Siempre fui un poco lenta para estas cosas, ya lo sé. Pero esta vez tu rapidez me tomó por sorpresa y me dejó sola, completamente sola en el abismo de silencio que la ciudad hizo en ese mismo momento.
Pestañeé y ya no estabas.
El cuadro más hermoso estaba pintado en el charco que tus pies esquivaron, y no sé si llegaste a verlo. El charco, que de tanta humedad, prefiere refrescar con luces a los ojos que miran tristes y cansados.
Corría un delgado hilo de sangre por mi piel, seguía por el suelo, y creo que tampoco lo viste. El hilo de sangre que de tan sigiloso, a veces se hace abrazo para no desafinar con la quietud del aire. Un abrazo en el que dejo un pedacito de mí pero nunca sé si llega entero. Aunque sea sólo un pedacito, me gustaría que sepas atraparlo.
Pestañeé y sólo me quedaba tu espalda alejándose, un nudo en no sé qué parte que me abarca casi todo el cuerpo, y una represa estallando en pedazos. Un hilo de sangre ahora hecho río entre las baldosas desparejas, algunas palabras quemándome la garganta, y un par de manos vacías al rojo vivo.
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