«Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar. »
Antonio Machado
Hoy hago una pausa. El cuerpo ya no pesa,
y el corazón ya no me cuesta. Hoy vuelvo a cargarlo con orgullo, con todas mis
fuerzas y con todas mis ganas. Se eleva de nuevo al sol, en busca de la paz que
tan lejos se me había perdido, en busca de la libertad, del ser yo, del elegir
según los impulsos que me da el día (y también la noche). Hoy puedo decir que me
acuesto sobre mi cama y sonrío mirando al techo. Porque sí, porque todo, y
porque punto. Acá ya casi no se llora, y cuando el desborde es inevitable, dura
cada vez menos, y se va, se va, cada vez más lejos. Entonces los jardines
vuelven a ser primavera; y yo vuelvo a caminar entre hortensias y gencianas. Vuelvo
a mirar cada pétalo hasta la incansable memorización y vuelvo a encontrar un
diente de león que soplo, siempre soplo, no vaya a ser que no vuelvan a crecer
porque los niños de hoy ya no ayudan a repartir sus semillas. Me absorbo todo
el sol para mí solita. Trepo mi árbol y me quedo en su rama más firme. El
viento penetra entre mis planes y genera un remolino; el que deseaba, el que
faltaba. Soy liviana, soy etérea, soy toda blanca, y puedo reflejarme en
colores. Hoy desempolvo mis alas y vuelo a donde quiero; con un puñado de
letras en el bolsillo y un pedacito de estrella pegada en el cuello. Para que
no me pierda de nada en el trayecto. Para que no me olvide de la luz ni de la
brillantina. Para que vuele alto y siempre sepa que no existen los caminos ni
las flechas. Que el mundo es inmenso y las posibilidades infinitas. Que es más
lindo flotar. Que es más fácil con menos equipaje. Y que el sol siempre
calienta. Siempre.
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