domingo, 26 de agosto de 2012
El mundo se me rompe
El mundo se me rompe, se cae a pedazos y se derrite con lo
que sea que cargue sobre su lomo. No le importa nada. Se derrite como la vela
que lleva horas encendida y queda toda desparramada, aplastada e inútil,
ensuciándolo todo. La vida se derrite como una vela que ya nunca más iluminará,
y nunca nada se derrite como yo lo hice la primera vez que besé tus labios. El
techo se cae a pedazos, las paredes no son más que cenizas. Soplo y se me
ensucian los rincones de los pulmones, y hasta los del alma. Soplo y se me va
la vida en un soplido que no sé por qué inicié. Soplo para sentir, para vivir,
para vaciarme, para hacer lugar. La rutina se me amortigua, las sábanas se me clavan
en la espalda y el frío siempre encuentra el hueco por el cual penetrar. Mi
guarida ya no es guarida, y ya no es mía. Mi cuerpo ya no es mi cuerpo y mi
cabeza se agita en otro lado. Ojalá todavía se agite. Camino, camino más
rápido, corro. Corro tan rápido que a los pocos segundos estoy cansada y de
nuevo en el mismo lugar. Vuelvo a la guarida que no es guarida. Vuelvo a las
paredes de cenizas, a los techos derrumbados, al humo impenetrable, y a la tos
interminable. Vuelvo a la vela derretida que ahora me toca volver a limpiar, a
la luz que ya no iluminará, y a la vida que ya no sé dónde encontrar.
viernes, 17 de agosto de 2012
Para avanzar
Que con ese día empieza el resto de mi vida, trato de
convencerme. Pero lo que en realidad creo es que mi vida ya empezó a cambiar en
el mismísimo momento en que me propuse lograr esta difícil meta. Fue entonces
cuando respiré la primera bocanada de este otro aire: un aire con un olor parecido
al del verano, un aire más liviano, que tiene sabor a nuevo y me regala
sonrisas entre sus brisas. En ese mismo momento decidí que la vida empezaba de
nuevo para mí. Dejé de lado algunos miedos, me puse una responsabilidad más
sobre la espalda y decidí lograr lo que alguna vez quise y siempre me había
parecido tan lejano.
Después de tantos años de estar de este lado de la cinta,
elevando mis brazos alentando a alguien, gritando un nombre, ofreciendo toda la
energía que podía soplar, esta vez vengo yo a moverme desde el otro lado, a
pedir todo el aliento y a llevarme toda la energía que pueda atrapar flotando en
el aire. Esta vez, después de tantas otras veces, me toca a mí. Y los nervios
los tengo de punta, y la panza me hace cosquillas, y el cuerpo ya no quiere
quedarse quieto. Es hora de seguir, de avanzar, de correr. Es hora de saber que
se puede, que las cosas no son tan difíciles como parecen y que la fuerza que
hace falta siempre la llevamos dentro.
miércoles, 8 de agosto de 2012
Un pez enredado en la tierra
Pestañas
ensombrecen un sol,
mirada asaltante,
suplicante, transparente.
Un rayo de luz
penetra una pupila,
un viento despeina
un flequillo.
Chispas, temblor,
un fuego.
Uno solo.
De a dos.
Pero no estás acá.
Un reloj se derrite
al borde,
la música se repite
y nada dice.
Nada decís.
Tanteo, manoteo,
salvame.
Pero no alcanza, no
llega.
No hay calor,
me hundo en la
nieve,
el río me lleva.
Cuidado, hay
piedras,
y hay musgo:
se me enreda en los
tobillos.
Descubro que el
alma también se derrite.
Y se rompe.
Una mano se estira,
una voz ofrece
ayuda.
Acá estoy, para
vos.
Pero la boca se
mueve como la de un pez.
Algo (siempre) busca.
No hay anzuelo, no
hay agua,
no hay más nada.
La arena se
amontonó.
El agua se escapó
entre los dedos.
El sol no tiene
pestañas,
pero hay una
mirada.
Mía. Tuya. De quien
sea.
Queda un farol
encendido cuando amanece.
Corro, me detengo,
lloro.
El sol vuelve a
salir,
quiere secar las
brasas.
Ya no queda nadie.
Ya no queda nada.
El río se hace
brillantina
y sigue en su
carrera.
Susurra, golpea y
escupe.
Yo tengo los pies
enredados,
tengo algo
derretido,
y alguna otra parte
desparramada.
Pedacitos,
pegamento, mucho filo.
Y vos no estás acá.
Un viento despeina
mi flequillo,
tu olor, ¿de dónde
viene?
Te toco, te miro,
te beso.
Aceptás, me mirás,
yo lloro.
Pero no estás acá.
Duele, despierta,
sacude.
Me hace callar.
Yo piso otra vez,
hago silencio, sangro.
Tomo aire, me
sumerjo, floto.
Me ahogo.
Mi cuerpo flota.
jueves, 2 de agosto de 2012
El orden de las cosas
Tengo la vieja y obsesiva necesidad de ordenarlo todo. Es
una obsesión en la que gasto energía desde que tengo memoria, es la necesidad
de ponerle a todo un nombre, un título, un rótulo. Necesidad de meter cosas en
cajas, ordenarlas por colores, tamaños y fechas. Tengo papelitos adhesivos de
todos los tamaños, según la superficie que lo requiera. Todo tiene que tener un
lugar, y yo debo saber exactamente dónde encontrar algo cuando lo busco.
Y en realidad algunas cosas nacen para estar siempre
desordenadas, para aparecer en un lugar, desaparecer cuando se les da la gana,
y volver a aparecer en otro. Cuando finalmente las damos por perdidas, deciden
asomarse bajo alguna cama, detrás de un libro, o entre papeles que ya se están
poniendo amarillentos. Prefieren no tener título ni horario, se escapan de los
rótulos adhesivos de colores, y nunca van a entrar en ninguna caja. Son esas cosas
difíciles de guardar y de catalogar. Esas que nacen para nunca acomodarse y para
hacer de mi supuesto orden, lo que se les antoja.
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