sábado, 28 de noviembre de 2009
Into The Wild
viernes, 27 de noviembre de 2009
Amor de letras
Desde ese primer renglón que leí no pude despegarme más de su blog. Y siempre está ahí, esperándome, con un nuevo diseño, pero siempre tan sobrio, tan simple, donde a veces me gustaría poder leer títulos, fechas o comentarios, pero ahí. Firme, siempre firme y listo para que me sumerja en él.
Ha pasado mucho tiempo ya desde que empezó a ser parte de mi inspiración, que ahora conozco su rostro, y hasta su voz repitiendo las mismas y tan hermosas frases. A veces me pierdo, pero siempre vuelvo a su rinconcito. Y hoy volví. Porque lo necesitaba. Necesitaba esa dulce combinación de palabras, esas caricias a una mujer que nunca soy yo, esas ideas frescas que son tan mías, pero nadie las expresa mejor que él. Necesitaba navegar sin tiempos entre sus letras y sus acordes. Nunca puedo saber los artistas o nombres de las canciones, pero me trasladan, me llevan, no a él, porque no conozco más de su vida; sino a mí misma. A mí interior, a mi vida, pero con melodías que extraigo de la suya.
Hoy he vuelto, he leído bellezas y he releído perfecciones. Volví a darme cuenta de muchas cosas que estaban escondidas en mi interior, y mis ojitos volvieron a llorar por el contraste del fondo negro.
Al fin y al cabo, sólo se que se hace llamar “Ale”, y el resto, son un montón de historias, palabras y estados de ánimo que varían. No conozco más que lo que él decide regalarnos. Gracias Ale por todo lo que generás. Vos sabrás entender.
jueves, 26 de noviembre de 2009
El rinconcito que dejaste
Nadie tiene tu nueva dirección. Nadie ha podido conseguirla. Ni siquiera sabemos dónde andarás o qué forma tendrás. Todos tenemos un poquito tuyo adentro todavía, y ahí depositamos todo lo que nos ha quedado por decir. Pero aún hay algo tuyo entre nosotros. Es ese pedacito de vos que nos dejaste. Ese rinconcito donde vamos amontonando letras, abrazos, canciones, besos, dibujos y también miradas. Ese lugarcito que suponemos, será el primero al que vengas a recibir todo lo que te debemos.
Ph: Humberto Salazar
Edición: Vb.
martes, 24 de noviembre de 2009
Competencia
Ahí es cuando despierta, abre sus ojitos, mi mundo sonríe, y empieza a competir con el gran astro para ver quién me da más luz.
jueves, 19 de noviembre de 2009
Agua
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Donde vuelvo a encontrarlos
Collage y estilos pictóricos
------------------Collage-------------------------------------Escala de grises------------------
---------------Estilo: cubismo------------------------------Estilo: surrealismo------------------
jueves, 12 de noviembre de 2009
Escapando de fantasmas
Mi padre es un hombre de escaso cabello siempre corto, un cuerpo bastante en forma para su edad, y manos grandes, muy grandes, morenas y fuertes. Mi padre fue siempre un hombre alto, pero al lado del que hablaba con él en ese momento, ya no parecía ser tan alto, sino más bien de estatura regular, casi baja. Susurraban tan cerca uno del otro, que yo no podía identificar las palabras. Veía ese par de labios moverse a rápida velocidad, cada uno en su turno, sentía murmullos, pero se me escapaban las palabras que podían hacer coherencia. Cada tanto me lanzaban una mirada. La mayoría fueron de mi padre, pero a veces ese otro hombre también me clavaba sus negros ojos.
Ese hombre era alto, muy alto, más alto que el hombre más alto que alguna vez se haya parado a mi lado. Completamente pelado, pero de rostro joven. Hombros anchos, piernas largas, pero con un cuerpo que inducía respeto. Vestía una chaqueta blanca larga, que le llegaba hasta las rodillas, de donde salía su pantalón de tela fina, blanco también. De mirada penetrante, boca que no muestra sus dientes y expresión muy seria, susurraba con mi padre y hablaban de mí, de eso estaba segura.
Quise distraerme un poco y lubriqué mi cervical girando treinta grados mi cabeza. Fue entonces que vi sus ojos. Tropecé a medio camino por la luz de sus ojos y la fuerza de esa expresión. Tenía dos focos de neón celestes clavados en mi rostro que, seguramente, imploraba comprensión y compañía. Después de unos segundos mirándonos fijamente, movió suavemente sus bracitos, llegó al suelo con sus dos pies tan pequeños y pasito a pasito se acercó a mi calurosa silla de tapizado azul. Se paró en frente de mi anonadada expresión. Tuve miedo de asustarla, pero sentía que con mis ojos marrones, que seguramente poca gracia tienen, la traía cada vez más cerca. Sus mejillas se movieron dulcemente y sus pequeños labios se transformaron en una sonrisa angelical. Sus rizos rubios enmarcaban tan inmenso espectáculo. Estaba llena de luz y la tenía en frente mío, con no más de un metro de altura sobre el piso.
Estiró su bracito derecho y tocó mi rodilla. Tuve miedo de asustarla con los lastimados que todavía no terminan de cicatrizar, pero pareció no haberlos sentido. Colocó la otra mano sobre la silla del lado y no sé en qué momento la tuve sentada en mis piernas, mirándome fijamente y sonriéndome ampliamente. Colocó su cabeza en mi pecho, mientras esos dorados rulos me hacían cosquillas bajo la nariz. Puso su manito pequeña y gordita dentro de la mía, tan huesuda, de uñas muy cortas y sin anillos. Respiraba. Respiraba sobre mi pecho y con cada suspiro iba ensanchando el mío. Entonces decidí mirar al sitio del que vino y me encontré con ella, una señora de unos treinta y pocos años, cabello de un rubio sucio y ojos claros, pero con una expresión de cansancio y tristeza. Me (nos) miraba con cierta melancolía, quizás nostálgica, como cuando uno mira fotografías de tiempos que ya nunca volverán.
Me sentí en paz con la niña entre mis brazos. Sentí que ella había encontrado su lugar y sentí que tenía mucho por darle, que era alguien como quien buscaba hacía tanto en ese mundo lleno de fantasmas caminando.
Mi padre seguía susurrando conceptos incomprensibles con el hombre alto y pelado, y ahora me miraba con cierto recelo, incomprensión e intriga. Claro, él era un fantasma más en este (mi) mundo.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, cada uno en su sitio, y yo con mi nueva vida entre los brazos, que de repente tenía al hombre alto mirándome fijamente, haciéndome con el dedo una seña para que vaya con él. Con toda la dulzura que pude, pero no la suficiente que ella merecía, desperté a la niña de quién sabe qué hermoso sueño y me acerqué al señor de blanco. Sí que era alto, ahora que lo tenía a mi lado. Abrió una puerta que no hizo ni un pequeño ruido y me hizo señas para que ingrese a esa otra habitación. Miré de reojo a mi padre, con cierta expresión de desprecio y decepción, y clavé mis ojos en señal de «hasta pronto» sobre aquellos neones celestes. Me sonrió y pude escuchar en mi cabeza «será mejor que esto».
Entré a la nueva habitación, y mientras mis ojos se acostumbraban a la luz blanca de los tubos fluorescentes, escuché la voz del hombre de blanco. Me preguntó mis datos personales sin anotarlos en ningún lado, como si estuviese corroborando algo. Me preguntó por mis gustos y actividades que realizo, fingiendo interés. Y claro, a quién le pueden importar mis actividades. Respondí todo mirando al suelo o a las paredes. Por suerte no tuve la necesidad de mirar esos tan negros ojos fijamente. Estaba segura que iban a perforarme de alguna forma. Caminó a lo largo de un pasillo y yo lo seguí. Entonces se paró a una puerta grande, muy grande, impenetrable por nada, ni siquiera por fantasmas. Me preguntó si estaba lista, y sin saber todavía para qué se suponía que debía estar lista, respondí con un movimiento de cabeza que sí. Abrió la puerta.
Ingresé mirando el suelo blanco, sentí la puerta cerrarse, y vi esos grandes pies a mi lado. Colocó su mano en mi hombro queriendo fingir amistad o protección, y elevé lentamente mi cabeza. Era una habitación gigante. Inmensa. Todas las paredes blancas, el suelo blanco y el techo blanco. Había mucha gente adentro. Todos niños o adolescentes, varones y mujeres, cada uno inmerso en su actividad, y sólo unos pocos me miraban curiosos. Esos con los que pude cruzar mirada tenían algo en su expresión. Algo que me atraía. No sabía bien qué era, pero hasta los que no tenían ojos claros tenían ese cierto brillo que me mantenía mirándolos. Esa misma expresión de la nena de la sala de espera, que quince minutos después de mi ingreso, iluminó la habitación entera.
La habitación estaba llena de juegos, juguetes y colores en las ropas de los chicos. Se sentían ciertas voces, en una acústica ideal. También se escuchaba el silencio, ese que siempre busqué entre los altos edificios y nunca pude encontrar. Había infinitas sonrisas y cada pupila iluminaba el lugar. Rostros amistosos y expresiones llenas de paz. Música que danzaba por los aires ingresando en algunas cabezas y esquivando otras. También había hombres muy altos, pelados, de ojos negros y ropas blancas que caminaban entre tantos colores. Molestaban un poco y rompían con tanta armonía, pero después de un tiempo empezaron a ser manchas. Simples manchas a las que no les di importancia. Caminaban entre nosotros. Eran los fantasmas de la habitación blanca. Pero eran tan pocos aquí dentro... y tantos allá afuera.
Me hice un montón de amigos, conocí un montón de colores y de juegos nuevos. Dibujo mejor que el mejor dibujante que haya allá afuera, y ahora empecé a escribir. Me gusta escribir. Escribo de todo lo que veo en esta habitación, que son las piezas favoritas de mi padre (dentro del poco interés que demuestra) cuando viene a visitarme (que es cada vez menos). Escribo de las cosas que había allá afuera, entre los edificios, y a mi padre siempre le enojan estas piezas. Cuando escribo de todo lo que veo dentro de mi cabeza, de mi corazón, de mi pecho, o de lo que fuera que me muestra todas estas cosas, ésas, mi padre nunca las entiende y a veces me dice que estoy loca, pero me doy cuenta que se arrepiente cada vez que la palabra «loca» se escapa de sus labios.
A mi madre no la volví a ver... bueno, no la veía muy seguido aún estando afuera de esta blanca habitación. Vivía en otra casa. Mi abuelo vino unas tres o cuatro veces, y ahora hace mucho que no viene. Lo extraño. Supongo que mi hermanita ya estará lo suficientemente grande como para usar mis muñecas y no romperlas, y estoy casi segura que usa mi juego de cocina, ese que era mi favorito. Dejé todos mis juguetes allá, para ella. Yo acá tengo muchos y es más divertido compartirlos con todos estos chicos.
Hace mucho tiempo que no veo fantasmas caminando, y que no escucho gritos o peleas. No hay televisores. No hay padres, ni hermanos mayores. Somos todos amigos. Dibujo, pinto y escribo. Leo en voz alta y recito. Los hombres altos se sorprenden que siempre les esté pidiendo más libros, de autores que ni ellos conocen. Juego y tomo mucho juego de naranja, mi favorito. Extraño el perfume que mi padre me ponía para salir. Como mucho chocolate y nadie me reta, ni me hace mal, como decían allá afuera. Juego a la pilladita y a las escondidas. Me acuerdo de los automóviles, pero prefiero caminar con mis pies. Hace mucho que no veo los árboles, pero desde la ventana gigante que tenemos en el techo, me siento un rato cada día a ver el sol y las nubes, y un rato cada noche a ver la luna y las estrellas, y si tengo suerte, una estrella fugaz que me dice que afuera las cosas siguen igual, mientras que acá adentro crezco y soy feliz.
Que nunca nadie pinte nuestra pared
Así quedó mi pared.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Presos en el tiempo
Retórica en una pelota de softbol
Quiero tenerte al amanecer
sábado, 7 de noviembre de 2009
Una cumbre lejana
domingo, 1 de noviembre de 2009
Nito te lo cuenta (canta)
Ph editada por mí.
Quizás porque no soy un buen poeta puedo pedirte que te quedes quieta hasta que yo termine estas palabras. Y soy savia, soy sangre que quiere andar. Soy los versos que hoy te quiero regalar. Suben en las sábanas caricias que hoy tendrán que esperar la piel que ama y no estás. Aunque viva en un rincón, aunque tenga un hilo de voz, me pondré a recordar qué hermoso fue sentarse y cantar con amor para vos. La realidad baila sola en la mentira y en un bolsillo tiene amor y alegría, un dios de fantasía, la guerra y la poesía.
El tiempo no pasa en vano y ambos vamos creciendo. Pero un día Cenicienta te das cuenta que la vida no es tan fácil ni tan cierta, y que tienes que luchar para ocupar tu lugar. Y siento las preguntas de tu voz. Nos preguntamos por qué razón somos dos almas heridas, con signos, marcas, distancias y miedos. Desde ahora sólo pienso en decidir si fallamos o gritamos en silencio, yo por nada pensaría en desistir. Pides que diga lo que estoy pensando, del cómo, el por qué y el cuándo, pero vienes con el sol. Hoy las dulces palabras que faltan están en mi pecho, susurrándole al alma la calma que debe tener.
Falta tiempo para que mi piel huela a final. Tengo tantas risas por reír como estrellas hay. Y tal vez esperé demasiado. Quisiera que estuvieras aquí. La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo, no importaba nada. Sus ojos eran luces de neón. Tú caminando lo iluminas todo. Te ruego que respires todavía. Oh mi amor vas dibujada en la gaviota que es dueña de los verdes mares.
Al fin de cuentas me haces libre, necesito más, tus besos, tu respiración. Extrañaría ese silencio, ese terror, te adoro desesperación. Y si querés, yo te estoy esperando para amarte, para amarte otra vez. Ven, acércate, deseado, sin palabras. Haz que todo sea siempre real.
Y por fin veo tus ojos, que lloran desde el fondo, y empiezo a amarte con toda mi piel. Y escarbo hasta abrazarte y me sangran las manos, pero qué libres vamos a crecer.
Algo me aleja, algo me acerca
Aprendizaje
Confesiones de invierno
Contigo que pasa
Distinto tiempo
El cordón de la razón
Fabricante de mentiras
Finalmente nos dejaron esperando
Hoy tiré viejas hojas
La colina de la vida
La verdad
Mientras no tenga miedo de hablar
Quizás porque
Rasguña las piedras
Te adoro desesperación
Te recuerdo Amanda
Tema de Cenicienta
Tu alma contenta cantará
Último verano
Vienes con el sol
Y las aves vuelan