A ese mundo viajé, a ese punto en el universo, a ese momento en el tiempo. Allá, lejos, dónde, hoy no recuerdo y cuándo, hoy no lo sé. Nunca lo supe, no quise saberlo, no quise entenderlo, ni aprenderlo, ni sumergirme en él. Con una mirada me bastó para que mis deseos de abandonarlo crezcan inmensamente y mientras más lo conocía tratando de convencerme diciéndome “esto no puede ser, hay algo más, debe haber algo más” mi tristeza era cada vez mayor y mis lágrimas me inundaban el corazón.
Caminé y caminé. Sola recorrí rincones y sola volví. Sola. Todo sola. Planeaba encontrarme con otra cosa y no fue así. Volví más sola de lo que fui, y eso no está bien, nada bien. Efectivamente, es el mundo de los colores, de las calesitas, de algodones, globos, cometas, dulces y melodías. Pero sólo de eso. No hay niños, ya no hay. Se convirtieron quién sabe en qué, desaparecieron quién sabe por dónde y no pude encontrar a aquellos pequeños seres llenos de alegría que repartían sonrisas en ningún sitio de aquel olvidado lugar. Sola di vueltas en la calesita, sola saboreé un chupetín y sola corrí a encontrar el final del arcoiris. Y lo encontré vacío.
¿De qué sirve una calesita si no tengo con quién dar vueltas? ¿De qué sirven los dulces si no tengo con quién compartirlos? ¿De qué sirve un globo si volará solo entre los cielos? ¿De qué me sirve todo esto si los niños ya no están?
Por eso volví peor de lo que fui, más sola, más triste, más vacía, más decepcionada. Por eso no quiero volver más. Aunque algún día haya sido algún tipo de paraíso, hoy sólo es un rincón olvidado, un lugar de colores tristes y apagados, de tonos moribundos, de alegrías robadas, de inocencias pervertidas, de niñez violentada, de pureza corrompida.
¿Dónde está todo aquello que fui a buscar? Nadie supo contestarme. Nadie. Nadie en todo ese sitio. ¿Acaso encontraré a alguien en todo el mundo que pueda respondérmelo? ¿Dónde quedó la niñez tal cuál yo la viví varios años y luego la reviví en mi mente? ¿Dónde quedó lo que supo ser alguna vez un mundo de niños? Niños; a lo que yo le llamo niños. Con todo lo que un niño era hace un tiempo. No los niños adultos de hoy en día, esos a los que nada les sorprende, los que no se divierten con poca cosa y los que dejan de ser niños al poco tiempo de comenzar a vivir. Quiero niños reales. Quiero infancia vivida plenamente. Quiero la misma pureza, la misma inocencia, la misma sonrisa sincera y la alegría al ensuciar las zapatillas y caminar descalzos por el barro. Quiero ropa mojada por la lluvia, pantalones teñidos de verde con el césped, y hojas secas entre los puntos de un saco tejido por una abuela que nos enseñó a caminar de su mano. Quiero cabellos despeinados, manos con tierra, bocas pegajosas. Asombro al ver el vuelo de un cometa, de un avión, de un pájaro. Autitos que hacen girar sus ruedas horas y horas sobre un suelo irregular. El circuito del campeonato mundial que luego se convierte en la pista de las bolitas. Muñecas que toman té tras té y viven de peluquería. Pelotas de trapo o de goma, un árbol para trepar, una hamaca y una calesita que haga ruido por la falta de aceite. Rodillas raspadas, piernas cansadas, cuerpos que corren, se esconden, cantan y gritan. Ellos dicen que “cuando sea grande” esto o lo otro, pero en el fondo bien saben que quieren quedarse así para siempre. Porque es el estado más puro del ser humano. Porque es cuando disfrutamos el sol de cada mañana, la lluvia, las nubes, el barro, la tierra, lo bueno, lo malo; todo tiene su lado positivo y su parte divertida. Y no quiero volver nunca más a ese sitio porque todo lo que conocía está desvirtuado, y los niños ya no son los mismos niños.
1) Colegio San Patricio primario. Mi colegio. En realidad, mi colegio fue el secundario. Viví poco en el primario, y lo poco que viví no se compara con los años que estaban por venir. Sí, dirán “ohhh con lo que cobran de cuota está así de descascarada la pared!”. Ésta es la parte más descuidada podríamos decir, es “la casa vieja”, y la pared descascarada, las banderas descoloridas y los débiles rayos de sol crearon el ambiente perfecto que quería para la foto. Al ver todo esto junto fue que decidí sacar la cámara de mi bolso.
2) Calesita en el Portal Tucumán Shopping, a las 9 de la mañana, cuando casi todo estaba cerrado todavía.
2 comentarios:
todo es ciclico.bien dicen que la infancia es la mejor epoca de la vida y tambien la mas corta
La infancia es la mejor época de la vida, ni que lo digas: donde está ese entusiasmo por todo, que se pierde de mayores, donde ríes y te diviertes con cualquier cosa. Yo echo esa época tanto de menos... ...me gustaría volver y ya no puedo y eso que lo he intentado...
Saluditos.
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