martes, 2 de marzo de 2010

Fortaleza

Tu cuerpo inquieto te lleva de aquí para allá, te tiemblan las piernas y esas plantas arqueadas te mueven sin pedirte permiso. Clavás el dedo gordo en el suelo. Tu cuerpo ya no es tuyo. Tus cabellos parecen haber sufrido quién sabe qué tipo de ajetreo. Un mechón por acá, el otro hacia allá, histéricos caen sobre tu rostro ajado. Y se mueven al compás de ningún viento, bajo ninguna caricia.

Tu ojo derecho. Te duele. Quiere salirse. Sentís cómo la sangre que ha abandonado todas tus arterias se agolpa en aquel conducto ocular. Tu retina ya no es tuya. Es enorme ese ojo. Es bordó. Va a explotar. Es gigante. Palpita. Duele. ¿Acaso se ha mudado tu corazón? Gritás pero no hay nadie para escucharte.

Gritás pero no te entendés lo que decís. Te duelen las cuerdas vocales. Quieren escaparse, te hacen ahogar, te dan arcadas. Pero ese ojo ya tiene el tamaño de una pelota de fútbol y amenaza con salir a mayor velocidad que desde el bate del más fuerte bateador.

Entonces empezás a correr. No sabés a dónde vas, pero cualquier lugar será mejor. Sentís un golpe seco en la frente y caés de cola al suelo. Los adornos de la repisa llueven sobre tu enmarañado cabello. Y te hundís en un espiral entre el lodo en el que ahora estás sentada. ¡Pero no puede haber lodo en casa! Entonces te preguntás si realmente estás en casa. No encontrás respuesta. Ves todo rojo. Tu casa no es roja. Ninguna casa puede ser toda roja. ¿Dónde estás?

Tus piernas son de gelatina. Sí, tiene que ser de frambuesa o de cereza… por el color, claro. Tenés hambre. Y cuánto te gusta la gelatina. Desde que esa vieja niñera que odiabas te metía a cucharadas la gelatina en la boca. Odiabas a la vieja porque siempre veía novelas en las que los hombres siempre engañaban a sus mujeres y éstas lloraban (falsamente) todo el episodio. Y les daba más importancia que a vos. Y te hacía callar mientras esas chiruzas fingían el llanto. Pero adorabas su gelatina. No aguantás la intriga y te clavás las uñas en la pantorrilla izquierda. La llevas a tu boca. Sí, es de cereza esta vez. Pero te deja un gusto amargo bajo la lengua.

Con un pedazo menos de pierna, lográs arrastrarte con tus manos por el lodo. Pero ya no es lodo. Ahora es la madera con clavos sobre la que camina el flaco sin camisa del circo de la otra cuadra. A él no le pinchan. A vos te están atravesando las manos. Duele. Pero te volvés a levantar. Tenés que demostrar lo fuerte que sos.

Ya no ves nada. Ni rojo, ni gelatina. Está oscuro. La pelota de fútbol ya se debe haber ido rodando entre los clavos, como en el juego de la gallina que atrapa sus huevos que caen entre los clavos. Nunca te ha gustado jugarlo. ¿Qué está pasando? Es domingo y deberías estar en la casa de tu abuelo. Ese viejo esquelético que se mueve tan lento y se queja de todo… ¿para qué? Preferís estar sola comiendo gelatina con tus propias manos. En plena oscuridad. Al fin y al cabo, ¿para qué querés luz? ¿De qué sirve? Todo es hermoso en las penumbras. Ya nada duele en la oscuridad. Y sos más fuerte. Mucho más fuerte.

Imagen: fragmento de una pintura en tintas que realicé en el 2007.

3 comentarios:

Diang Lugo dijo...

Holaaa que tal...?

Pasaba por acá...

Me agrada tu blog..

Te dejo mis saludos...

Scarleth dijo...

a veces cuando uno trata de ser fuerte las cosas siguen llegando una tras otra, como atraidas por ese pensamiento...

a veces deberiamos poder detenernos y decir "basta, no soy tan fuerte"

J.C. WENDIGO. dijo...

saludos desde lo ams profundo de la oscuridad del seol de los pensamientos y los sueños de la locura, he leido tu blog y no tengo mas que felicitar tu talento he imvitarte a que te unas a precensiar y si deseas despues a paricipar a el grupo de msn en vivo se llama la sociedad de la media noche el culto nocturno ahi escritores con talento como tu escriven sus historias de terror generalmente y las presentan ante todos une es cada viernes al filo de la media noche solo agrega esta cuenta quetzalcoatl_aquiles@hotmail.com o contesta en el blog de tu servidor quien ahora te escrive.

atte: J.C. WENDIGO.