutamos. Y nunca pudo ser igualado por ninguna otra imitación de huevito de chocolate con sorpresa. Porque el Huevito Kinder es eterno, y comerlo era todo un ritual.

7 comentarios:

Lucila dijo...

qué mejor que un chocolate kinder!!! (ahora, cuando paso por un kiosko, prefiero comprar las barras kinder...y si, ahora me importa mas el chocolate que el juguetito =P)
pero como olvidar todos esos juguetes del tamaño de un pulgar. En la foto faltan los cocodrilos, los fantasmitas (esos que brillaban en la oscuridad), los leoncitos tipo cazadores, los pingüinitos, las tortugas (las amabaa!)..
no hace falta decir las ganas q tengo de comer un huevito kinder!
beso!

Francisco Méndez S. dijo...

primero veíamos el juguetito, después comíamos el chocolate.

Saludos y feliz navidad

India dijo...

me hiciste desear uno je

saludos escritora =)

Miguel A. Pazos Fernández dijo...

Me has hecho recordar mi infancia con los Kinder...

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

Te deseo, con mi afecto, unas muy felices fiestas de Navidad en la que para vosotros reine, especialmente, la felicidad y que os vaya llegando, lentamente, un 2009 cargado de alegrías y muchas sonrisas. Espero que os llegue siempre una inmensa sensación de paz y de fraternidad que os permitan que en vuestra vida reinen los mejores sentimientos y las mejores actitudes. Especialmente os deseo una maravillosa cena de Navidad y un 25 de Diciembre muy especial en el que nunca olvidéis que “hay tres cosas que nunca vuelven atrás: la palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida” (proverbio chino). Con mi cariño, ¡FELIZ NAVIDAD!

Joa.diez dijo...

qué recuerdos... tengo 3 de tus sorpresas, aun las guardo en dos grandes cajas. Si que era goloso jajaja

Unknown dijo...

sisi..coincidoo con uno que los nombro a los infaltables cocodrilitooss..jejeje!!..kien no se peleaba por tener la colección completaa..jiji!!..aguante los kinders...en todas sus versiones!! jejje!!besotes!!