Quiero abrazarte al amanecer. Contemplar las constelaciones que desaparecen del cielo y aparecen en lunares de tu espalda. Contarlos uno por uno, desde el más brillante en el centro de tu octava vértebra, hasta el más pequeño y casi transparente. Dar saltitos de uno a otro, deslizarme en nuestra alfombra mágica por la perfecta curva de tu espalda. Delimitar luces y sombras de tu escultura con los primeros tímidos rayos de sol que no se animan todavía a aparecer. Quiero saberte mío. Tenerte entre mis brazos para siempre, con tu aroma tan único, tan tuyo, tan mío, pegado a mi nariz. Quiero sentirte respirar. Quiero sentirte suspirar. Quiero sentir tu corazón bajo mi mano derecha latiendo pausado y en paz. Mirar el paisaje. Contemplarte. Admirarte. Enamorarme cada vez más. Recorrer la curva de tu oreja con la yema aventurera de mi dedo índice. Caer en tu quijada y que mis labios acaricien tu cuello. Que la brisa revuelva tus cabellos que yo misma despeine y luego vuelva a peinar. Envolvernos en nuestro y sólo nuestro aroma. Con tus ojos cerrados, ver cómo se esboza una sonrisa en tus labios. Sentir tus dedos presionar los míos dentro de tu mano. Quiero tenerte así por siempre. Tan mío, tan íntegro, tan parte de mí, en paz entre mis brazos. Dibujar un corazón con la yema de mis dedos en tu nuca y sentir tu rostro girarse despacito hasta un simpático choque de narices. Ver tus ojos abrirse lentamente. Penetrar en tu mirada, en ese universo que existe detrás de tus pupilas y que vive entre rayitas concéntricas marrones. Hundirme en vos. Fundirnos en un beso. Recorrerte entero, teñido de azul. Cada detalle de tu cuerpo azul. Azul de amanecer. Azul del juego de las escondidas de las estrellas. De la pilladita de la luna. Azul de un sol que levanta la mano reclamando su turno. Él también quiere sentirte. Quiero que te quedes conmigo, sin relojes ni agujas esta vez. Ser libres, dejarnos llevar. Dejarnos volar.
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