miércoles, 10 de marzo de 2010

Una tarde en la plaza

    Mis piecitos colgaban de aquel banco de plaza. Veintidós mástiles se elevaban firmes, uno formado al lado del otro, como mis compañeros y yo cada mañana en el colegio. Todos los días me gustaba contarlos, hacía el censo, los controlaba, y seguían todos quietos, en sus firmes posiciones, tan altos como siempre. Pero eran un poco tristes. Nunca ninguno tenía nada flameando en lo alto. Sólo servían para que los chicos los contemos y sean siempre veintidós, o para que pasemos al lado de esa fila india de soldados inertes con la mano extendida y sonando clac-clac-clac, un clac con cada mástil que chocaba nuestra palma. Siempre he soñado con ver un espectáculo de colores volando al viento ahí arriba. Me imaginé un montón de veces contemplando embobada, veintidós banderas distinguiendo sólo la argentina con su celeste y blanco que nos rodea en cada acto patrio, la brasilera con su pelota azul, la mejicana con el águila, y las estrellas de los Estados Unidos. Las otras no las reconocía todavía, pero pronto las iba a aprender. Por ahora sólo imaginaba sus colores. Mis pies colgaban del banco y se balanceaban como las hamacas, al lado de las flacas piernas quietas de mi abuelito, estacionadas al lado de su bastón marrón. Él era alto y llegaba al suelo. Las hormigas esquivaban sus zapatos negros, y pasaban bajo mis pies colgantes.
    - ¿Qué hora es abuelito? -pregunté por pura curiosidad.
    - No tengo reloj. Le preguntemos a esa chica que viene con el perrito. A ver, preguntale vos.
    Nerviosa, esperé mientras la chica se acercaba y yo formulaba la pregunta en mi cabecita:
    - ¡Hola! ¿Me podés decir la hora?
    - ¡Hola! –me respondió simpáticamente mientras se detenía y su perro seguía caminando hasta que la correa llegó a su tope– Son las siete en punto.
    - Muchas gracias.
    Y no volví a colgar mis piernas en el banco, sino que salté sobre el borde que delimitaba la zona de césped. Caminé por esa pirca, contenta de poder perder un poco mi timidez.
    - El perrito de la chica parece que también está contento. Va moviendo la cola. -le dije a mi abuelito.
    - Como vos. –contestó él.
    Me tiré varias veces por el tobogán colorado, perseguí una paloma despacito para no asustarla, hasta que se fue muy lejos de mi abuelito. Entonces preferí volver a él. Le pregunté por qué siempre hay palomas en las plazas y me respondió con una de sus interesantes historias. Volví a preguntarle la hora, otra vez sólo por preguntar algo. ¿Qué puede significar la hora para una niña, más que el momento en que sus padres vuelven a casa? Daba lo mismo si eran las ocho, las seis o las diez. ¿Acaso había horarios restringidos para las visitas a la plaza? ¿De qué me servía saber la hora?
    - Deben ser las siete y media.
    Yo sé que mi abuelito es el mejor, pero ¿también puede saber qué hora es sin tener un reloj?
    - ¿Cómo sabés?
    - Y... hace un rato eran las siete... calculo que pasó como media hora.
    ¿Cómo sabía? ¿Realmente había calculado? ¡Es imposible que lo sepa sin haber mirado un reloj! Los niños no sabíamos que el reloj no es el único que da la hora.
    - Mmm... –dudé- voy a preguntar, a ver si tenés razón.
    Miré a mi alrededor y vi a un señor sentado en el banco del lado, leyendo, y con un reloj en la muñeca. Me levanté decidida y mientras caminaba pensaba si sería prudente interrumpirlo. Mamá se enoja cuando está leyendo y yo la interrumpo... pero el abuelo no. Él siempre me escucha aunque esté haciendo otra cosa. Es un señor... y se parece a mi abuelito... bueno, voy a interrumpirlo:
    - Hola señor, ¿me puede decir la hora?
    - ¡Hola pequeña! Ah... –suspiró- no tenés edad todavía para andar preocupada por relojes. Me hacés acordar al conejo de Alicia, ¿conocés su historia?
    - No, no la conozco.
    - Pedile a tu abuelito que te la cuente, él seguro la conoce. Son las siete y media.
    - ¡Waw! –exclamé sorprendida- ¡Gracias!
    Y corrí hasta mi abuelito:
    - ¡Tenías razón, son las siete y media!
    Se rió con esa risa llena de ternura que tanto me gustaba. Y después de unos minutos de silencio le pregunté:
    - Abuelito, ¿conocés la historia del conejo de Alicia?
    - Supongo que te referís a Alicia en el País de las Maravillas. Sí que la conozco, ¿querés que te la cuente?
    Empezó su relato diciendo que Alicia era una niña como yo. Con eso ya me gustó desde el principio la historia. Terminamos a lo que mi abuelito dijo que eran las ocho, y yo estaba segura que tenía razón ahora. El cielo ya se ponía de un azul oscuro y la calesita, a lo lejos, ya encendía sus luces. Hice sonar los veintidós clac de los mástiles corriendo con el brazo extendido al lado de la fila. Y así volvimos a casa de la mano, mientras me preguntaba si también me parecía al conejo blanco.

12 comentarios:

Lost Soul dijo...

Q bonito¡¡ Me encanta tu gusto y tu blog..te sigo..si tenes tiempo me gustaria q te pasases por el mio me encantaria leertus comentarios....¡¡¡
Un bStoo¡¡¡

Unknown dijo...

Como una imagen robada al azar de cualquier infancia feliz... me pareció muy bello y me trajo muchos recuerdos de mi mismo... Un abrazo enorme...

Max dijo...

muy muy muy lindo, te felicito
me gustaria que pases y comente http://www.relatosdeundesquiciado.blogspot.com/

oveja y negra dijo...

Me encantó!!Me trajiste a la memoria a mi abuelito y las tardes en la plaza san martín.Solía al igual que vos contar los mastiles sin banderas, correr palomas y andar en patines con las rodillas magulladas.Allí me daría mi primer beso y me morderia el trasero un perro también por primera vez!ja!Besos amiga!!

Val dijo...

Si es de la mismísima plaza de la que hablo!! Tantos recuerdos en ese barrio... tantas tardes!!

oveja y negra dijo...

No me digas que somos vecinas??Yo sigo viviendo a pocas cuadras de la plaza!Y se ve que no era muy buena contando!!no me acordaba que eran tantos mastiles!ja!

Val dijo...

Éramos! En el 2000 me mudé a Yerba Buena. Pero tengo ahí (en esa plaza y en una cuadra de por ahí cerca) mis primeros 10 años de vida.
Ayy yo escribí esto y me acordaba del número 21... no sé por qué me sonaba 21... y hace unos días pasé por ahí y me metí a la plaza sólo para contar los mástiles y saber si estaba en lo cierto. Eran 22. No estaba tan mal mi memoria, no? :)

oveja y negra dijo...

Tal vez nuetras vidas se cruzaron mucho antes de lo que creia!Besos amiga!

Finn dijo...

¡Maravilloso! Me recordaste a Benedetti... Me ha gustado mucho.^^

BFL dijo...

de chiquita mis tíos me decias que habia PICHOS en la plaza después de cierta hora.. así yo me asistaba y me iba corriendo al auto para irme a casa..
era la única forma de sacarme de ahí

Anónimo dijo...

<>

Que vanidosas las niñas, ¿y los niños? El Peter Pan en busca de su Wendy...

¿Vale?

Anónimo dijo...

Que lindo lo que escribis =)