viernes, 8 de febrero de 2008

Confesiones de un alma que sintió la muerte

Cuando mi cuerpo ya no sea mío y comience a formar parte de la tierra, del suelo. Cuando mi voz ya no sea escuchada por nadie, mi risa ocasionada por nada y mis manos acariciadas por las de nadie. Cuando mi corazón no lata ni por vos, ni por él, ni por nadie ni nada, no quiero morir del todo, ni tan sola. Recordáme, habláme. Te voy a estar escuchando y desde lo más profundo de tu conciencia te voy a estar transmitiendo lo que pienso. Aunque te duela sentarte al lado de lo que antes hubiese sido yo, hacélo, imagináme a tu lado y contáme las últimas noticias, los chismes, lo que te pasa, lo que sentís. Pronunciá mi nombre despacito en tu cabeza y voy a estar con vos, mirándote, escuchándote, contemplándote y todavía amándote. No me vas a extrañar porque vas a saber que estoy con vos. No te voy a extrañar porque voy a saber que todavía te acordás de mí. No me voy a aburrir en la eterna infinidad porque todavía voy a vivir en vos. Voy a ser feliz cada vez que me recuerdes. Voy a tener qué hacer con todo el tiempo que se me va a dar. Voy a sentirme recordada, extrañada y todavía amada. Cuando mi alma abandone este mundo quiero que me llames, me sientes a tu lado y me hables. Sólo así estaré todavía al tanto, seré feliz, estarás acompañado. Nos seguiremos queriendo como siempre.

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