Hacía mucho tiempo que estaba llamándome, porque el sonido ya era demasiado agudo e insoportable. Me di media vuelta rogando que se callara de una vez. Pero no sucedió. Abrí mis ojos y me di cuenta que el despertador, no se apaga sólo. Me levanté de la cama, un día más, tan cansada de lo mismo. Abrí la ducha y mientras se calentaba el agua saqué un jean y una remera del placard. Con el baño logré despabilarme un poco. Me sequé el pelo, me vestí, y bajé las escaleras. Abajo me esperaba mi desayuno en la mesa. ¡Qué bueno!
Café con leche, tostadas con mermelada, y mi hermano que se sentó a mi lado en silencio. Sólo la música que salía del cubo luminoso se escuchaba. Con mi bolso atravesando en diagonal mi espalda y mi madre al volante, me dirigí a la facultad. Quince minutos en silencio. Un universo entero dentro mío, pero nada que valga la pena decir en voz alta.
Las caras de sueño diarias se hicieron presentes y un profesor empezó a hablar, mientras hacía chistes de los que nadie se reía. Yo seguí en mis universos que se entrelazaban de maneras increíbles. Creo que no escuché ni la mitad de lo que el chistoso hombre dijo. Por suerte, tampoco se le ocurrió preguntarme nada. Es más, creo que ni con sus ojos tuve que cruzarme, por suerte.
Docenas de pies se arrastraron por aquel pasillo, mientras los rayos ya elevados del sol de primavera nos encandilaban después de la adormecida clase.
Hablaban entre ellas. Creo que de un vestido, del tiro de un pantalón, de alguna fiesta. Me aburrí. No emití comentario. Rodeamos una mesa negra en el bar y me quedé en las noticias que pasaba aquel otro cubo luminoso. Todo malo. Preferí perderme entre los árboles que se mecían detrás del vidrio un poco sucio y el cielo celeste intenso. Ellas hablaban ahora de alguna famosa adolescente de la provincia, que anda con éste, que anda con aquel, que la conocí acá, y yo allá. Ellos hablan de un videojuego. Prefiero mirar los teros que caminan tímidos entre el césped mientras sigo con mis propios personajes. Hora de levantarse y aguantar otra clase. Tal vez un poco más interesante, pero igual de lejana y silenciosa.
Al salir de allí, con mi boca aún cerrada, sin haber encontrado algo interesante que compartir, o alguien que me exija una respuesta, mis ojos se clavaron lejos, en una azul e intensa mirada. La única mirada con la que me crucé durante esa mañana. Fue corta, pero intensa. Y nos separamos. En silencio volví a casa.
Almorcé entre rostros cansados e hipnotizados, entre voces dormidas y rostros violáceos. Luego de un café y un chocolate, proyecté parte de mis universos. Algo cayó en papel, algo en pantalla. La música me ayudó a escupir un poco. Pasó mi hermano, buscó lo que necesitaba y se fue. Pasó mi madre, le dijo algunas palabras al aire y siguió su camino.
Me cansé. Entré al baño, abrí la canilla fría, puse mis manos bajo el agua unos segundos y luego me mojé la cara, me mojé hasta el cuello. Elevé mis ojos hacia el espejo y no me vi. No estaba. No había nadie allí.
Otro día en el que había sido invisible y yo recién me daba cuenta.
4 comentarios:
pues es hora de cambiar todo eso, de hacer cosas que te gusten y que te llenen... ser invisible está bien por un rato, pero no se puede vivir así, hay tantas cosas fuera que podrías perdértelas :)
Tan invisible ahí que te he visto tan nítida por aquí, cerca de mi hombro derecho...
Supongo que es un problema de aquellos que pensamos mucho y comunicamos muy poco. Nos encerramos en nuestro mundo, no tenemos nada que decir y como resultado a nadie le importa y pasamos desapercibidos.
Se de lo que estas hablando. Una buena salida a todo esto: el blog, y estos comentarios que por momentos nos hacen creer que del otro lado alguien por segundos nos nota.
Saluditos! Al!
Hay mucho de real en este texto… Tu atrapante forma de contar hace que uno se sienta identificado.
Que encuentres muchas más miradas.
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