Allá donde también se vive

Allá donde los rayos de sol dibujan el contorno de las montañas. Donde el camino se mezcla con la tierra, los árboles y el cielo. Allá donde las nubes tienen otras formas y nuestros ojos ven más lejos de lo normal. Donde los sentidos se despiertan, la tierra es sagrada y el sol todavía tiene forma de un dios. Lejos del mundo que conocemos, de la ciudad, del ruido, y el vapor destructivo. Cerca de la infinidad, del cielo, de la paz eterna. Allá donde las casas son de barro y los niños juegan descalzos. Donde la era tecnológica no llegó a afectar las mentes y la gente es feliz con una zamba desentonada. Donde el sol decide si ese día se trabaja, o la lluvia te mantiene bajo un techo débil tomando unos mates. Los árboles son altos y tupidos, la gente se sienta bajo su sombra. Los niños les buscan formas a las nubes, el perro les lame la pierna y no se quejan. Cada gota de lluvia es bienvenida, así como cada rayo de sol, cada helada y cada ola de calor. Allá donde la vida es tan distinta y casi no nos damos cuenta. Donde los cactus tienen espinas más grandes, donde los mosquitos pican más fuerte, donde hay víboras, ratas y alacranes. Y no existe el insecticida. La gente transpira en verano y tiembla de frío en invierno. Allá donde los rayos de sol se filtran entre las nubes y hacen que los árboles crezcan más altos, los animales más poderosos, el trabajo más duro, el fututo más cercano, los lazos más fuertes, la felicidad intacta, el placer en la simpleza y el despertar de todos nuestros sentidos. Allá, lejos o cerca, pero donde nos olvidamos que hay seres como nosotros que llevan otras vidas… y otras muertes. Donde nos olvidamos que el sol todavía ilumina, que la lluvia todavía moja. Allá donde todo se aclara, se piensa, se observa, se siente, se vive, se disfruta. Donde la paz y la tranquilidad reinan en cada partícula de existencia.