Hay una palabra muy fea que mencionó mamá un día y desde que la escuché supe que no era nada bueno; es más, supe que sería todo lo contrario. Perforó mis oídos, se grabó en mi mente, pintó mi dolor, determinó mi felicidad. Es una palabra horrible, que ojala nunca nadie más la tuviese que escuchar. Creo que yo la había oído alguna vez antes, pero nunca había entendido su significado. Es una palabra horrible que me gustaría que no existiera. Quisiera destruirla con mis camioncitos de madera, que sus poderosas ruedas la aplasten tal cual aplastan a los soldaditos de plomo, quisiera deformarla y transformarla en otra cosa como si fuera plastilina, o simplemente lanzarla a otro planeta con mi catapulta que tira pelotitas de colores.
Es una palabra que llevó a papá a un lugar con olor a doctor, lleno de gente triste y preocupada, con pasillos largos, muchas puertas, gente en sillas de ruedas, gente con muletas. Es una palabra que hizo que mi papá no duerma en casa por muchas noches. Es la razón por la que él tiene una aguja pinchada en la mano todo el tiempo. Culpa de eso ya no tengo con quién jugar al fútbol y mi mamá se la pasa llorando e insultando con esa palabra horrible. Culpa de eso no le pude contar que me saqué un 10 en matemática, ni que gané la carrera de bicicletas del barrio con la bici que él me regalo, ni que encontré el autito que él me hizo cuando yo era chiquito y se me había perdido. En realidad sí se lo puedo contar, y sí se lo cuento, pero tengo la sensación de que no me está escuchando por más que la gente trate de convencerme que sí. Si me escuchara, me guiñaría el ojo derecho, sonreiría mostrándome sus dientes blancos, me diría “Martincito, estoy muy orgulloso de vos”, y desde que está entre esas sábanas blancas, no lo hace.
Esa palabra horrible me dijo que algo malo se acercaba por más que yo no sabía lo que significaba. Esa palabra fea que empieza con la misma letra de cosas lindas como caramelos, camioncito, chocolate, cumpleaños o Carlitos, mi mejor amigo. Es una palabra que no quiero repetir porque me quita las fuerzas y las ganas de seguir jugando a los autitos o yendo a la escuela. Es una palabra horrible que hizo que mamá tenga que trabajar más horas por día, que yo tenga que ir a un lugar con olor feo y gente triste a visitarlo a mi papá, que ni siquiera se despierta para verme.
Hace mucho tiempo que papá no duerme en casa, no come conmigo, no vemos la tele juntos, no me sienta en sus piernas, y la lámpara de mi cuarto sigue sin nadie que la arregle. Y todo es culpa de una palabra horrible que dicen que es una enfermedad y puede ser muy grave. Una palabra tan horrible, que no quiero repetirla.
Es una palabra que llevó a papá a un lugar con olor a doctor, lleno de gente triste y preocupada, con pasillos largos, muchas puertas, gente en sillas de ruedas, gente con muletas. Es una palabra que hizo que mi papá no duerma en casa por muchas noches. Es la razón por la que él tiene una aguja pinchada en la mano todo el tiempo. Culpa de eso ya no tengo con quién jugar al fútbol y mi mamá se la pasa llorando e insultando con esa palabra horrible. Culpa de eso no le pude contar que me saqué un 10 en matemática, ni que gané la carrera de bicicletas del barrio con la bici que él me regalo, ni que encontré el autito que él me hizo cuando yo era chiquito y se me había perdido. En realidad sí se lo puedo contar, y sí se lo cuento, pero tengo la sensación de que no me está escuchando por más que la gente trate de convencerme que sí. Si me escuchara, me guiñaría el ojo derecho, sonreiría mostrándome sus dientes blancos, me diría “Martincito, estoy muy orgulloso de vos”, y desde que está entre esas sábanas blancas, no lo hace.
Esa palabra horrible me dijo que algo malo se acercaba por más que yo no sabía lo que significaba. Esa palabra fea que empieza con la misma letra de cosas lindas como caramelos, camioncito, chocolate, cumpleaños o Carlitos, mi mejor amigo. Es una palabra que no quiero repetir porque me quita las fuerzas y las ganas de seguir jugando a los autitos o yendo a la escuela. Es una palabra horrible que hizo que mamá tenga que trabajar más horas por día, que yo tenga que ir a un lugar con olor feo y gente triste a visitarlo a mi papá, que ni siquiera se despierta para verme.
Hace mucho tiempo que papá no duerme en casa, no come conmigo, no vemos la tele juntos, no me sienta en sus piernas, y la lámpara de mi cuarto sigue sin nadie que la arregle. Y todo es culpa de una palabra horrible que dicen que es una enfermedad y puede ser muy grave. Una palabra tan horrible, que no quiero repetirla.
1 comentario:
q palabra fea. la odio.
Gracias por tu comentario.
las fotos de la pared son de 1 semana antes del último ataque así q faltan dibujos...ahora esta un poco más sucia xq firmaron arriba de los dibujos. un bajón.
los de la ra no se quienes son tampoco...firmaron.
En cualquier momento salimos de nuevo a pintar.
Suerte en diseño el año q viene..lo q necesites..avisame o a buda q la tiene re clara. jaa
Y quiero al personaje q saluda en mi pieza!!
Estamos en contacto. Saludos.
m.
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