Es martes y con una sonrisa apaga su despertador. Sonríe porque un nuevo día llegó, sonríe porque quiere vivir, sonríe porque está viva y tiene buena salud. Sonríe, siempre sonríe.
Se mira al espejo y con un poco de agua y un peine viejo reconstruye la cara de mujer despierta a punto de salir en busca de un nuevo día. El trabajo cansa y al volver a casa almuerza y se prepara para salir a disfrutar de su actividad favorita. Un jean cómodo, una remera y zapatillas. Camina dos cuadras y sigue sorprendiéndose de distintos elementos que ve en su camino. Alguna vez le llamaron la atención la forma en que fueron colocadas las baldosas, luego eran los edificios tan altos y con tanta apariencia de monstruo, las flores rosas de un lapacho viejo, el cartel que cambiaba las ofertas cada día, el zigzag de los perros al caminar, los dibujitos de la pared descascarada; y en estos días había estado observando la forma de los árboles. Tan llenos de vida, con tantas ramas hacia diferentes lados, pero aún así, todas creciendo hacia arriba. Hacia arriba, hacia el cielo, hacia el sol, hacia la luna, las estrellas, hacia Dios.
Era martes y eran casi las tres de la tarde. El calor no era tan malo, sino más bien reconfortante. Daba vida, actitud y calidez a esa fría ciudad. Ella siempre había sufrido el frío. En cambio, el calor, era la mejor noticia y la mejor excusa para salir a disfrutar el día.
Llegó a destino, saludó amablemente a la señora de la boletería, pagó lo que correspondía e ingresó a la sala de la izquierda. Exactamente, como a ella le gustaba, se sentó exactamente en el medio, en la misma butaca de siempre, esa que ya casi tenía su nombre y un cartel de reservado. Como a ella le gustaba, sólo tres personas más en toda la sala y una pareja que entró un par de minutos luego de empezada la función. Una hora y media con los ojos en esa pantalla gigante y disfrutando de una buena película. Sin nadie a sus costados, sola en todo el cine, salvo por cinco desconocidos. Luego salir con una despedida a la señora de la boletería y un amistoso “¡Hasta el próximo martes!”, como hacía todos los martes.
Caminó una cuadra más, mirando la forma de los árboles, y se sentó en el césped del parque, en una zona con poca gente, y donde cada uno estaba sumergido en su actividad en silencio. Se sentó cruzando las piernas y mirando a un niño que se tiraba de un tobogán una y otra vez probando distintas formas de hacerlo en cada una. Observándolo recordaba su niñez, aquellos mismos toboganes muchos años atrás. El niño se tiraba levantando los brazos. Ella recordaba cuando jugaba en la arena. El niño abría las piernas. Cuando corría detrás de las palomas. El niño se deslizaba acostado. Cuando se tiraba por el tobogán boca abajo y luego quedaba con la remera llena de arena. El niño se tiró boca abajo y quedó con la remera llena de arena. Recordó sus hazañas de niña en esa misma plaza y todos los juegos que ahora le pertenecían al niño.
Desvió su mirada y la elevó al cielo. Era tan hermoso ver ese lienzo celeste. Quizás aburrido para algunos porque ni una nube lo cruzaba, pero tan bello y con tanto para ver en él. Recostó su espalda sobre el césped, estiró las piernas, y mirando al cielo recordó la película que acababa de ver: los personajes, la música, los diálogos, su parte favorita, la parte triste, la feliz. Recordó la película e hizo su análisis personal. Le había gustado mucho, era una muy buena película. Sin dudas volvería el martes siguiente a ver otra. Y de nuevo sola, caminando sola, verla sola, luego un rato en el parque, para pensar, otra vez sola. Porque así lo quería. Le gustaba la tranquilidad, disfrutar las cosas con ella misma y darse tiempo para pensar. Y le gustaban los martes por ese toque especial de ser martes, que además de ser un lindo nombre para un día de la semana, es un día tranquilo, sin ser el odiado lunes, ni el medio de la semana, ni el cansador jueves o el agotado viernes. Martes era un hermoso día para este tipo de actividades. Y a la siesta porque todos los dormilones están durmiendo, porque los calurosos se esconden del sol, porque los vagos no salen a caminar, porque los chicos traviesos están haciendo travesuras en la escuela, porque hay mucha gente trabajando, porque es tranquilo, y porque hay un hermoso sol. A la siesta los árboles adquieren un buen ángulo de luz, perfecto para mirarlos sin cansarse, los pájaros revolotean, los autos no hacen mucho ruido y el césped se encuentra seco.
Martes, el día de encuentro con ella misma, el día de disfrutar una película, de hacer contacto con la naturaleza, pensar y recordar. Y sola, todo sola. Aunque algunos la miraran con cara de locura, de tristeza por verla caminando sola, ella sabía que no era así y sabía lo feliz que la hacía. Pero éstos eran pocos, ya que un martes a la siesta son pocos los que van al cine, y no cualquiera sale a caminar por el parque.
1 comentario:
cada dia q pasa no deja de asombrarme!! me encantó..se lo dije..nos conocemos de otra vida!! de otros mundos...pero estuvimos ahi y hoy nos cruzamos nose pq..pero me agrada bastante la idea!!..aunq me da un poquito de miedo..
soy la protagonista de este cuento!
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