domingo, 10 de febrero de 2008

Una noche de insomnio, incomprensión, lluvia y depresión

Ya deprimida y la lluvia empezaba a caer sólo para acarrearla a niveles críticos donde se extraña a otra persona. Extrañaba su voz, su caricia, su presencia; extrañaba la esperanza. Débil se recostó entre sus sábanas pensando sólo en una persona ahí… allá… cerca… lejos. Lejos. Eso era todo. “Te quiero, pero te odio”. Estaban tan cerca, pero de repente todo se alejó. Ella se sintió rechazada. Y a medida que pasaban los minutos y la lluvia aumentaba en cantidad y potencia, ella cada vez con menos sueño y más ganas de tenerlo cerca. Pero cada minuto lo alejaba más. Cada palabra la hundía más en su cama. El colchón la absorbía de a poco, la hacía pequeña, la doblaba en dos, en cuatro, en ocho; la llevaba con los retazos mullidos hasta lo más bajo. La metía entre las sombras de las sábanas, la ahogaba, le quitaba la respiración. Y ella cada vez entendía menos a aquel ser que le carcomía la cabeza, que se hacía lugar, se estiraba, se amoldaba y ocupaba cada pequeño rincón de su cabeza, de su mente, de su espíritu, de su cuerpo. La hacía sentirse tan impotente el no comprender sus palabras, sus gestos, sus expresiones, sus intenciones. Los minutos se acercaban, le sacaban las fuerzas y se las daban a la cruel lluvia que justo en ese momento fue a llenarla de melancolía y depresión. Justo cuando pensaba que ya estaba lo suficientemente triste. Cada minuto lo entendía menos, se sentía más impotente, se sentía menos. Era así de chiquita. Cada vez más chiquita y más ahogada entre sábanas solitarias y monstruosas. Cada vez más abajo, cada vez más lejos de él. Lo soñaba despierta. Quería mirarlo, hablarle, escuchar su voz, y por fin tener una charla que le permita entenderlo. Pero sólo faltaba tiempo. Tenía que esperar, seguir inmersa en la depresión, entre sábanas que la comían, la tragaban, la devoraban, la deglutían, la partían en mil pedacitos, la doblaban en mil fracciones. Sólo tenía que esperar escuchando la lluvia caer, cada gota perforándole los oídos y agujereándole el alma. Y esperar unas horas más hasta poder lograr alejarlo aunque sea unos milímetros de sus pensamientos para recién poder recibir al sueño, que tímidamente decidió apoderarse de ella. Y una vez que lo hizo, la sumergió en un mundo de anestesia. En un mundo en el que él no tuvo participación – al menos hasta lo que ella podía recordar.
- Texto & foto by Valentine (ValeBe) -

1 comentario:

Anónimo dijo...

una poeta con mal de amores...? peligroso, pero inspirador. un beso vale