Sentía un dolor que la dejaba sin fuerzas. Era fuerte, penetrante y le afectaba todo el brazo, no sólo la mano, o más específicamente, el dedo meñique, donde parecía que tan punzante agonía se había originado. Sintiéndose un poco pesaba, débil y lenta para los movimientos observó su mano derecha y observó la zona que le dolía. ¿Qué le podría haber sucedido? No lo comprendía. El brazo se quedaba sin fuerzas, y movió el dedo meñique para estar segura que todavía lo tenía pegado a la palma de la mano. Efectivamente, se movía. Pero no lo sentía. Le dolía. El dolor era más fuerte que todo lo que le podía suceder. Lo que veía era su dedo que iba de izquierda a derecha, izquierda, derecha, pero estaba doblado. No doblado en cada nudillo, formando ángulos, sino era un óvala hacia el costado. Un perfecto óvalo que con la forma circular se iba hacia fuera de la mano y volvía a ella. Le pareció raro que el dedo tuviera esa forma, pero por algo le dolía tanto. Izquierda, derecha, izquierda, derecha, dolor, derecha, izquierda, asombro, izquierda, derecha, dolor. Mucho dolor. Era extraño un dedo ovalado hacia el costado. Era extraño no sentirlo, sólo sentir el dolor. De un momento a otro dejó de ver, de sentir, de no sentir. No se acuerda más nada de aquel episodio. Pero sabe perfectamente que todo lo que pudo narrar lo recordó en el momento en que abrió los ojos con el ruido del despertador a la mañana siguiente. Si la imagen del dedo ovalado era un sueño, fue tan real que nunca se dio cuenta que lo había sido, y si fue real, no logra comprenderlo. Tanta agonía por haber dormido aplastando el dedo con su cuerpo. Un simple calambre. El mismo de todos los días.
domingo, 30 de marzo de 2008
Dolor de dedo
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