La noche me envuelve, las estrellas me rodean. Me asomo a la ventana y puedo verlas, contemplarlas, volar y tocar con un dedo cada una de ellas. Y busco entre sus brillos y luces que me encantan hasta encandilarme. En algún sitio estás, puedo sentirte. Pero caigo y otra vez me doy cuenta que la noche avanza y sigo sola, dando vueltas en mi cama, mientras vos das vueltas en mi cabeza.
Quiero salir, acostarme en el césped, o caminar en la oscuridad. Hundir mis pies entre ramitas secas, hojas caídas o rocío y hasta quizás en algún punto, donde ya no pueda ver nada, chocarme con un pie, con tu pie, y sentir cómo me abrazás en la oscuridad mientras te susurro al oído “por cuánto tiempo te he buscado; por fin te encuentro”. Pero afuera está frío y no tenés razón para andar merodeando por los jardines, estando aquí dentro a una temperatura más agradable. Pero ya nada es agradable si no estás vos.
Cierro mis ojos y recuerdo aquel beso. Ése que nos dimos a escondidas. Tus labios y los míos en armonía perfecta. Te dibujo en aquel beso, y sin quererlo ni esperarlo unas cosquillas recorren mi cuerpo. Se extienden desde la punta de mis dedos, atraviesan mis brazos vacíos y llegan a mis hombros. El pecho se me hunde y como reflejo instantáneo un montón de deditos acarician mi estómago, haciendo que éste se contraiga en el más bello escalofríos. Pero mis labios siguen buscándote en la oscuridad.
Deambulo por la casa, arrastro las pantuflas por el suelo, casi saliéndose de mis pies. Hacen ruido al caminar. Es el ruido de que no estás acá, de que te estoy necesitando más que nunca. ¿Dónde estarás? ¿Qué estarás haciendo? ¿Con quién? Mejor, prefiero no saberlo y seguir inmersa en esta profundidad de no tenerte cerca que me arrastra hasta los rincones más oscuros de esta casa de ropa en el suelo y platos que no quise lavar.
Tengo tu aroma impregnado y no me canso de sentirlo, me encanta, me eleva, me enamora. Pero más te deseo aquí, mientras veo tu forma entre las sábanas, el lugar en el que siempre te sentás en aquel sillón y hasta el ritmo de tus pasos atravesando el pasillo. Tu aroma te trae, pero me duele no sentir tu piel rozando la mía mientras te siento.
Más café, no quiero. Un libro, no logra concentrarme. La cama, sólo me hace dar más vueltas. Tus fotos, me hacen extrañarte aún más. Entonces sigo pensándote y buscándote en cada rincón. Sigo dibujándote y creándote en cada detalle. Sé que es la agonía melancólica de un viernes por la noche sola, en casa, y con una sola persona con quién quisiera estar. La única solución va a ser, por fin, el sueño. Pero seguirán aturdiéndome las ganas de verte mientras espero que éste se apodere de mí y de todos mis deseos.
2 comentarios:
angustiante...
me acuerdo que una vez me enamoré de una estrella...
que triste, pero es tan cierto. Más de uno hemos sentido eso un viernes por la noche, en soledad!. Realmente me transmitiste ese vacío. Besoos!
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