Había muchos lugares en mi ciudad,
y muchos más en el resto del mundo.
Unos más lindos que otros,
unos más libres, otros menos poblados,
unos más azules, otros menos nombrados.
Había muchos lugares que yo transitaba,
que caminábamos,
que besábamos,
(que nos besábamos).
Lugares de día, de noche, de tarde,
y a veces también de madrugada.
Lugares en los que empecé a esconder,
a resguardar,
a enterrar por cuidar
algunos álguienes.
Alguien de un color, alguien de otro,
alguien de jean, alguien de piel,
alguien de plumas y de miel.
Álguienes que se fueron quedando,
anidando, apoderando,
haciendo de esos lugares sus rostros,
sus luces, nuestras risas.
Lugares que hoy ya no son míos
y que a veces prefiero evitar.
Lugares que me llenan de voces,
besos, vasos, brazos,
y a veces una lágrima.
Lugares a los que a veces vuelvo
y otras sólo los miro de reojo,
haciendo de cuenta que no me llaman,
que no me gritan,
que no hay ningún rostro,
ninguna voz,
ningún alguien,
ninguna nada.
Haciendo de cuenta,
siempre haciendo de cuenta,
que ahí, entre nosotros,
no pasó nada.
lunes, 26 de marzo de 2012
sábado, 10 de marzo de 2012
Cinco piedritas de colores
Yo tengo cinco piedritas de colores ordenadas según su
tamaño sobre una mesita de mi casa. Son cinco, de cinco colores distintos, de
cinco tamaños distintos, y a mí me gusta tenerlas prolijas, cada una en su
lugar. Siempre me pareció que tienen algún tipo de magia escondida, y siempre
pensé que si ellas estaban ordenadas de tal forma, todo a mi alrededor también
lo estaría.
Pero sucede que a veces las piedritas se me desordenan. Nunca
sé si es que la gente las ve, se tienta y las toca, si es el viento que dejo
entrar fuerte por la ventana, o si soy yo la que a veces, por caminar un poco
distraída les doy un codazo. El caso es que tengo cinco piedritas que cuido y
ordeno, que me miran y ordenan.
Hay dos más grandes que el resto: una es azul y brillosa
como el mar, y la otra es verde como el césped y las montañas. Después sigue
una naranja que siempre me hizo acordar al sol y a los amaneceres. La cuarta es
roja como la sangre, como el caos y la fuerza. La más chiquita es gris, el mismo
gris de los miedos y de los días en que llueve y hace frío y parece que nunca
va a parar.
Son cinco piedritas mágicas que tengo, miro y les invento
historias desde que soy pequeña. Son las que a veces se mueven para cambiarme
un poco el orden y la rutina. Yo me quejo, lloro un poco (a veces bastante) y
mientras trato de ordenar mis piedras, mis mares y mis miedos, voy aprendiendo,
voy creciendo y haciéndome fuerte. Cuando puedo ver las cosas de nuevo como me
gusta verlas, cuando la mañana es la mejor hora y la gente empieza a emitir
luz, es cuando me doy cuenta que es hora de volver cada piedrita a su lugar,
cada color donde tiene que estar. Y así vuelven las luces y los colores, la paz
y el orden. La vida vuelve a cantarme al oído con alguna voz que encuentra en
el camino, y mi guarida vuelve a mecerme al ritmo de alguna brisa pasajera.
viernes, 2 de marzo de 2012
Un hilo que se hizo río
Siempre fui un poco lenta para estas cosas, ya lo sé. Pero esta vez tu rapidez me tomó por sorpresa y me dejó sola, completamente sola en el abismo de silencio que la ciudad hizo en ese mismo momento.
Pestañeé y ya no estabas.
El cuadro más hermoso estaba pintado en el charco que tus pies esquivaron, y no sé si llegaste a verlo. El charco, que de tanta humedad, prefiere refrescar con luces a los ojos que miran tristes y cansados.
Corría un delgado hilo de sangre por mi piel, seguía por el suelo, y creo que tampoco lo viste. El hilo de sangre que de tan sigiloso, a veces se hace abrazo para no desafinar con la quietud del aire. Un abrazo en el que dejo un pedacito de mí pero nunca sé si llega entero. Aunque sea sólo un pedacito, me gustaría que sepas atraparlo.
Pestañeé y sólo me quedaba tu espalda alejándose, un nudo en no sé qué parte que me abarca casi todo el cuerpo, y una represa estallando en pedazos. Un hilo de sangre ahora hecho río entre las baldosas desparejas, algunas palabras quemándome la garganta, y un par de manos vacías al rojo vivo.
Pestañeé y ya no estabas.
El cuadro más hermoso estaba pintado en el charco que tus pies esquivaron, y no sé si llegaste a verlo. El charco, que de tanta humedad, prefiere refrescar con luces a los ojos que miran tristes y cansados.
Corría un delgado hilo de sangre por mi piel, seguía por el suelo, y creo que tampoco lo viste. El hilo de sangre que de tan sigiloso, a veces se hace abrazo para no desafinar con la quietud del aire. Un abrazo en el que dejo un pedacito de mí pero nunca sé si llega entero. Aunque sea sólo un pedacito, me gustaría que sepas atraparlo.
Pestañeé y sólo me quedaba tu espalda alejándose, un nudo en no sé qué parte que me abarca casi todo el cuerpo, y una represa estallando en pedazos. Un hilo de sangre ahora hecho río entre las baldosas desparejas, algunas palabras quemándome la garganta, y un par de manos vacías al rojo vivo.
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