domingo, 31 de mayo de 2009

Con la forma que fuere

Justo en el momento en que te pensaba, fuiste la hoja más roja del árbol más tupido. Fuiste la hoja que caía lentamente y cuya suave caída yo observé hasta que llegó al suelo húmedo. El sol te secó con sus poderosos rayos y te elevaste con el primer viento que se avecinó. Te elevaste libre y sin resistencia. Te dejaste llevar a la voluntad de la brisa otoñal que era la misma que chocaba mi cara y que despeinaba mi cabello.


Mientras subías por el aire dando unas divertidas vueltas, te convertías en un diente de león. Del león más grande, más poderoso, más sabio. Entonces el viento se detuvo para no quitarte ni un pedacito de vos. Y antes de emprender una nueva caída soltaste sólo una semillita, que luego germinaría y daría más vida.


Entonces te convertiste en nube. Eras un trazo blancuzco subiendo en el aire sin mucha consistencia, pero con decisión. Y allá arriba empezaste a tomar forma y fuiste una nube blanca. Y de a poco cobraste volumen. Y te multiplicaste y tuviste muchas formas. Justo en ese momento, desde acá abajo yo encontraba un conejito, un gato y un dragón en alguna nube que cruzaba el firmamento. Y al verla me acordaba de vos.


Un pajarito te hacía compañía, te acariciaba el cabello de nube y te daba besitos en el cuello. Te susurraba algo al oído mientras te cantaba lo que yo desde otro lado tarareaba. Y el cielo se oscureció de repente y empezaste a desintegrarte en gotas. Se desprendían de vos, te dejaban, y cada una mojaba un pedacito de tierra que no volvería ser el mismo nunca más. Y vos caíste en la última gota. En la más gorda y con más actitud, en la que supo esperar que el resto caiga antes. Caíste librada completamente a la fuerza de la gravedad. Y nunca hubieras pensado dónde irías a caer. Precisamente en la comisura de mis labios. De esta mujer que te pensaba mientras trataba de despejarse y cambiar de rutina mojándose un poco bajo la lluvia. De esta mujer que buscaba una respuesta mirando al cielo y disfrutando cada gota que la mojaba. Y con esa última gota abrí los ojos y miré al frente. Y te sentí parte de mí. No eras ni una gota, ni una nube, ni una hoja. Eras vos muy dentro mío, moviendo tus alitas y enseñándome a mover las mías. Sonriendo y dándome razones para sonreír. Convirtiéndome en estrella, y permitiéndome acompañarte. Elevándonos y brillando al mismo tiempo desde allá arriba. De la mano y en silencio, con la forma que fuere.

1 comentario:

P.E.P.E. ® dijo...

Puedes hacer de un diente de león un tierno soplido, un lunes, en el que necesitaba un respiro.

Gracias Vale.