sábado, 10 de marzo de 2012

Cinco piedritas de colores

Yo tengo cinco piedritas de colores ordenadas según su tamaño sobre una mesita de mi casa. Son cinco, de cinco colores distintos, de cinco tamaños distintos, y a mí me gusta tenerlas prolijas, cada una en su lugar. Siempre me pareció que tienen algún tipo de magia escondida, y siempre pensé que si ellas estaban ordenadas de tal forma, todo a mi alrededor también lo estaría.

Pero sucede que a veces las piedritas se me desordenan. Nunca sé si es que la gente las ve, se tienta y las toca, si es el viento que dejo entrar fuerte por la ventana, o si soy yo la que a veces, por caminar un poco distraída les doy un codazo. El caso es que tengo cinco piedritas que cuido y ordeno, que me miran y ordenan.

Hay dos más grandes que el resto: una es azul y brillosa como el mar, y la otra es verde como el césped y las montañas. Después sigue una naranja que siempre me hizo acordar al sol y a los amaneceres. La cuarta es roja como la sangre, como el caos y la fuerza. La más chiquita es gris, el mismo gris de los miedos y de los días en que llueve y hace frío y parece que nunca va a parar.

Son cinco piedritas mágicas que tengo, miro y les invento historias desde que soy pequeña. Son las que a veces se mueven para cambiarme un poco el orden y la rutina. Yo me quejo, lloro un poco (a veces bastante) y mientras trato de ordenar mis piedras, mis mares y mis miedos, voy aprendiendo, voy creciendo y haciéndome fuerte. Cuando puedo ver las cosas de nuevo como me gusta verlas, cuando la mañana es la mejor hora y la gente empieza a emitir luz, es cuando me doy cuenta que es hora de volver cada piedrita a su lugar, cada color donde tiene que estar. Y así vuelven las luces y los colores, la paz y el orden. La vida vuelve a cantarme al oído con alguna voz que encuentra en el camino, y mi guarida vuelve a mecerme al ritmo de alguna brisa pasajera.

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