Te veo todos los días. No sé desde cuándo, pero sé que ya se ha convertido en rutina. No sé si siempre te vi y nunca te presté atención o si ese primer día que fijé mis ojos en vos fue tu primer viaje en ese colectivo tan lleno de gente. Realmente no sé hace cuánto tiempo viajamos juntos todas las mañanas, sólo sé que desde el día que llevabas esa flor blanca en el costado izquierdo de tu cabeza fijé mi vista en tu presencia y no puedo dejar de hacerlo cada nuevo día.
Todas las mañanas veo tus piernas trepar esos tres escalones sin ningún tipo de dificultad. Seguramente tendrás piernas de atleta, se nota que están entrenadas con algún deporte. Veo tus ojos que recorren rápidamente las primeras filas de asientos, veo tu mirada descender para recibir el boleto anaranjado y veo tu cabeza elevarse de nuevo, lista para la búsqueda de un asiento. Y siempre tenés la misma suerte de sentarte en el último o penúltimo asiento que queda libre. Yo creo que el colectivo te espera y siempre te tiene un lugar reservado. Aunque a veces pienso que es sólo la casualidad de vivir cerca de la última parada en la que sube poca gente. Mi tío solía decir que no existen las casualidades. ¿Será que por algo siempre conseguís sentarte? ¿Te diste cuenta que a partir de la siguiente parada comienzan a subir unas siete a diez personas en cada una? Seguramente te diste cuenta. Y hasta quizás caminás hasta esa parada para poder conseguir tu asiento libre. Definitivamente, cada vez me convenzo más que las casualidades no existen.
Te sentás despacio, te acomodás el cabello lacio sobre tu hombro derecho, cruzás tu pierna derecha sobre la izquierda, colocás tu cartera en tus piernas y una mano sobre la otra mientras mirás por la ventana. Después de treinta segundos de mirar por la ventana das un vistazo dentro del colectivo, para corroborar, como todas las mañanas, que no hay rostros conocidos, y seguís mirando por la ventana. Y así te pasás todo el viaje hasta la parada que está en frente a ese edificio de oficinas, donde supongo que trabajás. Te levantás despacio, acomodás tu cartera firme sobre tu hombro derecho, caminás segura hasta la puerta trasera, presionás el botón con el dedo índice y descendés de nuevo sin ningún tipo de problemas.
Y así pasa una mañana más que te observo detenidamente y seguís sin darte cuenta. Me pierdo en tus pantalones Oxford, en tus camisas y remeras de colores pálidos, en tu cabello tan lacio, en esa flor blanca que a veces llevás del lado izquierdo de tu cabeza. En tu mirada angelical que sale por la ventana, que recorre el colectivo como en busca de algo, de alguien.
Cada mañana espero tu humilde pero flamante ascenso para disfrutar una vez más de tu presencia. Porque aunque no lo sepas, alguien espera cada mañana para verte. Y no sé tu nombre, ni tu edad, ni tu dirección, ni gustos, ni afectos, ni actividades. No sé nada de vos, pero a la vez siento que sé mucho con el sólo hecho de observarte cada mañana. O quizás sólo siento que con eso me alcanza.
Podría preguntarte tu nombre. Podría decirte el mío. Hola, ¿cómo estás? ¿Puedo acompañarte? ¿Vivís por aquí cerca? Qué linda flor blanca que tenés en el cabello. Tantas cosas podría decir en esos 25 minutos que comparto cada día con vos… Pero cuando lo pienso desisto a la idea. Si un día hablara con vos podrían ocurrir dos cosas: que nos llevemos bien y sigamos hablando todos los días, o que nos llevemos mal y comiences a tomar otra línea, u otro horario y no nos veamos más, o comiences a evitarme aún en el mismo colectivo. De cualquiera de las dos formas me quedaría sin esa persona a la que espero todas las mañanas para sólo poder observar. Porque lo que me atrae de vos es la magia de observarte. Sólo observarte. Y estoy seguro que el día que te dirija una palabra, toda la magia se habrá ido, así que por ahora sólo quiero que sigas siendo la mujer que observo mientras viajo a mi trabajo. Y quiero seguir siendo para vos el mismo desconocido de siempre.
Todas las mañanas veo tus piernas trepar esos tres escalones sin ningún tipo de dificultad. Seguramente tendrás piernas de atleta, se nota que están entrenadas con algún deporte. Veo tus ojos que recorren rápidamente las primeras filas de asientos, veo tu mirada descender para recibir el boleto anaranjado y veo tu cabeza elevarse de nuevo, lista para la búsqueda de un asiento. Y siempre tenés la misma suerte de sentarte en el último o penúltimo asiento que queda libre. Yo creo que el colectivo te espera y siempre te tiene un lugar reservado. Aunque a veces pienso que es sólo la casualidad de vivir cerca de la última parada en la que sube poca gente. Mi tío solía decir que no existen las casualidades. ¿Será que por algo siempre conseguís sentarte? ¿Te diste cuenta que a partir de la siguiente parada comienzan a subir unas siete a diez personas en cada una? Seguramente te diste cuenta. Y hasta quizás caminás hasta esa parada para poder conseguir tu asiento libre. Definitivamente, cada vez me convenzo más que las casualidades no existen.
Te sentás despacio, te acomodás el cabello lacio sobre tu hombro derecho, cruzás tu pierna derecha sobre la izquierda, colocás tu cartera en tus piernas y una mano sobre la otra mientras mirás por la ventana. Después de treinta segundos de mirar por la ventana das un vistazo dentro del colectivo, para corroborar, como todas las mañanas, que no hay rostros conocidos, y seguís mirando por la ventana. Y así te pasás todo el viaje hasta la parada que está en frente a ese edificio de oficinas, donde supongo que trabajás. Te levantás despacio, acomodás tu cartera firme sobre tu hombro derecho, caminás segura hasta la puerta trasera, presionás el botón con el dedo índice y descendés de nuevo sin ningún tipo de problemas.
Y así pasa una mañana más que te observo detenidamente y seguís sin darte cuenta. Me pierdo en tus pantalones Oxford, en tus camisas y remeras de colores pálidos, en tu cabello tan lacio, en esa flor blanca que a veces llevás del lado izquierdo de tu cabeza. En tu mirada angelical que sale por la ventana, que recorre el colectivo como en busca de algo, de alguien.
Cada mañana espero tu humilde pero flamante ascenso para disfrutar una vez más de tu presencia. Porque aunque no lo sepas, alguien espera cada mañana para verte. Y no sé tu nombre, ni tu edad, ni tu dirección, ni gustos, ni afectos, ni actividades. No sé nada de vos, pero a la vez siento que sé mucho con el sólo hecho de observarte cada mañana. O quizás sólo siento que con eso me alcanza.
Podría preguntarte tu nombre. Podría decirte el mío. Hola, ¿cómo estás? ¿Puedo acompañarte? ¿Vivís por aquí cerca? Qué linda flor blanca que tenés en el cabello. Tantas cosas podría decir en esos 25 minutos que comparto cada día con vos… Pero cuando lo pienso desisto a la idea. Si un día hablara con vos podrían ocurrir dos cosas: que nos llevemos bien y sigamos hablando todos los días, o que nos llevemos mal y comiences a tomar otra línea, u otro horario y no nos veamos más, o comiences a evitarme aún en el mismo colectivo. De cualquiera de las dos formas me quedaría sin esa persona a la que espero todas las mañanas para sólo poder observar. Porque lo que me atrae de vos es la magia de observarte. Sólo observarte. Y estoy seguro que el día que te dirija una palabra, toda la magia se habrá ido, así que por ahora sólo quiero que sigas siendo la mujer que observo mientras viajo a mi trabajo. Y quiero seguir siendo para vos el mismo desconocido de siempre.
6 comentarios:
es curioso, llegas a las conclusiones que las casualidades no existen. es posible que así sea, nunca lo sabremos.
buen cuento
No amiga, no existen las casualidades sino más bien las causalidades. Todo pasa por alguna causa.En vos ella despierta esta intriga y estas ganas de acompañar a alguien que si quiera conoces, 20 min todas los dias. Hay seres tan angelicales, que el mundo conspira para que todo les salga bien. Me gusto mucho esa sensibilidad tuya para percibirlo.
Si, es verdad, a veces es mejor manterer la magia.
Saludos
Me encantó! La gran ironía es que el narrador le habla a este angel con quien nunca ha conversado y con quien ha decidido no conversar jamás. Sólo la observa cada mañana y así prefiere mantener la magia de esa conexión que sólo existe en su cabeza - delicioso detalle. La imaginación que vuela desde supuestos, la fascinación en esos 25 min diarios y la rutina que sólo puede ser derrotada por un buen observador - como lo son tanto tu narrador como vos que lo creaste! Y no es casualidad... otra mente menos perceptiva no habría reparado detalles de la compleja red de minúsculas sorpresas que nos depara cada día... :)
tambien creo que las casualidades no existe,nosostros impulsamos los sucesos que acontecen con cada una de nuestras acciones.
me gusto mucho la historia.dos anonimos que comparten un pequeño mundo
"Todo encuentro casual es una cita" dice borges.
El ser interior de cada ser humano tiene una especie de imán que sólo es afín con quien recibe esa recepción, independiente del exterior, identificación, etc.
Son otros estadios de universos que están por encima de nuestro
diario vivir. Qué bien, que sensibilidad.
Marguerite 1002@hotmail.com
Cuando se ha sentido el amor muy hondo y lo perdiste, si el destino te da esa oportunidad que el amor puede ser posible de nuevo, yo no sabría qué hacer, quizás haría lo mismo que el personaje del relato:
me conformaría con verla y no romper esa magia: ese encuentro diario sin palabras sería suficiente para mi corazón?
victorialopez65@terra.es
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