Me desperté, abrí la cortina para ver por qué me entraba menos luz de lo normal en un día de sol... y descubrí que el piso estaba mojado. Lloviznaba lentamente y sin apuro ni rabia. Llovía. Me alegré. Pero justamente esa lluvia es la que no me gusta. La aburrida, la deprimente, la que no tiene ganas de llover, la que no da ganas de hacer nada, la gris, la llovizna sin personalidad. Pero llovía después de mucha tierra, de mucha sequía, de muchos árboles muertos de sed. Me concentré en tareas que debía realizar, y al terminar la canción que estaba escuchando, en esos segundos de silencio que nos trae la pausa entre tema y tema, escuché que la lluvia había tomado fuerza. Miré por la ventana y descubrí que era otra la lluvia que alimentaba ahora a Tucumán. De repente sentí ganas de sentarme en el medio del jardín, sobre el pasto humedecido por el agua que caía con tantas ganas. Sentí ganas de sentarme con las piernas cruzadas, extender mis brazos hacia arriba, uno a cada costado de mi cuerpo, cerrar los ojos, sentir la lluvia, sonreír, disfrutar. Quería sentir la lluvia sobre mi cuerpo otra vez, quería mojarme por más frío que me hiciera. Calmar mi sed, olerla por fin, sentirla, tocarla, admirarla.
Escrito: 23/09/07
No hay comentarios.:
Publicar un comentario