Había una vez... Un hombre que tomaba cada día el autobús para ir al trabajo. En la siguiente parada subía una anciana y se sentaba a su lado en la ventana. La anciana abría una bolsa y durante todo el trayecto, iba tirando algo por la ventana. Cada día hacía lo mismo, y un día, el hombre intrigado le preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.
- ¡Son semillas! – le dijo la anciana.
- ¿Semillas? ¿Semillas de qué? preguntó el hombre.
- De flores – respondió la anciana - Cuando viajo veo todo tan vacío. Y me gustaría poder viajar viendo flores durante todo el camino, porque sería muy bonito.
- Pero las semillas caen encima del asfalto, las aplastan los coches, se las comen los pájaros... ¿Usted cree que sus semillas germinarán al lado del camino?
La anciana contestó:
- Seguro que sí. Aunque algunas se pierdan, alguna acabará en la cuneta, y con el tiempo brotará.
Así, la anciana siguió con su trabajo... Y el hombre bajó del autobús pensando que había perdido un poco la cabeza. Pasado un tiempo... Cuando el hombre se dirigía al trabajo, al mirar por la ventana vio todo el camino lleno de flores. Se acordó de la anciana, pero hacía días que no la había visto. Preguntó al conductor:
- ¿La anciana de las semillas?
-Pues ya hace un tiempo que murió.
El hombre desde su asiento siguió contemplando el paisaje y pensando que las flores habían crecido y la anciana no había podido ver su obra. De repente oyó a una niña que decía entusiasmada:
- ¡Mira papá! ¡Mira cuantas flores!...
Autor Desconocido
Está claro en la historia que la anciana hizo su trabajo dejando su herencia a todos los que pudieran recibirla, a todos los que pudieran contemplarla, ser más felices y aprovecharla.
Esta historia está dedicada a todos aquellos maestros, profesores, educadores, profesionales de la enseñanza, que hoy, más que nunca, no pueden ver cómo crecen las semillas plantadas, las esperanzas sembradas en el corazón, sobretodo, en los adolescentes que llenan sus clases. Ellos que siguen sembrando sin recoger los frutos y sin gozarse del esfuerzo y la dedicación que siempre valen la pena.
La tarea educativa exige paciencia, saber esperar, volver a empezar no una sino muchas veces..., algo que resulta bastante difícil en nuestra sociedad y nuestro mundo marcado por las prisas y por el deseo de obtener resultados inmediatos.
Quien no es un mercenario de la educación, sino que siente y vive con el corazón esta labor, sabrá mantener la esperanza y la ilusión de que en algún momento, quizás después de largo tiempo, esas posibilidades de aprendizaje y de crecimiento se harán realidad.
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