jueves, 8 de noviembre de 2012
Paz
Hoy me siento llena de paz. Mi ciudad es hermosa, el sol es el mejor regalo y los pájaros cantan para mí. Ya no quiero esconderme más. Quiero salir al sol. Voy a salir. Voy a perseguir la luz, voy a volver a luchar por la luz que quiero. Que me ilumina, que me embriaga. Que me eleva y me revive. Que me envuelve, y siempre vuelve. La que es mía y sólo mía. La que muevo a mi antojo y sé que quiero y cómo la quiero. Esa del viento en la cara, del pelo despeinado y los panaderos que atrapo con una sola mano mientras camino. Esa de los abrazos de colores, de los amigos y los casi desconocidos que también saben abrazar. La de la carcajada bajo el sol y la sonrisa porque sí.
lunes, 17 de septiembre de 2012
Llanto de soledad
Es el silencio de la casa, una gata que no sabe más que
estar en mis brazos, es cocinar siempre la misma comida. Es el niño que me hace
acordar a mi niño con sus pasos ruidosos sobre mi cielo raso, son los chistes
tontos que ya no tengo para criticar, es el buen día que ya no tengo a quien
exigirle, y el buenas noches que nadie se queja si no digo. Es el silencio. Son
las horas en los relojes y en las paredes. Es el frío que se filtra por debajo
de la puerta con tu perfume, es la noche que cada vez demora menos en llegar y
cada vez dura más.
Son las ganas de llorar, la falta de escribir, la voz que no
susurra mi nombre, los pasos ya sin eco. Soy yo, mi gata y algún libro. Soy yo,
tu ausencia y mil preguntas. Un sueño que no logramos tocar con las manos, una
promesa que no se cumplió y la sed de no-sé-qué que se me escapa por la punta
de los dedos.
martes, 4 de septiembre de 2012
Memoria selectiva
“Qué locas son las cosas
que al alma se le antoja
conservar.”
que al alma se le antoja
conservar.”
Ya sé, ya sé por qué me pasa esto y llegué a la conclusión
que toda la culpa la tiene mi cabeza. Odio esta memoria selectiva que sólo sabe
recordar sonrisas, y brillos en los ojos. En realidad, siempre me gustó mi
capacidad de olvidar lo malo, de perder los detalles de las discusiones, pero
recordar hasta la cantidad de veces que respiraste antes de besarme por primera
vez. Claro, es una gran ventaja la que yo tengo, pero en realidad, en este
punto, a mí me resulta un problemón. Sólo recuerdo todo lo hermoso que hicimos,
vivimos y nos dijimos. Pero si mi cabeza recordara también lo feo, lo doloroso
y las lágrimas, tal vez sería más fácil volver a vivir sin vos. Recordando sólo
lo hermoso, no puedo evitar pensar que las cosas, tal vez en algún momento,
pueden llegar a volver. Y no es así, la vida cada día nos da otro golpe
distanciándonos un poquito más y recordándonos que no es así, que no se puede
volver a la misma felicidad que algún día nos envolvió. Yo supongo que si
recuerdo más dolores, tal vez sea más fácil desatar este nudo que todavía me
ata a tu sombra. Tu sombra, tu perfume, o lo que sea que todavía te mantiene
por acá, caminando por los pasillos, escondiéndote en mi cuello, tomando un
café al frente mío. Como si nada, como si todo, entre las caricias que aún
revivo, los secretos al oído, los volantines, los besos en el cuello y el olor
a verano.
domingo, 26 de agosto de 2012
El mundo se me rompe
El mundo se me rompe, se cae a pedazos y se derrite con lo
que sea que cargue sobre su lomo. No le importa nada. Se derrite como la vela
que lleva horas encendida y queda toda desparramada, aplastada e inútil,
ensuciándolo todo. La vida se derrite como una vela que ya nunca más iluminará,
y nunca nada se derrite como yo lo hice la primera vez que besé tus labios. El
techo se cae a pedazos, las paredes no son más que cenizas. Soplo y se me
ensucian los rincones de los pulmones, y hasta los del alma. Soplo y se me va
la vida en un soplido que no sé por qué inicié. Soplo para sentir, para vivir,
para vaciarme, para hacer lugar. La rutina se me amortigua, las sábanas se me clavan
en la espalda y el frío siempre encuentra el hueco por el cual penetrar. Mi
guarida ya no es guarida, y ya no es mía. Mi cuerpo ya no es mi cuerpo y mi
cabeza se agita en otro lado. Ojalá todavía se agite. Camino, camino más
rápido, corro. Corro tan rápido que a los pocos segundos estoy cansada y de
nuevo en el mismo lugar. Vuelvo a la guarida que no es guarida. Vuelvo a las
paredes de cenizas, a los techos derrumbados, al humo impenetrable, y a la tos
interminable. Vuelvo a la vela derretida que ahora me toca volver a limpiar, a
la luz que ya no iluminará, y a la vida que ya no sé dónde encontrar.
viernes, 17 de agosto de 2012
Para avanzar
Que con ese día empieza el resto de mi vida, trato de
convencerme. Pero lo que en realidad creo es que mi vida ya empezó a cambiar en
el mismísimo momento en que me propuse lograr esta difícil meta. Fue entonces
cuando respiré la primera bocanada de este otro aire: un aire con un olor parecido
al del verano, un aire más liviano, que tiene sabor a nuevo y me regala
sonrisas entre sus brisas. En ese mismo momento decidí que la vida empezaba de
nuevo para mí. Dejé de lado algunos miedos, me puse una responsabilidad más
sobre la espalda y decidí lograr lo que alguna vez quise y siempre me había
parecido tan lejano.
Después de tantos años de estar de este lado de la cinta,
elevando mis brazos alentando a alguien, gritando un nombre, ofreciendo toda la
energía que podía soplar, esta vez vengo yo a moverme desde el otro lado, a
pedir todo el aliento y a llevarme toda la energía que pueda atrapar flotando en
el aire. Esta vez, después de tantas otras veces, me toca a mí. Y los nervios
los tengo de punta, y la panza me hace cosquillas, y el cuerpo ya no quiere
quedarse quieto. Es hora de seguir, de avanzar, de correr. Es hora de saber que
se puede, que las cosas no son tan difíciles como parecen y que la fuerza que
hace falta siempre la llevamos dentro.
miércoles, 8 de agosto de 2012
Un pez enredado en la tierra
Pestañas
ensombrecen un sol,
mirada asaltante,
suplicante, transparente.
Un rayo de luz
penetra una pupila,
un viento despeina
un flequillo.
Chispas, temblor,
un fuego.
Uno solo.
De a dos.
Pero no estás acá.
Un reloj se derrite
al borde,
la música se repite
y nada dice.
Nada decís.
Tanteo, manoteo,
salvame.
Pero no alcanza, no
llega.
No hay calor,
me hundo en la
nieve,
el río me lleva.
Cuidado, hay
piedras,
y hay musgo:
se me enreda en los
tobillos.
Descubro que el
alma también se derrite.
Y se rompe.
Una mano se estira,
una voz ofrece
ayuda.
Acá estoy, para
vos.
Pero la boca se
mueve como la de un pez.
Algo (siempre) busca.
No hay anzuelo, no
hay agua,
no hay más nada.
La arena se
amontonó.
El agua se escapó
entre los dedos.
El sol no tiene
pestañas,
pero hay una
mirada.
Mía. Tuya. De quien
sea.
Queda un farol
encendido cuando amanece.
Corro, me detengo,
lloro.
El sol vuelve a
salir,
quiere secar las
brasas.
Ya no queda nadie.
Ya no queda nada.
El río se hace
brillantina
y sigue en su
carrera.
Susurra, golpea y
escupe.
Yo tengo los pies
enredados,
tengo algo
derretido,
y alguna otra parte
desparramada.
Pedacitos,
pegamento, mucho filo.
Y vos no estás acá.
Un viento despeina
mi flequillo,
tu olor, ¿de dónde
viene?
Te toco, te miro,
te beso.
Aceptás, me mirás,
yo lloro.
Pero no estás acá.
Duele, despierta,
sacude.
Me hace callar.
Yo piso otra vez,
hago silencio, sangro.
Tomo aire, me
sumerjo, floto.
Me ahogo.
Mi cuerpo flota.
jueves, 2 de agosto de 2012
El orden de las cosas
Tengo la vieja y obsesiva necesidad de ordenarlo todo. Es
una obsesión en la que gasto energía desde que tengo memoria, es la necesidad
de ponerle a todo un nombre, un título, un rótulo. Necesidad de meter cosas en
cajas, ordenarlas por colores, tamaños y fechas. Tengo papelitos adhesivos de
todos los tamaños, según la superficie que lo requiera. Todo tiene que tener un
lugar, y yo debo saber exactamente dónde encontrar algo cuando lo busco.
Y en realidad algunas cosas nacen para estar siempre
desordenadas, para aparecer en un lugar, desaparecer cuando se les da la gana,
y volver a aparecer en otro. Cuando finalmente las damos por perdidas, deciden
asomarse bajo alguna cama, detrás de un libro, o entre papeles que ya se están
poniendo amarillentos. Prefieren no tener título ni horario, se escapan de los
rótulos adhesivos de colores, y nunca van a entrar en ninguna caja. Son esas cosas
difíciles de guardar y de catalogar. Esas que nacen para nunca acomodarse y para
hacer de mi supuesto orden, lo que se les antoja.
lunes, 23 de julio de 2012
Estoy llena de aire
Estoy inflada, redonda, llena de aire. Como en el juego que jugábamos cuando éramos niños: “¿qué tengo acá adentro?” preguntaba uno tapando una lata o un vaso, pretendiendo que lo que había adentro no se escape. “Nada” respondía el otro. Entonces venía el papel del ganador, que ya sabía cómo retrucar: “¿Cómo que nada? ¡Tengo aire!”. Así, así mismo. No tengo nada adentro. Nada más que aire. Estoy inflada, redonda, llena de aire. Y ni siquiera puedo volar como un globo, ni siquiera eso. Estoy llena de nada. Tengo aire que ocupa espacio y no deja que entren otras cosas más lindas. Quiero menos aire y más sonrisas, una luciérnaga, un pedacito de arcoíris. Quiero menos aire y aunque sea un poquito de amor, del tipo que sea, tampoco voy a ponerme tan exigente. Que hay una ventaja, a eso ya lo sé, no hace falta que me lo digan: así soy liviana y no me quejo cuando me subo a una balanza. Sí, sé que es lo que tantos quieren, pero ¿de qué me sirve ser liviana si igual no voy a poder volar, no voy a saber despegar, y ni siquiera voy a animarme a dar un salto como para ver si planeo? ¿De qué me sirve si igual no hay toboganes por los que deslizarme, ni bajadas en las que tomar velocidad, ni canción que eleve mi nombre? ¿De qué me sirve, si faltan tantas otras cosas? Quiero menos aire y más miradas, más aromas, algún beso suave. Quiero menos aire y más sustancia, más tripas, más valentía, más corazón.
viernes, 13 de julio de 2012
Una luz anaranjada y peluda
Ella, el brillo que venía a llenarme de magia, a inundarme
la casa de ternura, a darme una razón para volver. Ella, la de los ojos más
hermosos, la más suave, la más perfecta. Cuatro patitas que saltaban con
alegría al verme, que salpicaban huellitas de leche por todos lados, que se
metían dentro de una zapatilla y ahí se quedaban dormidas. Un cascabel que me
perseguía y me pedía con su alegre tintinear que no me fuera, que no la
abandonara. Ese par de ojitos verdosos, brillosos, tristes, me pedían ayuda, y
a la vez me pedían perdón. Ella sabía, ella lo sentía, ella lo absorbía. Mi
pequeña de uñas filosas que tan bien trepaban la pierna que se le aparecía en
el camino. Los raspones que habré tenido por su culpa, por su inmensa
demostración de cariño, por su búsqueda de calor. Todavía puedo verla
acobardada en aquel nuevo y oscuro espacio, escondida entre mis libros,
observándome en silencio. Ella, la inapetente, la friolenta, la temblorosa. Mi
pequeña a la que tan pocas veces pude oír ronronear. La más dulce, la más
suave, la más dispuesta a hacerme sonreír. Y sí que lo hizo.
Ella, la experta olfateadora (y seguramente fanática) del
chocolate y el queso rallado. La observadora, la pequeña aprendiz. La de los
bigotes atentos y la orejita con la mancha blanca. Mi Peter Pan que no quiso
crecer, a la que este mundo tan gris asfixió y no se lo permitió.
No pudimos hacernos fuertes, no pudimos correr en la plaza,
ni andar juntas en bicicleta. No pudo jugar con el ovillo de lana verde, ni saltar
desde el sillón al piso. Pero yo sé que hoy está más grande, que no se le notan
tanto las costillas y que está corriendo y saltando en algún césped muy verde,
o en alguna nube esponjosa. Que es libre, mucho más libre de lo que acá podría
haber llegado a ser.
Fue tan poco el tiempo que pudimos compartir que casi creo
que ha sido un sueño. El sueño más esperanzador, más alegre, y a la vez más
triste y devastador que pude haber vivido. Un sueño o una pesadilla más entre todas las que estuve viviendo.
lunes, 9 de julio de 2012
Esto que no entiendo
No sé qué es lo que me pasa, o qué es lo que llevo adentro, pero hace meses algo no anda bien bajo estos cabellos despeinados, algo extraño me habita y no sé cómo llegó, ni cuándo. Alguien me habla, me llama, me dice cosas con las voces de mis conocidos, de mis difuntos o hasta de desconocidos. Combina palabras que mi razón nunca se hubiera animado a poner en una misma frase, y otras veces suena un poco más coherente. Trato de no detenerme en ellas, suelo hacer de cuenta que no escucho, pero cada vez que pienso o decido analizar alguna de esas ideas que parecen estar tiradas al azar, encuentro mensajes tremendamente ásperos y crueles que me golpean y me escarban las heridas que yo creía que ya estaban secándose.
Las luces a mi alrededor cambian su potencia y nadie más que yo lo nota. En un pestañeo todo se vuelve rojo, o verde, o azul, donde casi no distingo un objeto de otro, y cuando vuelvo a abrir los ojos, la silla ha vuelto a ser negra y el pasto verde-amarillento. Se me encienden luces que no existen a ambos costados de mi cuerpo. A veces son simples puntos, y otras son trazados garabateados por un niño o por un viejo. Y son de colores, como las luces de neón. Siempre hay algún flash que se desata sin que nadie lo dispare, y nadie más que yo lo nota.
Camino sin mirar el suelo y así me tropiezo bastante seguido con raíces y baldosas sueltas. Estiro mis piernas para saltar el charco al lado de la vereda, pero el salto termina siendo mucho más corto de lo que calculé y de lo que antes podía saltar. Me pregunto qué me estará pasando, si me estaré encogiendo, o si el frío habrá entumecido mis músculos.
Escucho que me llaman, pero al darme vuelta, no hay nadie mirándome. Siento que me miran, pero cuando permito el contacto visual, la gente se me escapa. Siento que voy a destiempo, siempre voy a destiempo. A veces los cuerpos caminan demasiado rápido, hablan, gritan, se ríen a carcajadas y yo me aturdo, me hago chiquita, de verdad, las piernas se me encojen, y todos pasan a mi lado a velocidades atroces que no entiendo, que no puedo seguir ni con la mirada. No entiendo, no entiendo nada.
Me subo a los colectivos sin haberme fijado antes el cartel que indica a dónde se dirigen. Deambulo por las góndolas del súper leyendo el nombre de cada producto y analizando conceptos de diseño, pero no siempre me acuerdo de comprar lo que necesito. Me paso el día abriendo puertas porque sí, pero no puedo dormir si mi puerta queda abierta. A veces, al cerrar los ojos, sigo viendo lo que tengo delante. Me olvido las llaves al salir, y me choco con algún mueble al entrar. Se me duerme una mano, y tengo un talón que cada tanto me da pinchazos. Las perspectivas se me mueven, las luces avanzan muy rápido y luego muy lento, los edificios se hacen más altos si los sigo mirando y las calles se desplazan hacia los costados. Es como si el mundo jugara conmigo y se me burlara.
De verdad que cambian los colores de las cosas. Yo no miento cuando digo que se encienden luces que nadie más ve. Escucho voces, cada vez más seguido escucho voces que me dan mensajes, que me llaman, o que hablan entre ellos como si yo ya no existiera. Ya no me asustan, pero sí empiezan a molestarme.
Las luces a mi alrededor cambian su potencia y nadie más que yo lo nota. En un pestañeo todo se vuelve rojo, o verde, o azul, donde casi no distingo un objeto de otro, y cuando vuelvo a abrir los ojos, la silla ha vuelto a ser negra y el pasto verde-amarillento. Se me encienden luces que no existen a ambos costados de mi cuerpo. A veces son simples puntos, y otras son trazados garabateados por un niño o por un viejo. Y son de colores, como las luces de neón. Siempre hay algún flash que se desata sin que nadie lo dispare, y nadie más que yo lo nota.
Camino sin mirar el suelo y así me tropiezo bastante seguido con raíces y baldosas sueltas. Estiro mis piernas para saltar el charco al lado de la vereda, pero el salto termina siendo mucho más corto de lo que calculé y de lo que antes podía saltar. Me pregunto qué me estará pasando, si me estaré encogiendo, o si el frío habrá entumecido mis músculos.
Escucho que me llaman, pero al darme vuelta, no hay nadie mirándome. Siento que me miran, pero cuando permito el contacto visual, la gente se me escapa. Siento que voy a destiempo, siempre voy a destiempo. A veces los cuerpos caminan demasiado rápido, hablan, gritan, se ríen a carcajadas y yo me aturdo, me hago chiquita, de verdad, las piernas se me encojen, y todos pasan a mi lado a velocidades atroces que no entiendo, que no puedo seguir ni con la mirada. No entiendo, no entiendo nada.
Me subo a los colectivos sin haberme fijado antes el cartel que indica a dónde se dirigen. Deambulo por las góndolas del súper leyendo el nombre de cada producto y analizando conceptos de diseño, pero no siempre me acuerdo de comprar lo que necesito. Me paso el día abriendo puertas porque sí, pero no puedo dormir si mi puerta queda abierta. A veces, al cerrar los ojos, sigo viendo lo que tengo delante. Me olvido las llaves al salir, y me choco con algún mueble al entrar. Se me duerme una mano, y tengo un talón que cada tanto me da pinchazos. Las perspectivas se me mueven, las luces avanzan muy rápido y luego muy lento, los edificios se hacen más altos si los sigo mirando y las calles se desplazan hacia los costados. Es como si el mundo jugara conmigo y se me burlara.
De verdad que cambian los colores de las cosas. Yo no miento cuando digo que se encienden luces que nadie más ve. Escucho voces, cada vez más seguido escucho voces que me dan mensajes, que me llaman, o que hablan entre ellos como si yo ya no existiera. Ya no me asustan, pero sí empiezan a molestarme.
miércoles, 27 de junio de 2012
Sueño que cuento
Una vez soñé que contaba un cuento en secreto. Era de una cebra que se perdía del resto de las cebras y se encontraba con un grupo de leones que no entendían sus rayas. En ese sueño también abrazaba, no sólo con mis palabras, también con todo mi ser. Confesaba cuánto quería a alguien y cómo me rompí en mil pedazos algún día. Pedía perdón, lloraba en sus brazos, temía que sea tarde y me ahogaba con mis propias palabras, con mis gritos, con mis lágrimas. Me daba cuenta que no quería hacerme grande, que quería aprender a volar, y que ya era hora de volver a soñar.
Alguna vez, yo sé que alguna vez, (y esta vez no va a ser un sueño) yo voy a contar un cuento en secreto. Y sé que ese cuento va a ser de una cebra que se pierde del resto de las cebras y se encuentra con un grupo de leones que no entienden sus rayas.
Alguna vez, yo sé que alguna vez, (y esta vez no va a ser un sueño) yo voy a contar un cuento en secreto. Y sé que ese cuento va a ser de una cebra que se pierde del resto de las cebras y se encuentra con un grupo de leones que no entienden sus rayas.
lunes, 18 de junio de 2012
La verdad del mar
El mar siempre dice la verdad. A veces en secreto, como un susurro que nace en el interior de un caracol, y otras a los gritos, como el escándalo de cada ola que rompe justo sobre mis pies. Pero siempre, siempre dice la verdad.
jueves, 7 de junio de 2012
Abismos
Retomando este espacio, con letras que ya tienen cinco meses, que escribí desde el mar.
Estoy en ese vertiginoso segundo de silencio entre dos acordes. El que en tan poco tiempo promete abrir tus venas y hacerte explotar. El que explota sin pedir permiso, o sin darte tiempo a responder. Estoy en el grito a toda voz que le falta una bocanada para quebrar el silencio. Estoy en el delgado hilo que todavía une los dos extremos de la cuerda. Estoy en la ola que sigue avanzando siempre a punto de romperse. Estoy en el mar, que de tanto mecerse, ya se ha mareado. Estoy en ese pedacito de caracol que llega a la orilla y se entierra por fin, para quedarse quieto. Se hunde en la arena con las últimas brazadas, para refugiarse y esperar que algún niño curioso lo encuentre, lo desentierre y lo lleve, orgulloso, como su nuevo tesoro. Lo muestre, lo luzca, lo viva. Para cuidarlo, para abrigarlo, para curarlo.
Estoy en ese vertiginoso segundo de silencio entre dos acordes. El que en tan poco tiempo promete abrir tus venas y hacerte explotar. El que explota sin pedir permiso, o sin darte tiempo a responder. Estoy en el grito a toda voz que le falta una bocanada para quebrar el silencio. Estoy en el delgado hilo que todavía une los dos extremos de la cuerda. Estoy en la ola que sigue avanzando siempre a punto de romperse. Estoy en el mar, que de tanto mecerse, ya se ha mareado. Estoy en ese pedacito de caracol que llega a la orilla y se entierra por fin, para quedarse quieto. Se hunde en la arena con las últimas brazadas, para refugiarse y esperar que algún niño curioso lo encuentre, lo desentierre y lo lleve, orgulloso, como su nuevo tesoro. Lo muestre, lo luzca, lo viva. Para cuidarlo, para abrigarlo, para curarlo.
lunes, 26 de marzo de 2012
Algunos lugares
Había muchos lugares en mi ciudad,
y muchos más en el resto del mundo.
Unos más lindos que otros,
unos más libres, otros menos poblados,
unos más azules, otros menos nombrados.
Había muchos lugares que yo transitaba,
que caminábamos,
que besábamos,
(que nos besábamos).
Lugares de día, de noche, de tarde,
y a veces también de madrugada.
Lugares en los que empecé a esconder,
a resguardar,
a enterrar por cuidar
algunos álguienes.
Alguien de un color, alguien de otro,
alguien de jean, alguien de piel,
alguien de plumas y de miel.
Álguienes que se fueron quedando,
anidando, apoderando,
haciendo de esos lugares sus rostros,
sus luces, nuestras risas.
Lugares que hoy ya no son míos
y que a veces prefiero evitar.
Lugares que me llenan de voces,
besos, vasos, brazos,
y a veces una lágrima.
Lugares a los que a veces vuelvo
y otras sólo los miro de reojo,
haciendo de cuenta que no me llaman,
que no me gritan,
que no hay ningún rostro,
ninguna voz,
ningún alguien,
ninguna nada.
Haciendo de cuenta,
siempre haciendo de cuenta,
que ahí, entre nosotros,
no pasó nada.
y muchos más en el resto del mundo.
Unos más lindos que otros,
unos más libres, otros menos poblados,
unos más azules, otros menos nombrados.
Había muchos lugares que yo transitaba,
que caminábamos,
que besábamos,
(que nos besábamos).
Lugares de día, de noche, de tarde,
y a veces también de madrugada.
Lugares en los que empecé a esconder,
a resguardar,
a enterrar por cuidar
algunos álguienes.
Alguien de un color, alguien de otro,
alguien de jean, alguien de piel,
alguien de plumas y de miel.
Álguienes que se fueron quedando,
anidando, apoderando,
haciendo de esos lugares sus rostros,
sus luces, nuestras risas.
Lugares que hoy ya no son míos
y que a veces prefiero evitar.
Lugares que me llenan de voces,
besos, vasos, brazos,
y a veces una lágrima.
Lugares a los que a veces vuelvo
y otras sólo los miro de reojo,
haciendo de cuenta que no me llaman,
que no me gritan,
que no hay ningún rostro,
ninguna voz,
ningún alguien,
ninguna nada.
Haciendo de cuenta,
siempre haciendo de cuenta,
que ahí, entre nosotros,
no pasó nada.
sábado, 10 de marzo de 2012
Cinco piedritas de colores
Yo tengo cinco piedritas de colores ordenadas según su
tamaño sobre una mesita de mi casa. Son cinco, de cinco colores distintos, de
cinco tamaños distintos, y a mí me gusta tenerlas prolijas, cada una en su
lugar. Siempre me pareció que tienen algún tipo de magia escondida, y siempre
pensé que si ellas estaban ordenadas de tal forma, todo a mi alrededor también
lo estaría.
Pero sucede que a veces las piedritas se me desordenan. Nunca
sé si es que la gente las ve, se tienta y las toca, si es el viento que dejo
entrar fuerte por la ventana, o si soy yo la que a veces, por caminar un poco
distraída les doy un codazo. El caso es que tengo cinco piedritas que cuido y
ordeno, que me miran y ordenan.
Hay dos más grandes que el resto: una es azul y brillosa
como el mar, y la otra es verde como el césped y las montañas. Después sigue
una naranja que siempre me hizo acordar al sol y a los amaneceres. La cuarta es
roja como la sangre, como el caos y la fuerza. La más chiquita es gris, el mismo
gris de los miedos y de los días en que llueve y hace frío y parece que nunca
va a parar.
Son cinco piedritas mágicas que tengo, miro y les invento
historias desde que soy pequeña. Son las que a veces se mueven para cambiarme
un poco el orden y la rutina. Yo me quejo, lloro un poco (a veces bastante) y
mientras trato de ordenar mis piedras, mis mares y mis miedos, voy aprendiendo,
voy creciendo y haciéndome fuerte. Cuando puedo ver las cosas de nuevo como me
gusta verlas, cuando la mañana es la mejor hora y la gente empieza a emitir
luz, es cuando me doy cuenta que es hora de volver cada piedrita a su lugar,
cada color donde tiene que estar. Y así vuelven las luces y los colores, la paz
y el orden. La vida vuelve a cantarme al oído con alguna voz que encuentra en
el camino, y mi guarida vuelve a mecerme al ritmo de alguna brisa pasajera.
viernes, 2 de marzo de 2012
Un hilo que se hizo río
Siempre fui un poco lenta para estas cosas, ya lo sé. Pero esta vez tu rapidez me tomó por sorpresa y me dejó sola, completamente sola en el abismo de silencio que la ciudad hizo en ese mismo momento.
Pestañeé y ya no estabas.
El cuadro más hermoso estaba pintado en el charco que tus pies esquivaron, y no sé si llegaste a verlo. El charco, que de tanta humedad, prefiere refrescar con luces a los ojos que miran tristes y cansados.
Corría un delgado hilo de sangre por mi piel, seguía por el suelo, y creo que tampoco lo viste. El hilo de sangre que de tan sigiloso, a veces se hace abrazo para no desafinar con la quietud del aire. Un abrazo en el que dejo un pedacito de mí pero nunca sé si llega entero. Aunque sea sólo un pedacito, me gustaría que sepas atraparlo.
Pestañeé y sólo me quedaba tu espalda alejándose, un nudo en no sé qué parte que me abarca casi todo el cuerpo, y una represa estallando en pedazos. Un hilo de sangre ahora hecho río entre las baldosas desparejas, algunas palabras quemándome la garganta, y un par de manos vacías al rojo vivo.
Pestañeé y ya no estabas.
El cuadro más hermoso estaba pintado en el charco que tus pies esquivaron, y no sé si llegaste a verlo. El charco, que de tanta humedad, prefiere refrescar con luces a los ojos que miran tristes y cansados.
Corría un delgado hilo de sangre por mi piel, seguía por el suelo, y creo que tampoco lo viste. El hilo de sangre que de tan sigiloso, a veces se hace abrazo para no desafinar con la quietud del aire. Un abrazo en el que dejo un pedacito de mí pero nunca sé si llega entero. Aunque sea sólo un pedacito, me gustaría que sepas atraparlo.
Pestañeé y sólo me quedaba tu espalda alejándose, un nudo en no sé qué parte que me abarca casi todo el cuerpo, y una represa estallando en pedazos. Un hilo de sangre ahora hecho río entre las baldosas desparejas, algunas palabras quemándome la garganta, y un par de manos vacías al rojo vivo.
viernes, 17 de febrero de 2012
Tiempo al tiempo
A veces pierdo la noción del tiempo y otras me doy cuenta
que éste se detiene y no quiere avanzar. Cada segundo duele como una espada en
el medio del pecho, mientras yo sigo arrancando las cascaritas de la pared ahora
tan desprolija. El tiempo ya no se escapa por un hueco, y tampoco lo absorben las
paredes calurosas. Ya no juega a esconderse, ni jugamos a adivinarlo.
El tiempo que tantas cosas puede, es el mismo tiempo que
todo lo destruye y hoy me inquieta, me incomoda y me aturde.
lunes, 13 de febrero de 2012
Del mar y su medicina
Que el tiempo y la distancia harían bien, dijimos… y al menos por este lado, fue positivo.
El viento me despeinó algunas ideas que estaban un poco quietas y las olas me salpicaron un poco de frío en la panza. Tuve que dar unos saltitos y cerrar con fuerza los ojos, pero igual el mar terminó salpicándome y revolviendo la arena que estaba bajo mis pies; quitándomela con cada ola que yo dejaba llegar. Y me dejé hundir; me dejé enterrar mientras miraba cómo mis pies se iban perdiendo. Fue entonces cuando me rodearon algunos peces blancos. Simpáticos y veloces, jugaron entre mis piernas y me acariciaron sin miedo. Y yo a veces con tanto miedo a mover mi alfil.
Las olas revolvieron sensaciones y acomodaron palabras. Las piedras quisieron volver a abrir lastimados pero me di cuenta que la arena ya estaba puliendo cicatrices. Cicatrices que me llevaron mucho tiempo y muchos mares.
Me dijeron que el mar haría bien, que es el sitio de los poetas. Yo de poeta no tengo mucho, pero el mar siempre me hace bien. Y esta vez que pude sumergirme bien adentro, descubrí entre tanto azul, el color más puro y el ritmo perfecto de las olas.
La marea trajo calma y el sol me regaló toda la luz que estaba faltando. La bruma empañó mis ojos y entre las olas ya no pude distinguir mis lágrimas de las del resto del mundo. El viento me impulsó a volar y sobre la superficie del mar aterricé. En la línea del horizonte, esa que de tan hambrienta, se traga al sol cada atardecer. Ahí mismo descansé.
miércoles, 8 de febrero de 2012
Línea de horizonte
martes, 7 de febrero de 2012
Crónicas de viaje
Día 0
Dejarlo todo; o
casi. Dejar la casa, la cama, la almohada, la comida, el calor. Dejar todo lo
que no se sabe muy bien qué es y lo que sí, también. Dejarlo por un rato,
tratar de no cargar tanto equipaje, y de no extrañarlo. Dejar relojes,
teléfonos y algunas comodidades. Liberarse y emprender el viaje.
Día 1
Hoy volé. Me
acomodé, cerré mis ojos y al respirar sentí ese aire distinto y renovador. Como
un vapor frío o viento de mar, entró con fuerza y se dispersó por cada rincón
de mis pulmones acelerados. Me refrescó, me renovó. Sonreí, no pude evitarlo.
Sonreí como hace mucho no lo hacía, con los ojos, con el pecho, con mi todo. Me
acerqué al sol, sentí su calor en mis alas. Sobrevolé las nubes, atravesé tormentas
y me abrí paso entre el gris. Llegué a la luz y no me quemé. Mis ojos se
acostumbraron y mis alas no se derritieron. Más se encendieron.
Así voy aprendiendo
a volar, a elevarme con el viento. Así voy sintiendo cosas más cerca, voy
perdiendo el miedo y aprendiendo a planear. Por si llegara a fallar el impulso,
yo prefiero saber planear.
Día 2
Amanecer en el
aire, cerca de las estrellas, no es algo de todos los días. Bajé del cielo, tuve
paciencia, busqué la sonrisa simpática que muestra los dientes para
entretenerme y no dormirme. Aguanté el hambre, el sueño y el cansancio. Llegué.
Olí los árboles nuevos, miré los pájaros con atención, y así arranqué.
Vi la perfección
hecha persona ante mis ojos, la sutileza de cada movimiento, la majestuosidad
de cada actuación, el manejo ideal de los cuerpos. Las más perfectas siluetas,
los más elaborados maquillajes, los más cuidados disfraces. Y todo lo que una
persona puede ser capaz de hacer con su cuerpo, sin vacilar. Colores, luces,
saltos. Brillos, elásticos, vértigo. Voces, vueltas, aplausos. Y el corazón en
un hilo casi escapándose de mi cuerpo. Y la emoción haciendo ebullición. Y las
lágrimas que no pude evitar.
Día 3
Empezó la magia.
Ellos caminan en sus calles y los pequeños soñadores con sus sombreros, con sus
orejas, con sus disfraces, los persiguen, los tocan, los miran. Sus ojitos
brillan, sus pequeños dientes se hacen notar y la emoción se les escapa por las
manos. Son felices. Cumplen el sueño. Y yo también. Hoy volé a Marte con gritos
de emoción y volé sobre los más asombrosos paisajes. Levanté mis pies para no
mojarme los deditos, agaché mi cabeza para no golpearme con una pelota, y me
despeiné con la velocidad. Vi delfines, jugué con agua, llegué a las estrellas
y reí.
Día 4
Gritar y gritar. De
miedo, de emoción, de felicidad, de frío, de velocidad. Gritar porque libera
energía y porque la potencia. Gritar porque así sale, gritar porque sí. Caer a
toda velocidad, sentir el calor de una explosión, salvarte de la inundación,
verlo todo en cuatro dimensiones. Rock and roll, guitarras, velocidad, luces de
neón, y ‘si el volumen está muy alto es porque sos muy viejo’. Paredes rotas,
manchas de pintura, un solo ojo o tres en una remera, mucho verde y caer con
estilo. Para volver a gritar. Y porque acá soy feliz.
Día 5
Árboles, sombra, humedad,
césped. Madera, aves, monos, ardillas. El Árbol de la Vida. Meterse en la
selva, hacer silencio para ver murciélagos, no moverse bruscamente para no
espantar aves. Plumas, semillas, tierra. Tres tigres, dos leones y una chita.
También velocidad. Un tren y unas canciones que hacen explotar el corazón. Un
león rey, dinosaurios y el caudal de un río. Agua, sol, plantas. Naturaleza. El
círculo de la vida. Y sigamos nadando, que todo va a estar bien.
Día 6
Tener paciencia. No
tentarse. Sentir las ganas. ¿La necesidad? Darse algunos gustos. Aprovechar y
tener paciencia.
Día 7
Magia, sonrisas de
oreja a oreja y muchas emociones buscando escapar por cada poro. Un castillo.
El castillo de todas las historias azules. Donde todos los sueños se hacen
realidad. Las canciones de la infancia y las de toda la vida. Las que te erizan
la piel y saltan en lágrimas. Los niños abriéndose paso entre piernas largas
que van muy lentas para el ritmo que esos pequeños corazones tienen. Y yo
también me abro paso ente ellos y canto y sonrío y contesto. Y digo con toda mi
fuerza y fe junto con ellos “yo creo en los sueños” mientras los fuegos
artificiales, las luces y las voces más hermosas entonan que los sueños sí se
hacen realidad. Y lloro una vez más.
Día 8
Llego y veo. Llego
y siento; pero acá algo falta. Atravieso calles sin tanto olor a pochoclo. La
música me envuelve, el jazz, el blues y las corcheas que caen sobre mi cabeza,
me despeinan y se apoderan de mis pies, de mis brazos y mi humor. Esta música
siempre me pone de buen humor. Acá intrigan y atrapan, pero no hacen saltar
lágrimas. Despeinan y hacen gritar. Llegás al punto del carril en el que te
preguntás qué hacés ahí. Es donde el corazón se detiene, los ojos se salen de
órbita y la garganta se descose. El mundo se da vuelta y el cuerpo sigue su
rumbo al cielo mientras un soporte te trae de nuevo a la tierra. O al menos, te
acerca a ella.
Día 9
Empezar la aventura
muy arriba, con el corazón queriendo escaparse y el vértigo dando saltos sobre
mi cabeza. Con la velocidad, la altura y las vueltas, todas juntas. Y seguir en
la aventura, mudarme de isla en isla buscando nuevas historias hasta llegar a
la esperada, la más ansiada, la más poblada. El mundo que soñé tantas veces, al
que siempre quise pertenecer y en el que tantas otras me sumergí. El sitio del
que fui parte tantos años, pero nunca había podido vivir de esta forma. Volar,
gritar, saborear. Y volar con él, que me hable a mí, que me mire a mí, y esa
musiquita que me sé de memoria envolviéndolo todo, dándome todo, estallándome en un grito que no pude callar y
en un llanto que no supe frenar.
Día 10
Un sueño me sacudió.
Lloré un poco. Viajé. Vi dos árboles hermosos y un atardecer naranja.
Día 11
Hoy sentí miedo.
Miedo al ver semejante monstruo flotante, miedo al mundo de ojos ciegos que lo
elige, miedo a tanto azul a mi alrededor. También reviví emociones, sonreí y
disfruté de algunos placeres. Pero tuve miedo. Y también tuve miedo de
extrañar.
Día 12
No quiero tantos
cubiertos, no quiero tanta comida, ni tantas copas que brillan. A mí, con un
poco de sol y un libro bajo el brazo me alcanza para ser feliz.
Día 13
Empiezo a extrañar.
Aguanté bastante esta vez. Empiezo a buscar rincones. A buscarme. La falta de
comunicación me pesa, pero me hace más fuerte. Ya extraño. Y (te/me) busco.
Día 14
Me pregunto si
desde allá verás la luna. Si será la misma que yo veo desde este lado del mundo.
Si la verás tan prolija, brillante y deliciosa. Si la verás mientras yo también
la veo.
Día 15
Hay que convivir.
Quiero tierra, quiero mi bici, mi montaña, mi habitación.
Día 16
Somos amigos.
Corremos, nadamos, saltamos y reímos juntos. Hoy somos amigos.
Día 17
Último día.
Aprovecho lo que queda, lo que más me gustó, lo que se pueda. Me relajo y
pienso. Sobre una reposera sonrío, tranquila. Respiro mar y me dejo mecer con
los ojos cerrados.
lunes, 6 de febrero de 2012
Sueños desordenados
Estos días los sueños se me desordenaron.
Curioso, justo mi vida se estaba ordenando
y yo ya tenía lo que quería en mi bolsillo.
La gente y sus historias hicieron ebullición,
se me aparecieron a deshoras
y hasta me desordenaron la estantería.
Soñé con gaviotas y aviones en el aire,
con abrazos sin miedo y pistas de patinaje.
Soñé que nunca más volvería a amar,
que mi hombrecito lloraba en mis brazos,
que mi abuelita se despedía sonriendo.
Soñé con sus manos, con mis zapatillas,
con un gato azul entre muchos amarillos.
Soñé que nadaba a mar abierto,
que entraba a una casa que no es mía,
que besaba a alguien, que me retaban.
Y soñé con un abrazo, con un beso en mi nariz,
con la calma de una voz y con el infinito.
Soñé con un hilo de luz interminable,
con la dulzura que rebalsa de alguna piel.
Soñé estrellas,
soñé viento,
soñé multitudes,
y no tuve miedo.
jueves, 2 de febrero de 2012
Son aquellas pequeñas cosas
Darnos la mano. Sonreír. Besarnos. Dormir. Mirarnos. Dar la vuelta. Besarnos. Volver a caer. Tocar tu panza. Sonreír. Hacerte el café. Que no digas gracias. Tomar el café. Rozar tu pierna. Besarte. Acumular más tazas en la pileta. Enredarnos en las sábanas. Reír. Mirarnos. Decir. Cortázar. Tu mano en la mía. Galeano. Tu abrazo en mi todo. Los labios. Soñarnos. Decirnos en secreto. Besarnos. Quejarnos. Reírnos. Afuera no existe. Lo demás tampoco. Darnos la mano. Mirarnos. Sonreír. Besarnos. Dormir. Mirarnos. Reír. Reír.
martes, 10 de enero de 2012
La última gota de lluvia
Ya llovió. Y llovió bastante por acá. El cielo se cayó, y casi que yo también. Pero ahora que no hay más lluvia y el sol se abrió paso, enorme, brillante, tras tanta nube gris, los vidrios quedaron decorados con algunas gotas que todavía han de caer.
Arriba, una se hace lo suficientemente grande y en su tiempo y a su ritmo empieza a caer. Se desliza suave por done el cristal le va abriendo camino. Cae como quiere, cae y no se detiene. Se apura, se amontona, se demora, se disfruta. Se acelera, se enlentece y sigue cayendo. Va agarrando y sumando a su trayecto algunas otras gotas que encuentra en su camino. No frena. Ya no. Es la última, sí, la última gota de esta lluvia que ya casi termina de caer,
de dormir,
de morir.
lunes, 9 de enero de 2012
Viento, por fin
[Escrito hace unas semanas, en una de las crestas de la onda.]
Este es el viento que me faltaba, el que esperaba sin saber muy bien cuándo o en qué forma llegaría. Este es el caos que iba a suceder, que tenía que ser. Es la brisa que me habita, esta vez llena de fuerza y tan grande como la valentía. Es la decisión tomada en forma de remolinos que me sacuden a toda velocidad y se van… lejos, donde yo no estoy, lejos, donde ya no estamos. Es el golpe en la cara, los árboles despeinados, el edificio que se sacude y mis ojos que tanto me cuesta abrir. Es la tierra en el aire, el sonido agudo que se filtra por las uniones de las puertas. El viento que tenía que llegar. El caos que vendría a destrozarme. El aturdimiento que me iba a desgarrar. El sacudón que me tenía que sangrar. La mano que me volvería a poner de pie. Así, tal cual. Para volver a ser brisa. Para volver a empezar.
Este es el viento que me faltaba, el que esperaba sin saber muy bien cuándo o en qué forma llegaría. Este es el caos que iba a suceder, que tenía que ser. Es la brisa que me habita, esta vez llena de fuerza y tan grande como la valentía. Es la decisión tomada en forma de remolinos que me sacuden a toda velocidad y se van… lejos, donde yo no estoy, lejos, donde ya no estamos. Es el golpe en la cara, los árboles despeinados, el edificio que se sacude y mis ojos que tanto me cuesta abrir. Es la tierra en el aire, el sonido agudo que se filtra por las uniones de las puertas. El viento que tenía que llegar. El caos que vendría a destrozarme. El aturdimiento que me iba a desgarrar. El sacudón que me tenía que sangrar. La mano que me volvería a poner de pie. Así, tal cual. Para volver a ser brisa. Para volver a empezar.
miércoles, 4 de enero de 2012
La vida que sigue
Ya llegué. Acá estoy; donde quería estar, donde ansiaba
llegar. Hoy me muestro de pie y cómoda sobre la cima de la montaña que a lo
largo de todos estos años me construí. Me siento mayor. Me siento más yo.
Ahora estoy en este mundo donde yo sé que sé y puedo
defender mis ideas. Pero rodeada de ese otro mundo que temo me consuma, me
apriete y desintegre. Tengo un mundo detrás, un largo camino recorrido y otro
mucho más amplio y difícil por delante. Tengo un mundo bajo mis pies y otro
sobre mi cabeza. Tengo las ganas y tengo el miedo. Tengo los colores y el
silencio. Tengo los sueños y las preguntas. Tengo el valor.
Llegué al punto en que me sueltan las manos, me liberan un
poco más las alas. Donde no encuentro la comida servida en la mesa, y al
micrófono me lo tengo que encender yo misma. Llegué al punto en que el camino
está lleno de bifurcaciones y yo decido para dónde dar el paso. Y a quién
llevar conmigo. Y de qué modo.
Acá es donde se decide cómo ser feliz, cómo avanzar, cómo
crecer (o no crecer). Acá se elige por qué llorar o por qué reír. Acá aún
ensanchamos el pecho, a veces nos ponemos un escudo protector y otras salimos casi
desnudos. Pero salimos. Y seguimos. De la mano de alguien, o con un alma
volando al lado en forma de globo. Con papelitos en los bolsillos o con el
sabor del café en la boca. Acá estamos, acá seguimos, acá miramos para
adelante. Acá sonrío, siempre sonrío. Por las almas que me abrazan, por las
letras que me explotan, por lo que fui, por lo que no va a volver. Por tantas
burbujas, por tanto azul, por los soles y aquella luna. Por el verde, por el
aire, por esos ojos y por la paz que a veces me habita. Por tanto y por tan
pocos años en la espalda. Acá se sonríe. Sin tanto miedo y con más libertad.
Con más soltura.
lunes, 2 de enero de 2012
Un par de ojos tristes
Insiste que no, que no es así… pero en sus ojos hay un mundo entero (y hasta tal vez dos o tres). Son ese par de ojos tristes en los que esconde un puñado de sonrisas que le cuesta regalar, pero que yo las sé encontrar escondidas en el borde más claro de su iris. Sonrisas exquisitas, contagiosas, tímidas.
Ojos que dejan sobre la mesita de luz toda su tristeza cada vez que ríen. Ojos que brillan más que el cielo cuando el sol los busca. Se hacen chiquititos con tanta luz, pero se dejan calentar con cada rayito. Ojos tímidos, escondidizos, que a veces suelen aparecerse detrás de algún escudo protector. Ojitos atentos, curiosos, exploradores. De esos que te observan en silencio desde algún rincón en la sombra. De esos que te miran de reojo buscando algo, siempre tratando de descubrir más. Esos que sabés que no se pierden nada, y por suerte es así.
Un par de ojos en los que navegan barcos, de los grandes y de los chiquitos, de los cruceros y de los de papel. Donde la marea sube y baja con la luna, donde prefieren el frío de la noche, y donde se miran las estrellas. Ojos que se cierran lentamente, que vuelven a abrirse libres y que te besan con sus pestañas. Y también te soplan algunas palabras. Te abrazan, te dejan ver el alma, te abren la puerta para que pases, para que te sientas a gusto, para que vos también rías.
Son un par de ojos tristes que a veces gritan hasta quedar sin voz, y otras sólo guiñan en aprobación. Prefieren no decir mucho, pero siempre se les rebalsa algún gesto de ternura. Se entrecierran en complicidad y se agitan cuando hay fiesta bailando junto a ellos. Se llenan de globos de colores, se llueven y se tiñen de arcoíris. Explotan en silencio, abrazan y enseñan a volar.
Son un par de ojos tristes que se aprende a descifrar, que susurran un nombre sin decirlo, que te envuelven y ya no sabés ni podés escapar.
Ojos que dejan sobre la mesita de luz toda su tristeza cada vez que ríen. Ojos que brillan más que el cielo cuando el sol los busca. Se hacen chiquititos con tanta luz, pero se dejan calentar con cada rayito. Ojos tímidos, escondidizos, que a veces suelen aparecerse detrás de algún escudo protector. Ojitos atentos, curiosos, exploradores. De esos que te observan en silencio desde algún rincón en la sombra. De esos que te miran de reojo buscando algo, siempre tratando de descubrir más. Esos que sabés que no se pierden nada, y por suerte es así.
Un par de ojos en los que navegan barcos, de los grandes y de los chiquitos, de los cruceros y de los de papel. Donde la marea sube y baja con la luna, donde prefieren el frío de la noche, y donde se miran las estrellas. Ojos que se cierran lentamente, que vuelven a abrirse libres y que te besan con sus pestañas. Y también te soplan algunas palabras. Te abrazan, te dejan ver el alma, te abren la puerta para que pases, para que te sientas a gusto, para que vos también rías.
Son un par de ojos tristes que a veces gritan hasta quedar sin voz, y otras sólo guiñan en aprobación. Prefieren no decir mucho, pero siempre se les rebalsa algún gesto de ternura. Se entrecierran en complicidad y se agitan cuando hay fiesta bailando junto a ellos. Se llenan de globos de colores, se llueven y se tiñen de arcoíris. Explotan en silencio, abrazan y enseñan a volar.
Son un par de ojos tristes que se aprende a descifrar, que susurran un nombre sin decirlo, que te envuelven y ya no sabés ni podés escapar.
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