No quería morir. Y estaba absolutamente segura de eso. Pero ahora que aquello pasó, que mi cuerpo sigue caminando sobre el piso mojado, que mi voz aún suena en el silencio de la noche, estoy segura que no me alcanzó. Sabiendo que mi cabeza todavía me duele y que aquella herida todavía arde, estoy enormemente agradecida y feliz de haber pasado ese momento. De haberlo vencido, de haber triunfado. Sigo viva y eso es lo que me hace feliz. Hoy, luego de haberlo logrado, y sin caducar durante aquel acontecimiento arriesgado, puedo decir que tuve miedo, que sentí el peligro cerca, muy cerca. Hoy quiero que esa herida me siga ardiendo, que la cabeza a veces me duela. Es la única forma de seguir caminando sobre el piso mojado, de seguir sintiendo mi voz en el silencio de la noche, de saber que sigo en este mundo, como siempre lo estuve.
No quise expresarlo para no atraer lo que no quería. Pero deseaba decirlo, escribirlo, porque era lo que sentía, y si desgraciadamente, llegaba a ocurrir, para que la gente sepa que el final a veces es predecible. Para que mi gente sepa que lo había visto venir, que no era lo que quería, que los iba a extrañar, que los quería a todos, que cuántas cosas más. Pero no lo hice. Y si no lo hacía, e igual aquella desgracia me perseguía, sabía que me iba a arrepentir toda la vida (aunque ya no la tuviera) de no haberme expresado. Me iba a arrepentir de no haber dicho que realmente lo había visto acercarse. Me iba a arrepentir de no haber dicho tantos perdones, tantos te quiero, tantos gracias, tantos te extraño, tantos… Pero no lo hice. Y no estoy arrepentida de no haberlo hecho. Quizás en otras situaciones lo hubiera estado; pero con lo que la vida me deparó hasta el día de hoy, no lo estoy. Es ahora cuando me siento completamente segura de poder y querer expresarlo. Es recién ahora cuando se los cuento. Pero aquella vez… simplemente, sentí mucho miedo.
Escrito: 22-07-07
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