lunes, 23 de julio de 2012

Estoy llena de aire

Estoy inflada, redonda, llena de aire. Como en el juego que jugábamos cuando éramos niños: “¿qué tengo acá adentro?” preguntaba uno tapando una lata o un vaso, pretendiendo que lo que había adentro no se escape. “Nada” respondía el otro. Entonces venía el papel del ganador, que ya sabía cómo retrucar: “¿Cómo que nada? ¡Tengo aire!”. Así, así mismo. No tengo nada adentro. Nada más que aire. Estoy inflada, redonda, llena de aire. Y ni siquiera puedo volar como un globo, ni siquiera eso. Estoy llena de nada. Tengo aire que ocupa espacio y no deja que entren otras cosas más lindas. Quiero menos aire y más sonrisas, una luciérnaga, un pedacito de arcoíris. Quiero menos aire y aunque sea un poquito de amor, del tipo que sea, tampoco voy a ponerme tan exigente. Que hay una ventaja, a eso ya lo sé, no hace falta que me lo digan: así soy liviana y no me quejo cuando me subo a una balanza. Sí, sé que es lo que tantos quieren, pero ¿de qué me sirve ser liviana si igual no voy a poder volar, no voy a saber despegar, y ni siquiera voy a animarme a dar un salto como para ver si planeo? ¿De qué me sirve si igual no hay toboganes por los que deslizarme, ni bajadas en las que tomar velocidad, ni canción que eleve mi nombre? ¿De qué me sirve, si faltan tantas otras cosas? Quiero menos aire y más miradas, más aromas, algún beso suave. Quiero menos aire y más sustancia, más tripas, más valentía, más corazón.