Entre tanto ruido, tanta rutina y tan poco tiempo cerró sus ojos y recordó aquellas épocas en las que se sentaba en la vereda a ver los autos pasar, en el pasto a ver las hormigas robarse pedacitos verdes y llevarlas a su misterioso hogar, en la galería a ver los pájaros posarse sobre las paredes que rodeaban su casa. Recordaba momentos de niñez, de amor, de felicidad. Recordaba cuando todo era posible, excepto entender a sus papás, cuando todo dulce hacía bien y toda verdura era mala para el organismo de un niño, cuando todos eran amigos de todos y las pequeñas peleas (si es que las había) se terminaban en menos de diez minutos. Recordaba esos momentos haciendo simplemente “nada” pero que significaba tanto y era tan imprescindible para seguir viviendo. No tenía preocupaciones, no pensaba más que en colores, juguetes, juegos y superhéroes. Hoy todo eso podía ser insignificante y en esa época era tanto… hoy parecía que antes hacía “nada” pero hoy necesitaba esa nada para poder seguir viviendo. Era imprescindible sin saberlo, y hoy, sin hacer esa “nada”, sentía que no podía seguir, no era digno de la belleza de la vida. Quería sentarse en el césped, cortar hojitas, mirar las flores, oler los jazmines, correr saltando las ramas, esquivando los árboles, tirarse rodando por una pendiente, mirar los pájaros, oír sus cantos, observar las hormigas, y quizás pisotear un hormiguero. También extrañaba ser picado por los mosquitos, por las hormigas, extrañaba la comezón que el césped le causaba cada vez que terminaba acostado en él. Sentarse bajo el árbol grande del fondo de la casa, apoyar su espalda sobre su tronco y leer el cuento que todavía sabía de memoria y podría recitarlo con los mismos tonos de la voz de su mamá. Extrañaba no tener nada en la cabeza, no tener que pensar en nada que el mundo le imponga, que buscar soluciones más que para los juegos de ingenio. Quería hacer lo que hacía tantos años atrás, escaparse de la rutina de hombre grande. Por un rato, dejar de hacer todas esas cosas que cuando era niño llamaba “obligaciones de los grandes”, pensar en nada, preocuparse por nada, hacer nada y no sentir que esa nada era una pérdida de tiempo. Tenerla presente sabiendo cuán imprescindible es para seguir vivo. Quería ser un niño otra vez aunque sea por un rato, e intentar que uno de esos “bichitos de la suerte” (como solía llamarlos con sus amigos) se suba a su dedo, ya que hacía mucho que no veía uno, o quizás lo estaban esquivando desde que se convirtió en un hombre grande, de rutinas y sin tiempo para disfrutar de la naturaleza y de la vida.
Foto completamente mía.
2 comentarios:
Saludos! Yo solia atrapar moscas en un mercadito que habia frente a mi casa. Era un barrio pobre, tal vez el mas pobre de la ciudad. Pero mis dias de caceria eran especiales...Cuando aprendes a apreciar esos momentos te haces rebelde y diferente. Hay quien los desecha como "cosa de muchachos" sin saber que cometen un error. Ya no pueden escapar a ninguna parte...Buen blog!Saludos!
Yo saqué hace algunos años una foto prácticamente igual a esa, sólo que el bichito era rojo. Y de chico, me encantaba que me caminaran por el brazo y me hicieran cosquillas...
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